San Antonio de Padua

Publicado el 06/13/2021

Guillermo Torres Bauer

“¡Ha muerto el santo! ¡Ha muerto el santo!” éstas eran las palabras que gritaban los niños de la ciudad de Padua al enterarse de la triste noticia del fallecimiento de un sencillo monje franciscano, ya famoso en toda Europa por sus eruditos sermones, su incansable caridad y sus extraordinarios milagros; su nombre: San Antonio de Padua.

Curiosamente, ni su nombre era Antonio ni su procedencia era Padua, en realidad su nombre de bautismo fue Fernando y su ciudad natal era Lisboa.

Con poca edad decide abandonar el mundo y dedicar su vida enteramente a Dios en la comunidad de los Canónigos Regulares de San Agustín en Coimbra, decisión por la que mucho tuvo que sufrir ante la férrea oposición de sus familiares, quienes al ver su dotes de oratoria, su gran inteligencia y su capacidad de atracción, veían en él una figura excepcional que llevaría seguramente a la familia al podio de la gloria mundana… lejos estaban ellos de pensar que su pariente, siguiendo la vida religiosa se convertiría en uno de los santos más populares de la Santa Iglesia y de los más venerados en el mundo entero.

Pero su ansia de entregarse a Dios por entero no se saciaba con la vida de estudio y de oración que llevaba en el monasterio agustino, él quería entregarse más radicalmente a Dios, vivir una vida de constante inmolación y penitencia y, si fuera necesario, estaba dispuesto a ofrecer su vida en holocausto por la Santa Iglesia. Con estas aspiraciones surcando su alma, vino a hospedarse en el monasterio un grupo de hermanos franciscanos, estaban de paso rumbo a Marruecos donde evangelizarían en tierra mora, con el riesgo de ser muertos por confesar e inculcar la fe en Nuestro Señor.

A los pocos meses de este hecho les llega la noticia que los hermanos, que habían pasado por allí, habían muerto martirizados en África y sus cuerpos reposarían para la veneración pública en el monasterio agustino de la Santa Cruz en Coimbra donde vivía Fernando, eran éstos los protomártires franciscanos: San Berardo, San Otón, San Pedro, San Acursio y San Adyuto.

El ejemplo de estos cinco frailes arrebató a Fernando y, no sin dificultades y oposiciones de parte de algunos monjes e inclusive de su familia, pudo ingresar en la orden de Franciscanos Menores, donde podría realizar totalmente sus aspiraciones de vivir en una mayor austeridad y alcanzar el martirio con la gracia de Dios. Por este motivo le pidió a su superior, apenas ingresó, que le fuera permitido ir a evangelizar en tierra de sarracenos.

Después de recibir la librea franciscana y de tomar el nombre religioso de Antonio, como el santo padre de los ermitaños, se dirigió por fin a Marruecos donde, creía él, empezaría su misión y alcanzaría la palma del martirio; pero los planes de la Providencia eran otros. Al poco tiempo de haber llegado, una terrible enfermedad lo retuvo en cama y sus superiores juzgaron más conveniente devolverlo a Portugal para que se tratara.

De vuelta a Portugal, un fuerte temporal alcanzó la nave, empujándola hacia el oriente y obligándola a desembarcar en Sicilia; allí Antonio fue al convento franciscano de Mesina y fue convidado a participar del Capítulo General de los Frailes Menores, precedido, para sorpresa suya, por su santo fundador, el Poverello: San Francisco de Asís. 

¡Cuántas veces en nuestra vida la Providencia se vale de enfermedades, tormentas e infortunios, para preparar nuestras almas para una gracia maravillosa, que marcará nuestra vida para siempre!

El inicio de la vida religiosa de Fray Antonio pasó en el tranquilo anonimato monacal, cocinando, rezando, sirviendo, limpiando como un religioso más, hasta que fue invitado a decir unas palabras por ocasión de una ordenación sacerdotal de unos frailes dominicos y franciscanos en Forlí. 

Su elocuencia , su discurso atrayente y el impresionante manejo de las Sagradas Escrituras para su predicación, admiraron sobremanera al público que asistía, entre ellos su superior, quien viendo el poder de su palabra, decidió que debería dedicarse completamente al apostolado, donde su predicación sería su nueva forma de evangelizar.

Prontamente su nombre se comenzó a escuchar por toda Europa, era admirable el uso que hacía de las Sagradas Escrituras, que sabía de memoria, así como los escritos de los Padres de la Iglesia y de manera especial el ardor de sus discursos en el momento de defender la doctrina y atacar las herejías, lo que le valió el título de: “Martillo de los Herejes”.

Empeñó los últimos años de su vida recorriendo Italia, España y de manera especial Francia, predicando con extremo celo la verdadera doctrina, celebrando con enorme devoción el Santo Sacrificio, confesando incansablemente durante horas y, en muchas ocasiones, sustentando todo su apostolado con portentosos milagros.

Los últimos días de su vida los pasó en estudio y oración en la ciudad de Padua, en Italia; allí se dedicó, por obediencia a su superior, a componer sermones para todas las festividades y domingos del año litúrgico.

A estas alturas su fama de santidad llegó a tal punto, que la gente se abalanzaba hacia él simplemente para tocarlo o, inclusive ,algunos llegaban a a cortarle a escondidas pedazos de su hábito para guardarlos como reliquia; por esa razón fue necesario que, cuando terminaba una Santa Misa o una predicación, un grupo de hombres escogidos entre pueblo lo custodiara hasta que hubiera salido del recinto.

En la mañana del día 13 de junio del año de1231, sus fuerzas ya no le daban más, la hidropesía que lo aquejaba hacía varios años estaba muy avanzada, se acercaba la hora de su encuentro con Dios. 

Recibió los santos óleos de uno de sus hermanos sacerdotes, con su mirada hacia el Cielo y una enorme sonrisa en sus labios cantó con devoción una melodía a la Santísima Virgen; después, mientras rezaba con sus hermanos los Salmos Penitenciales, entró en un profundo éxtasis que duró una media hora, volviendo en sí miró a los presentes con profunda alegría y con un leve suspiro entregó su alma a Dios.

La noticia se esparció por todos los alrededores, una gran tristeza se entremezclaba en el ambiente con una gran alegría, mientras que afuera los niños de Padua anunciaban por las calles: “¡Ha muerto el santo! ¡Ha muerto el santo! ¡Ha muerto San Antonio de Padua!”

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“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

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