San Abrahán: franqueza y honestidad

Publicado el 10/09/2021

Sabiendo siempre jugar con la carta ganadora en la hora adecuada y segura, a pesar de pasar por diversos sinsabores, San Abrahán consiguió convertir una ciudad pagana destruyendo todos los ídolos allí existentes.
Que María Santísima haga llegar pronto el día en que el ídolo de la Revolución pueda ser derrumbado por nosotros. Aunque seamos lapidados, Nuestra Señora nos restaurará para que hagamos las obras que Ella desea.

Plinio Corrêa de Oliveira

Del siglo IV, San Abrahán era de la ciudad de Edesa, nacido en el seno de una familia noble y rica.

Cuando los padres, que cifraban mucha esperanza en su futuro, lo vieron llegar a la juventud, deliberaron casarlo con una joven igualmente noble
y rica en realce de su familia. En realidad, él no  tenía deseos de casarse e insistió mucho en este sentido; pero la familia ejerció una presión tan grande sobre él, que terminó cediendo y contrajo matrimonio.

La boda se dio en medio de grandes pompas y festividades que, a la manera oriental, duraron una semana entera y deberían culminar con una gran fiesta el último día, después de la cual comenzaba la vida conyugal de los jóvenes prometidos.

Ya estaban casados por lo religioso y, en aquel tiempo, el matrimonio religioso tenía efectos civiles con todos los vínculos establecidos.

Luego de cada día de fiesta él se mostraba más contrariado con el rumbo que había tomado, hasta que huyó discretamente de la casa, yendo a localizarse en un lugar completamente yermo, más o menos a dos millas de distancia de su ciudad.

Entonces los padres, la esposa y toda su familia, comenzaron a buscarlo por todas partes. Primero fueron a los lugares de placer; al no encontrarlo,
lo buscaron en los lugares de trabajo, principalmente en el Forum, que en aquel tiempo no era como es hoy; o sea, un lugar donde se hace justicia, aunque era una especie de inmensa plaza pública en la cual se realizaban negocios, existía un mercado, se compraba y vendía… era el centro de
la vida de la ciudad; sin embargo, allí tampoco estaba. Entonces, ordenaron una búsqueda sistemática en los alrededores de la ciudad y, al final de cuentas, lo encontraron en una gruta que él mismo había tapiado del lado de adentro, de forma a dejar tan sólo un pequeño cuadrilátero por donde se podía pasar pan y agua.

Los parientes lo descubrieron allí, lo interpelaron y, él explicó que se había casado contra su propia voluntad; y que el matrimonio, no habiendo sido consumado, era nulo. Como Abrahán insistía que no quería saber de matrimonio, la joven tuvo que desistir y él se quedó en la gruta. Es un bonito ejemplo del hombre que se sustrae a la acción del contexto.

Ordenado sacerdote

En esa gruta permaneció durante muchos años y allí recibió noticia de que sus padres habían fallecido, dejándole una inmensa fortuna, de la cual él podía disponer. Sin embargo, él no quería esas riquezas, pues dentro del aislamiento en que vivía le eran suficientes un manto, una túnica y un recipiente de barro en el cual recogía el agua que corría en la propia gruta donde moraba. No obstante, siendo precavido, constituyó a un pariente suyo como albacea para administrar la fortuna.

Dio orden de que fuese distribuida la mitad entre los pobres, y no indicó qué debía ser hecho con el resto.

Continuó viviendo durante muchos años en esa gruta y se volvió un hombre muy admirado por el pueblo que, de vez en cuando, iba allí para visitarlo.

Cierto día apareció el obispo diocesano queriendo hablar con él.

Abrahán, muy humilde, declaró al prelado que no podía comprender cómo un hombre de tal categoría se dignaba a estar con él, un simple eremita que vivía en su gruta aislado.

El obispo le dijo que tenía un asunto muy delicado para tratar con él. Toda aquella zona ya estaba convertida, con excepción de una ciudad importante y de buen tamaño que había en las proximidades, que era aun completamente pagana y rechazaba y mataba a todos los sacerdotes que iban a establecerse allí. No sabiendo más qué hacer, al prelado le había parecido muy necesario conferir la ordenación sacerdotal al eremita Abrahán, que gozaba de tal fama de santidad, e invitarlo a transferirse para esa ciudad, donde sería párroco, asumiendo la responsabilidad por el culto.

A instancias del obispo, el eremita percibió que era la voluntad de Dios y concordó en dejar su ermita para ser ordenado sacerdote, dirigiéndose después hacia la ciudad, donde asumió con coraje la función de párroco.

Los paganos lo lapidaron, dejándolo casi muerto

Entró solo e ignorado en la ciudad hostil; y llegando allí se arrodilló en el suelo delante del pueblo, y pidió a Dios que convirtiese aquella ciudad.

Las personas andando de un lado para otro, no le prestaban atención. San Abrahán estudió una técnica de apostolado que le parecía más propia para atraer a los infieles.

Había en la ciudad un templo pagano que pasaba toda la noche abierto. Cuando anocheció, el santo sacerdote entró con cuidado en una hora que no había allí nadie, cogió los ídolos y los tiró al suelo, reduciéndolos a añicos. Barrió con todo.

Al día siguiente, al rayar de la aurora, se quedó esperando el resultado.

Bien de madrugada, las primeras personas que fueron a adorar los ídolos, no los encontraron y, por algunas señas, percibieron que habían sido quebrados. Conscientes de haber sido el sacerdote el autor de ello, fueron hasta donde éste se encontraba y lo lapidaron dejándolo casi muerto.

Al final del día, san Abrahán se restableció un poco y con los restos de voz y de salud que aún conservaba, comenzó a increpar al pueblo contra
los ídolos y a exhortarlos a la conversión. Los infieles, entre tanto, no se convirtieron. Por el contrario, se indignaron y le dieron una paliza vigorosa, maltratándolo fuertemente.

San Abrahán que gustaba de las tácticas y vías rectilíneas, se dirigió entonces a Dios diciendo: “¡Dios mío! Vos me hicisteis nombrar párroco de esta ciudad, y soy golpeado tan vilmente… ¿Qué solución hay para este caso? ¡Dadme la salud!”

La oración de un santo mueve montañas.

Él rezó por sí mismo, se levantó en perfecto estado de salud y comenzó a predicar. La población de la ciudad quedó muy impresionada con el milagro, pero no se convirtió.

Cumplida la misión regresa a la gruta

En cierto momento, los habitantes de la ciudad tuvieron un caso muy complicado, de interés común, y no había medio de resolverlo. Uno de ellos dijo: “Creo que quien debe resolver ese asunto es el padre. Él es inteligente y, además, nos es necesario reconocer que desde que está entre nosotros, no ha hecho sino darnos muy buenos ejemplos, ayudar a todo el que puede y distribuir limosnas. Nuestros ídolos, a fin de cuentas, ¿qué eran? Él los hizo pedazos y no se salvaron a sí mismos. El padre, no obstante, se curó él solo. ¿Por qué hemos de estar aun creyendo en esos ídolos? No tiene ningún sentido nuestra conducta con él; debemos buscarlo y comenzar por pedirle perdón de nuestro mal procedimiento. Y, entonces, rogarle un consejo que pueda resolver la situación en la cual nos encontramos.”

Así, se fueron todos hacia el Santo, quien los recibió muy benignamente. Es evidente que, al resolver buscarlo, su infidelidad ya estaba sacudida por la gracia y propensos a la conversión. Durante la conversación manifestaron su deseo de convertirse.

Comenzó entonces el trabajo enorme de la conversión de la ciudad: bautizar, orientar a las personas, hasta que la población entera cambiase.

En esta ocasión, san Abrahán aprovechó el dinero que le guardaba su primo y mandó construir una iglesia en la ciudad. Vemos aquí como todo es hechocon método y de forma rectilínea.

Construida la iglesia, todos quedarían con la certeza de que las cosas iban a continuar bien. El párroco orientaría al pueblo, todo correría perfectamente.

Sin embargo, en una bella mañana van en su búsqueda, pero él no estaba en la iglesia. Había huido una vez más… así como había huido de la esposa, huyó también de la parroquia y volvió a su gruta.

Hacia allí se dirigió el obispo, acompañado de una gran parte del clero a fin de pedirle al santo eremita que volviese a asumir las funciones de párroco. No obstante, éste declaró que la misión que recibiera del prelado estaba cumplida, una vez que la ciudad se había convertido. Ahora, él pedía el consentimiento del obispo a fin de permanecer como eremita en la gruta, a lo que el prelado accedió.

Podemos notar cómo sabiendo jugar con la carta ganadora y en la hora adecuada y segura, pasó por sinsabores que un hombre comodista calificaría de desastres; pero, una persona que considera la totalidad de su vida, no puede dejar de reconocer como habiendo sido éxitos admirables.

San Abrahán murió admirable y exitosamente bien realizado. Es el éxito de la acción rectilínea, franca, clara y positiva.

Pidamos a María Santísima que haga llegar el día en que también el ídolo de la Revolución pueda ser
derrumbado por nosotros con igual franqueza. Es posible que seamos lapidados, pero habremos sabido ejercer el derecho de la legítima defensa.

Nuestra Señora nos restaurará a fin de poder hacer por Ella las obras que Ella desea. 

Extraído de conferencia del 27/12/1974

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