
Cuando Dios formó a Adán del barro, no quiso que permaneciera solo, sino que le dio a Eva por compañera; así, a su «imagen y semejanza […], varón y mujer los creó» (Gen 1, 26-27). Del mismo modo, al concebir el plan de la Redención del género humano y dotar a su Hijo de la mejor de las madres, no le pareció adecuado que Ella se quedara sola; por eso decidió poner a su servicio un varón fuerte y casto, que la custodiase y reverenciase.
Es tanto el aprecio de Dios por el matrimonio, que quiso nacer en el seno de una familia santamente constituida y fundada en el afecto virginal de los esposos. San José, con su Esposa, la Virgen María, son los ejemplos más eminentes y más perfectos de la vivencia de la Fe.
Es lícito imaginar, sin temor alguno, el profundo afecto que San José tenía por la Virgen. Afecto totalmente formado por la sustancia más virginal de la pureza. El santo varón nutría hacia la Bienaventurada Virgen una veneración y una ternura las más castas posibles, constituyéndose en un sustentáculo, un consolador, un amigo y un interlocutor de su total confianza.
Tomado del Libro Las grandezas de San José, Capítulo III, p.25