
San Beda era un hombre en cuya presencia se podían sentir impresiones de respeto, reverencia, asombro y deleite, invitando al recogimiento a quien de él se aproximaba. Tal fue su santidad que, al no poder llamarlo santo en vida, se le dio el título de “Venerable”, lo que contrasta con el espíritu revolucionario e igualitario de nuestros días.
Plinio Corrêa de Oliveira
El 25 de mayo se celebra la fiesta de San Beda. Venerable, Confesor y Doctor de la Iglesia. La ficha informativa nos dice:
Émulo de San Isidoro de Sevilla, San Beda fue uno de los sabios más ilustres de su tiempo. Tal fue su santidad que, no pudiendo llamarle santo en vida, le dieron el nombre de “Venerable”, que no perdió después de su muerte.
Diferencia entre el apogeo de la Edad Media y nuestra época

San Beda
Simplemente por este apelativo de “venerable” dado a San Beda podemos hacernos una idea del cambio de los tiempos y los lugares. Pensemos en un hombre que es considerado como uno de los más cultos e inteligentes de su tiempo en la Europa del comienzo de la Edad Media, siglo VIII. Sería más o menos, en nuestros días, como un individuo que hubiera recibido el Premio Nobel de Ciencia o de Paz, o de Literatura; alguien, por tanto, consagrado por su cultura. Bien, este hombre es un santo.
Ya en este punto notamos la diferencia en relación con nuestro tiempo, porque es raro ver coincidir sobre el mismo hombre la aureola y el esplendor de la santidad y el brillo de la cultura y de la inteligencia. Aquellos grandes santos fueron, por así decirlo, “especializados” en la santidad. Eran más santos que cualquier otra cosa.
En nuestros días no encontramos, como sí en el apogeo de la cristiandad medieval, santos que, además, sean muy sobresalientes en cualquier otra actividad: grandes guerreros, sabios notables o reyes imponentes. ¿Por qué? Es precisamente a causa de la decadencia de la cristiandad que ha llevado a los hombres cumbre a ser tan a menudo atraídos para servir al mal, escapando de las manos amorosas de la Iglesia. Así, vemos un gran contraste entre la figura de San Beda el Venerable y las circunstancias de nuestro tiempo.
Por otro lado, imaginemos a una persona de quien se dijera lo siguiente: “Ah, ¡es un individuo muy amable, con una prosa agradable, gracioso, atractivo, bromista como nadie!”. Seguramente este hombre atraería mucho las compañías a su alrededor, especialmente si respondía a los cumplidos que le hiciesen.
Sin embargo, si le preguntáramos a alguien en un círculo común de nuestros días:
–¿Qué tal es Fulano?
–Uh, él es muy respetable…
¿Atraería este hombre mucha gente a su alrededor? En absoluto.
El hombre desfigurado por la Revolución

San Beda el Venerable traduciendo el Evangelio de San Juan en su lecho de muerte – Real Academia en Burlington House, Londres -Reino Unido
Ahora bien, hubo un tiempo en que la cualidad más elevada de una persona era ser respetable, venerable. Así que a un hombre que poseía esta virtud en grado eminente se le daba el apelativo: “El Venerable”. Es decir, era aquél en cuya presencia se podían sentir impresiones de respeto, de reverencia, de una superioridad que embelesaba y deleitaba, y que ponía a la gente en actitud de recogimiento. Era una humanidad católica, bautizada, que, por poseer el espíritu infundido por el santo Bautismo en las personas y conservado en ellas cuando se era fiel a la gracia, le gustaba tener delante de sí a alguien superior, cuya superioridad reconocían y admiraban. Poder estar con un hombre venerable, verlo o reverenciarlo era la suprema alegría.
¿Por qué, en el mundo de hoy, las personas no quieren venerar? Y dado el apelativo de venerable, ¿por qué ese individuo vería el vacío a su alrededor? Por una razón muy sencilla: en primer lugar, el igualitarismo hace odiar toda superioridad. Y segundo, porque el ser venerable implica seriedad y gravedad, e invita a las personas que entran en contacto con él a tener una postura de recogimiento, sentido común y respeto.
Esto es exactamente de lo que huye el hombre que ha sido moldeado por la Revolución, o, si se prefiere, desfigurado por el espíritu de la Revolución. Este título, considerado como una perla brillante en la mente del hombre medieval, espanta en nuestros días. En esto vemos la enorme rotación de los espíritus, porque todo ha cambiado.
El nocivo imperialismo norteamericano
De aquella antigua Europa del siglo VIII hasta nuestra América de este siglo, en la enorme mutación de los tiempos y de los lugares, ¡cómo todas las cosas son diferentes!

Si hay un espíritu que escapa a lo venerable es el espíritu norteamericano. Vista de Chicago
Y hablo de manera especial de América del Norte, porque si hay un espíritu que escapa a lo venerable es el espíritu norteamericano, que tiene su foco de irradiación en los Estados Unidos, pero que se expande a granel por las naciones vecinas del continente.
No soy economista, por lo que no puedo evaluar hasta qué punto existe este imperialismo estadounidense del que tanto se habla, desde un punto de vista financiero y material. Debe haber una exageración, porque los comunistas dicen que existe; y cuando los comunistas no mienten, exageran, pero nunca afirman toda la verdad.
El imperialismo político norteamericano prácticamente no existe. Sin embargo, hay un imperialismo ideológico dañino, imponderable, pero de una ideología difundida de manera vivencial, que se difunde por todas partes, impregna todos los ambientes y penetra en el subconsciente de las personas a través de mil canales de propaganda, enemigo de la veneración y de la desigualdad.
Si consideramos, por ejemplo, la fotografía del primer mandatario de cualquier gran nación de nuestros días, de él se puede decir todo: que cuenta chistes, que es muy inteligente, incluso habrá quien diga que es muy simpático…Hay un proverbio prosaico de antaño que a mi padre le gustaba citar en ciertas ocasiones: “No hay zapato viejo que no busque su pie hinchado”. De la misma manera, también habrá quienes encuentren diversión en ciertos personajes de la política contemporánea.
Pero lo que no puedo concebir es que alguien mire la fotografía de uno de ellos y diga: “¡El Venerable Fulano de Tal…!”
Un indicio de cómo han cambiado las cosas y que está muy presente en el espíritu es el siguiente: en los viejos tiempos, si había una elección, ganaría el más venerable. En nuestros días, ¡cuántas veces un payaso tiene más posibilidades de ganar una elección! Imaginemos a alguien que se presenta a las elecciones con las palabras: “Fulano de tal, candidato de la respetabilidad nacional”. Estaba derrotado. Así vemos cómo todo ha caído bajo el aliento de la Revolución. He aquí una pequeña meditación sobre el título de un gran santo.
Extraído de conferencia del 27/5/1972