San Joaquín y Santa Ana según las revelaciones de la Beata Ana Catalina Emmerick

Publicado el 07/26/2021

Según las revelaciones de la Beata Ana Catalina Emmerick, Ana se casó con Joaquín, también por un aviso profético del anciano Arcos. Hubiera debido casar con un levita de la tribu de Aarón, como las demás de su tribu, pero por la razón dicha fue unida con Joaquín, de la tribu de David, pues María debía ser de la tribu de David. Había tenido varios pretendientes y no conocía a Joaquín, pero lo prefirió a los demás por aviso de lo alto. 

Joaquín era pobre de bienes y pariente de San José, pequeño de estatura y delgado, hombre de buena índole y de atrayentes maneras. Tenía, como Ana, algo de inexplicable en sí, ambos eran perfectos israelitas y había en ellos algo que ellos mismos no conocían: un ansia y un anhelo del Mesías y una notable seriedad en su porte. Pocas veces los he visto reír, aunque no eran melancólicos ni tristes. Tenían un carácter sosegado y callado, siempre igual y aún en edad temprana, llevaban la madurez de los ancianos. 

Fueron unidos en matrimonio en un pequeño lugar donde había une pequeña escuela; sólo un sacerdote asistió al acto. Los casamientos eran entonces muy sencillos, los pretendientes se mostraban en general apocados, se hablaban y no pensaban en otra cosa sino que así debía ser. Decía la novia “sí” y quedaban los padres conformes; decía, en cambio, “no”, teniendo sus razones y también quedaban los padres de acuerdo. Primeramente eran los padres quienes arreglaban el asunto, a esto seguíase la conversación en la sinagoga. Los sacerdotes rezaban en el lugar sagrado con los rollos de la ley y los parientes en el lugar acostumbrado. Los novios se hablaban en un lugar aparte sobre las condiciones y sus intenciones, luego se presentaban a los padres. Éstos hablaban con el sacerdote que salía a escucharlos y a los pocos días se efectuaba el casamiento.

Joaquín y Ana vivían con Eliud, el padre de Ana. Reinaba en su casa la estricta vida y costumbre de los Esenios. La casa estaba en Séforis, aunque un tanto apartada, entre un grupo de casas, de las cuales era la más grande y notable. Allí vivieron unos siete años.

Los padres de Ana eran más bien ricos; tenían mucho ganado, hermosos tapices, notable menaje y siervos y siervas. No he visto que cultivasen campos, pero sí que llevaban el ganado al pastoreo. Eran muy piadosos, reservados, caritativos, sencillos y rectos. A menudo partían sus ganados en tres partes: daban una parte al templo, adonde lo llevaban ellos mismos y que eran recibidos por los encargados del templo; la otra parte la daban a los pobres o a los parientes necesitados, de los cuales he visto que había algunos allí que los arreaban a sus casas; la tercera parte la guardaban para sus necesidades. Vivían muy modestamente y daban con facilidad lo que se les pedía. Por eso yo pensaba en mi niñez: “El dar produce riqueza; recibe el doble de lo que da”. He visto que esta tercera parte siempre se aumentaba y que muy luego estaban de nuevo con lo que habían regalado y podían partir de nuevo su hacienda entre los demás. Tenían muchos parientes que solían juntarse en las solemnidades del año. No he visto en estas fiestas derroche ni exceso. Daban una parte de la comida a los pobres. No he visto verdaderos banquetes entre ellos. 

Cuando se encontraban juntos se sentaban en el suelo entre tapetes, en rueda, y hablaban mucho de Dios con grandes esperanzas. A veces había entre los parientes gente no tan buena que miraba mal estas conversaciones y cómo dirigían los ojos a lo alto y al cielo. Sin embargo, con estos malos, ellos se mostraban buenos y les daban el doble. He visto que estos mal criados exigían con tumulto y pretensiones lo que Joaquín y Ana daban de buena voluntad. Si había pobres entre su familia les daban una oveja o a veces varias.

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