
El caballero medieval era fundamentalmente religioso, persuadido de su fe y de la legitimidad y hasta de la obligación, de usar lo máximo de su fuerza al servicio de la verdadera religión. Imbuido de la licitud de los medios que empleaba, se dio por entero a la causa católica, dispuesto a ir hasta el fin y morir por ella.
Plinio Corrêa de Oliveira
Vamos a hacer algunas consideraciones en torno de una estatua que representa un guerrero medieval, ostentando una faja con la palabra “Credo”.
Diálogo de increpación con quien se encuentra delante de él
Es una pieza típica del siglo XIX. En general, las figuras de la Edad Media no tienen nada de teatral. Por ejemplo, las esculturas que ornamentan las catedrales, puestas en nichos, están para ser vistas, pero el artista tuvo la preocupación de esculpirlas como si ignorasen a los espectadores. De manera que no tienen nada de teatral.
El siglo XIX fue el siglo del teatro, como el XX fue el del cine. Porque el arte teatral tuvo una expansión en el siglo XIX fabulosa, con influencia en la vida concreta, en comparación con el siglo posterior.
Ese carácter teatral es el lado débil, no sólo del arte, sino de la mentalidad de todo el mundo en el siglo XIX, inclusive de los contrarrevolucionarios.
Así, este guerrero ha sido representado como tomando posición ante otro, como en un diálogo de increpación ante quien se encuentra delante de él.
Por otro lado, el autor representó bien un lado admirable del alma del caballero medieval en cuanto guerrero, de tal manera fundamentalmente religioso que, visto bajo un aspecto, él no es sino religioso y sólo se ocupa de la Religión.

Hay una idea de sacralidad, de renuncia, de determinación y de fuerza de impacto extraordinaria en este guerrero.
Además, está enteramente persuadido de su Fe y de la legitimidad, y hasta obligación, de usar lo máximo de la fuerza, dentro de las reglas moralmente nobles de la Caballería, al servicio de la verdadera Religión. Está altamente imbuido de la legitimidad de los medios que emplea y se dio por entero a esa causa, dispuesto a ir hasta el fin y morir por ella. Hay, por lo tanto, a mi ver, una idea de sacralidad, de renuncia, de determinación y de fuerza de impacto extraordinaria en este guerrero.
Si lo comparamos con un guerrero del siglo XV, notamos cómo son profundamente diferentes. Sin embargo, el caballero del panache 1 añade algo que faltaba al medieval, aunque haya habido un desfase en puntos fundamentales.
Avanzando los siglos, podríamos confrontar al caballero medieval con un guerrero de Napoleón y encontraríamos diferencias aún más notables, por donde se ve que el coraje no es solo la determinación de enfrentar el fuego y la muerte, sino una deliberación de la persona entera de emprender cualquier cosa en cualquier campo.

Napoleón Bonaparte junto al Mariscal Ney
Un guerrero de Napoleón fuera de la guerra podría ser mentiroso, ladrón, cobarde. Ney 2 , por ejemplo, no estaba obligado a ser valiente y tener las virtudes militares en la vida civil: bastaba poseerlas en la vida militar. El medieval no era así. Ese modo como él está representado aquí es el mismo por el cual enfrenta cualquier otro peligro, adversario o deber. La guerra para él es un estilo de vida; para Ney es un estilo de lucha. En la hora del combate, el soldado napoleónico es valiente, pero en la vida civil es un sujeto cualquiera.
Sacral como una torre de catedral

Vista nocturna de la torre de la Catedral de Murcia en España
Un aspecto que me agrada especialmente en esa figura del caballero medieval es la suprema sacralidad. Él es sacral como una torre de catedral, de una sacralidad que lleva a las más altas consideraciones del espíritu, mezcladas con mucho buen sentido. No veo ese predicado en los guerreros que vinieron después. En el extremo opuesto de eso estaría Don Quijote, por ejemplo.

Molinos de viento en Castilla La Mancha, España
El medieval no se lanza encima de un molino de viento, no existe ni la menor posibilidad de eso. No obstante, Don Quijote manifiesta cualquier cosa que el medieval posee, pero que no desarrolló. Por ejemplo, en ese caballero de la Edad Media el gusto de la aventura no se encuentra. Está el sentido del deber aceptado por entero, con una determinación de alma completa, hasta admirable, pero no se puede decir que está contento de ser guerrero. No hay aquella alegría específica de la proeza, con la cual la persona toma la espada, la lanza y dice: “¡Por fin!”.
Algunos tenían eso; la mayoría, sin embargo, iban para la guerra porque era necesario, pero no se había llegado a destilar aquello que se destiló después, esto es, el gusto de la proeza por la proeza.
Sin embargo – aquí está el mal – deberían apreciar la proeza porque ella es un reflejo de Dios, pero a ellos les gustaba la proeza por la proeza por una vanidad, un deporte, y esto es un error. No obstante, hay un gusto metafísico de la proeza que yo encuentro en los héroes de la Reconquista española, pero veo menos en las Órdenes de Caballería.
La proeza en cuanto tal es una linda posición del alma, que alcanza esa belleza para parecerse a Dios su Creador. Los predicadores cuando vieron despuntar el amor de la proeza, deberían haber dicho esto para canalizar ese amor. Este caballero, representado en esta estatua, leyó en un compendio que se debe morir por la fe y decidió cumplir su deber de modo fabuloso; puede ser un santo, pero no tiene aquel elán 3 que corresponde a la alegría de realizar esa proeza por ser buena en sí, porque refleja a Dios.
Nostalgia de la proeza

Batalla de Grunwald, Polonia
En esa otra representación, el gusto de la proeza está expresado de modo bien más explícito, porque se nota en ese guerrero montado a caballo una levedad que procede de una alegría interior, simbolizada hasta en el modo como la oriflama tremola al viento, y en la posición de la lanza; todo eso representa la alegría de atacar con todas las fuerzas, exponiéndose al riesgo.
Los ornamentos del caballo y del caballero tienen por objetivo ennoblecer el estado de proeza en que ese hombre se encuentra. La visera erguida indica el desafío al riesgo.
La iconografía del siglo XIX representó mucho más al caballero en la guerra que los mismos medievales. Es una prueba más de que ellos no habían sabido explicitar toda la belleza de la proeza que poseían. Los héroes que realizaron las proezas no tuvieron tanto la idea del pulchrum de la proeza cuanto el siglo de la burguesía con nostalgias de la proeza, y que supo cantar lo que los otros poseían.
A partir de ese fenómeno se podría afirmar un principio: el siglo que perdió una determinada cualidad y la considera con nostalgia, aunque ya no posea ese predicado, tiene una noción más definida que aquel que lo poseyó. Esa nostalgia no es un elemento de fantasía, sino de definición.
Entonces, hay una post Edad Media basada en la Historia, pero vista por nosotros de un modo que no estaba enteramente en la conciencia de los medievales. Sería un error afirmar que ellos no poseían ese espíritu y esas cualidades. Sí, tenían eso, pero los hombres de siglos posteriores supieron expresarlos mejor que ellos, por causa de la nostalgia y del contraste producido por la falta que sentían de esa riqueza.
Esto apunta para un aspecto de la tradición hasta ahora no considerado. Tal vez el alma de la tradición sea ese recuerdo sublimado, con lucidez, que es el mejor legado que una generación confiere a otra.
Extraído de conferencia del 23/5/1974
1) Del francés, en sentido figurado: gallardía, brío.
2) Michel Ney (1769 – 1815). Comandante francés en las guerras revolucionarias francesas y en las guerras napoleónicas, y uno de los dieciocho Mariscales de Francia instituidos por Napoleón Bonaparte.
3) Del francés: impulso.