
… por qué el sacerdote reza el padrenuestro con los brazos abiertos en la santa misa?
En la Sagrada Escritura encontramos muchos pasajes en los que ciertos varones providenciales se dirigen a Dios en oración con los brazos abiertos.
Durante la batalla de los israelitas contra Amalec, por ejemplo, Moisés estaba en la cima del monte intercediendo por el pueblo con los brazos levantados al cielo. Mientras el profeta «tenía en alto las manos, vencía Israel; mientras las tenía bajadas, vencía Amalec» (Éx 17, 11).
Entre los reyes del pueblo elegido, observamos el mismo procedimiento: «Salomón, puesto en pie ante el altar del Señor y en presencia de toda la asamblea de Israel, extendió las manos. […] Y, tendiendo sus manos hacia el cielo, dijo: “Señor, Dios de Israel, ni en el cielo ni en la tierra hay un Dios como tú, que guardas la alianza y el amor con tus siervos, que caminan ante ti con todo su corazón”» (2 Crón 6, 12-14).
Ese gesto caracteriza, pues, al alma orante que tiende hacia lo alto en actitud de súplica, ejerciendo el papel de intercesora ante Dios, y puede significar también una exclamación de angustia o una expresión de alabanza y gratitud. Por último, los Santos Padres comparan la costumbre de levantar los brazos con la posición de Nuestro Señor Jesucristo clavado en la cruz para salvar a la humanidad.
Teniendo en cuenta esto, la Santa Iglesia ha conservado esa costumbre durante el rezo del padrenuestro en la santa misa. El sacerdote levanta los brazos simbolizando el carácter intercesor de su oración, haciendo brillar de modo admirable la maternidad de la Iglesia: así como Cristo intercedió por los hombres en el Calvario, ella intercede por los fieles, junto al Redentor, en la liturgia. ◊
… por qué los vasos sagrados son de metal?
El cáliz es el objeto más antiguo e importante usado para el santo sacrificio de la misa, habiendo sido utilizado por el propio Jesucristo, nuestro Señor, cuando instituyó la sagrada eucaristía.
A lo largo de los siglos, se emplearon distintos materiales en la fabricación de cálices, como piedra, madera, arcilla, bronce o cuerno de animal. A partir del siglo v, se volvió frecuente el uso de cálices de oro para distinguir lo más posible el receptáculo que recibiría la preciosísima sangre del Señor. Actualmente, la ley eclesiástica determina que el cáliz sea de metal noble y siempre dorado por dentro (cf. Institutio Generalis Missalis Romani, n.º 328; Redemptionis Sacramentum, n.º 117). La misma regla se aplica al copón, también llamado ciborio o píxide.
El metal noble tiene por finalidad tributar honor al Señor y, por su dignidad y perennidad, favorecer en la percepción de los fieles la creencia en la presencia real del Salvador en las especies eucarísticas. El oro recuerda la realeza, llegando a significar también los tesoros de sabiduría escondidos en Jesucristo. Algunos teólogos afirman que ese metal simboliza igualmente el amor divino y, en este sentido, la apertura de la copa del cáliz representa la llaga abierta en el corazón de Jesús, de donde emanó la sangre divina.
Podría decirse que el decoro con que son elaborados los vasos sagrados sirve de modelo a los fieles de cómo deben estar sus almas al recibir en su interior al Rey del universo.