Aunque nunca había ido por ese camino, San José sabía qué rumbo debía tomar; además, contaba con las indicaciones del Ángel. Pero después de diez días, la vía que llevaba a Egipto terminó y comenzó el desierto, con sus incertidumbres.1 No había ni un árbol, ni una posada, nada…, sólo arena y un sol abrasador. Por la noche, la temperatura bajaba y el único abrigo que el padre virginal podía ofrecer a su santísima Esposa y al Niño era una minúscula tienda que montaba con su propio manto. Para calentarse, disponían sólo del ardor de su caridad, que aumentaban hablando de las maravillas de Dios hasta que conseguían dormir, muchas veces temblando de frío.
Pasadas algunas jornadas, faltaron el agua y la comida. La Virgen llevaba en brazos al Niño Jesús, que con sus pocas semanas de vida, intentaba dormir bajo el fuerte calor. Llegaron a tal situación que, a veces, Ella tenía la impresión de que su Hijo no iba a resistir. Aquella mirada que tanta fuerza le había infundido en otras ocasiones, ahora parecía mostrar todo lo contrario: estaba casi desfallecida y nada le decía en su interior. En medio de la incertidumbre, solamente San José le inspiraba confianza a María Santísima. Él, con toda decisión, los guiaba con seguridad, como observa el Dr. Plinio: «Va adelante para abrir camino, atentísimo a lo que sucede con el Divino Infante y la Virgen Santísima. Ella confía en su esposo y confía en Dios, y por lo tanto está recogida en oración con el Niño, que se encuentra como durmiendo y agarrado a su Madre».2
Con todo, San José no conocía aquel tramo del recorrido… y el Ángel había cesado de orientarlo para probar su fe. Siendo así, se limitaba a seguir adelante, tomando el cuidado de no dejar trasparecer la menor incertidumbre a los ojos de la Virgen. Paradójicamente, el santo varón se apoyaba en Ella, convencido de que el Niño Jesús no iba a morir por estar en sus brazos: «El castísimo esposo de María […] sabía que debía rodear a Nuestra Señora de todo el confort posible: era Ella quien llevaba el adorable pequeño peso, aquel Cuerpo divino que un día sería suspendido en los implacables brazos de la Cruz».3
El viaje fue muy penoso, y ciertos demonios aprovecharon para hacer que los diversos contratiempos resultaran todavía más arduos… Surgieron tantas dificultades y problemas durante el trayecto, que San José llegó a pensar en cambiar de destino, y sino lo hizo fue por causa del mandato celestial y de las profecías que anunciaban el paso del Redentor por Egipto.
Asistencia divina en momentos extremos
Varias fuentes antiguas acerca de este viaje a Egipto narran gran cantidad de hechos maravillosos que, aunque es imposible atestiguar su autenticidad, sirven para alimentar la confianza en lo que Dios todopoderoso hizo para amparar a la Sagrada Familia, sobre todo en los momentos en que fue probada su fe hasta límites extremos.4
En algunas ocasiones, cuando San José albergaba más dudas sobre el itinerario a seguir, las fieras del desierto aparecían y, en actitud amistosa, le indicaban la dirección. Otras veces, se abría un hermoso camino de rosas de Jericó para mostrar la ruta correcta.
Una vez, la Sagrada Familia tuvo que atravesar la garganta de una montaña que estaba llena de salteadores, pero el jefe, encantado con la distinción de Nuestra Señora y de San José, en vez de robarles, quiso darles posada aquella noche. Se trataba de una familia de ladrones, ya habituada a asaltar a los viajeros que circulaban por aquella inhóspita región. Entre ellos había una señora cuyo hijo menor era leproso. A la mañana siguiente, antes de partir, Nuestra Señora bañó al Niño Jesús y recomendó a aquella mujer que lavase a su hijo en la misma agua que acababa de usar. La mujer obedeció y el niño quedó curado.
Sin embargo, el mayor milagro no fue el físico, sino el que nuestro Señor operó con años de antelación, para la salvación de aquel pequeño que no era otro sino Dimas, el futuro buen ladrón, ¡que treinta y tres años más tarde estaría junto a Jesús en lo alto del Calvario! Aquella gracia dada por el Salvador, fue el punto de partida para que después de todos los crímenes que cometería a lo largo de su vida, ¡San Dimas se arrepintiera en la hora de su muerte!
Tomado de la obra, San José ¿Quién lo conoce? pp.279-284
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Notas
1) Era muy largo el recorrido del viaje que debía hacer la Sagrada Familia. Según informa el P. Tuya, «de Belén a El Cairo hay unos 500 kilómetros, lo que supone, a pie o en caravana, unos catorce días de camino» (TUYA, op. cit., p. 42).
2) CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Conferencia. São Paulo, 30/11/1988.
3) CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Ave, cheia de graça! In: Dr. Plinio. São Paulo. Año VII. N.o 72 (Mar., 2004); p. 2.
4) 18) En su obra Josephina, Gerson, tras narrar algunas dificultades por las que la Sagrada Familia pasó durante el viaje, concluye así: «El relato que hemos hecho de los incidentes de una sola jornada de este viaje, y que se cuentan en gran número, es suficiente para entender lo que esta bendita familia tuvo que soportar hasta llegar al final. ¡A cuántos peligros no estuvo expuesta! ¡Cuántas dificultades, cuántas fatigas en el camino! ¡Cuántos temores cuando caía la tarde y había que buscar un refugio para la noche! ¡Cuántos escarnios por parte de los malvados! Lanzada de un golpe en un país completamente desconocido, temblaba a cada paso e imaginaba extrañas alarmas en aquella tierra tan poco hospitalaria. ¡Cuántas veces no tuvieron temibles encuentros con ladrones; cuántas veces no estuvieron expuestos a sufrir hambre, fatiga y los ardores de un calor asfixiante! Pero su alma, de temple fuerte, los ayudaba a despreciar todos aquellos terrores y a saber sacar, a cada instante, una energía nueva del Corazón de Dios, como hizo Moisés en el pasado; más felices que este jefe de sus mayores, nuestros dos viajeros tenían a su lado a Aquel que podía salvarlos y librarlos de todo peligro» (GERSON, Jean. Josephina. Paris: Enphen et Mas, 1874, p. 19-20).