San Lorenzo, Príncipe de los mártires y Diácono

Publicado el 08/10/2022

Hno Néstor Naranjo P.

La vida y el martirio de San Lorenzo, por la crueldad sin nombre con que fue inmolado, es una muestra elocuente de la santidad y fortaleza de la Iglesia del siglo III. El año 257 el Papa Sixto II había ordenado 7 diáconos para que auxiliasen en los ministerios de la Iglesia de la Ciudad de Roma. Estos fueron: Genaro, Vicente, Magno, Esteban, Felicísimo, Agapito y Lorenzo.

El emperador Valeriano emitió un Edicto de persecución contra los cristianos, prohibiendo su culto y reunión, que en general se realizaba a escondidas en las Catacumbas, los cementerios de entonces. El Papa fue preso mientras celebraba la Misa en ese lugar, siendo poco después decapitado junto con los seis primeros diáconos arriba mencionados. En el camino hacia el martirio, San Lorenzo suplicaba al Santo Padre que lo dejase morir con él pues “¿quién elevaría su cáliz?”. El Papa Sixto le respondió que en pocos días también él lo seguiría en el holocausto, dando con ello testimonio de su fe en Cristo.

Como él se encargaba de repartir las ayudas de la Iglesia entre los más necesitados de la ciudad, el alcalde le ordenó que recogiese todos los tesoros que Ella poseía y se los entregase, confiando que, por salvarse, se los llevaría. El Diácono, entonces, recorre la ciudad escondiendo todos estos bienes, entre vasos sagrados, ornamentos y otros objetos de valor, y al final del plazo estipulado, se presenta ante la jefatura del gobierno llevando consigo a todos los pobres, menesterosos y enfermos de la ciudad de Roma, afirmando que éstos eran el “tesoro de la Iglesia”.

Martirio de San Lorenzo

El alcalde, sintiéndose burlado, apresó al Diácono al instante, ordenando que fuese colocado encima de una parrilla de hierro para ser quemado en ella; y, el santo exclamó: “Yo adoro a mi Dios y sólo a Él le sirvo; por eso no temo tus tormentos”. Y nos cuenta la historia, que después de un buen tiempo en que su carne era bárbaramente calcinada por las brasas, gritó al torturador:

  • Verdugo…”

Éste, pensando que pediría clemencia se acercó al mártir, quien jocosamente se burla de él diciéndole:

  • Deme la vuelta que ya estoy quemado por este lado…”

Ésta es, muy sintéticamente, la historia del martirio de este valiente héroe de la fe, según nos lo narra el Martirologio Romano. San Lorenzo es copatrón de Roma, junto con los Apóstoles Pedro y Pablo. En la parte extra muros de la ciudad fue construida en honra suya una preciosísima Basílica, de las más importantes de la urbe.

El santo nació en Huesca, España, al norte de lo que hoy constituye la comunidad autónoma de Aragón, de la cual es su Patrón. También lo es de Florencia, Italia; Tarapacá, Chile, así como de algunas otras ciudades del mundo. En el Perú es considerado como el patrón de la minería, por haber escondido bajo tierra los tesoros de la Iglesia, entre los que se encontraban algunos metales preciosos.

Palacio Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, Madrid

El rey Felipe II, al construir El Escorial, quiso consagrarlo a San Lorenzo, para conmemorar su victoria en la Batalla de San Quintín del 10 de agosto de 1557, fiesta de este santo mártir. Por ello, el Palacio monasterio fue construido en forma de parrilla, aludiendo así a la forma de martirio sufrida por el santo. Allí fueron conducidas algunas de sus reliquias y guardadas en preciosos receptáculos de plata, que aún se conservan en la Real Basílica.

Hombres como San Lorenzo eran el tipo de varones esforzados y valientes, que enfrentaban con osadía las leyes paganas que impedían el recurso de la caridad, en orden a la salvación de las almas. Recorrían la ciudad de Roma, muchas veces por laberintos húmedos y malolientes, alegres de poder llevar una palabra de aliento a los enfermos, a los débiles o cobardes en su fe, a los ancianos o inválidos; o entonces, a los condenados a muerte por profesar su fe en Cristo, usando, según la coyuntura, de estratagemas sagaces y disfraces inteligentes.

Siempre revestidos del vigor que les daba su certeza en la vida eterna, y llenos de amor a su Señor, que antes nos diera ejemplo padeciendo por nosotros y dejándonos una bellísima lección para seguir sus huellas: derramar su sangre por el nombre de Cristo, a quien se ha amado ardientemente durante su vida, y a quien también se quiere imitar en su muerte…

Pidamos al glorioso santo que ayude a nuestro mundo, ilumine a los poderosos a ser generosos con los débiles, y dé a los ministros del Señor un celo ardiente en el cumplimiento de sus sagrados deberes, hasta la extenuación de su última energía, siendo capaces de ofrendar sus vidas por la de sus hermanos, como el grano de trigo que muere para dar nacimiento a muchísima vida en Cristo, siendo semilla de cristianos.

No sin razón, la oración colecta de este día nos dice:

Oh Dios bueno y generoso: Tú quieres que seamos para todos ministros de tu generosidad y alegría. Ayúdanos a expresarte nuestra gratitud a ti y a revelar tu bondad compartiendo lo que somos y tenemos con alegría y con toda sinceridad como el diácono San Lorenzo que imitó le entrega de sí mismo de tu Hijo, Jesucristo nuestro Señor.

San Lorenzo, ruega por la Iglesia, ruega por nosotros y da fortaleza de espíritu a todos los que batallamos en las grandes lides de la historia, rumbo al triunfo del Inmaculado Corazón de María.







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