
Juan Marcos era muy niño cuando Jesús predicaba y tenía contacto con sus padres. La noche del prendimiento dormía tranquilamente en la casita de campo de Getsemaní. Le despertó el ruido de las armas y el tropel de las gentes que llevaban preso a Jesús, y, envuelto en una sábana, salió a curiosear.
Salvador Muñoz Iglesias
«Yo creo en el testimonio de un hombre que se deja degollar por la verdad de lo que atestigua» (pascal)
Resulta interesante y consolador reconstruir, a través de los datos consignados por San Lucas en los Hechos de los Apóstoles, el desarrollo de las primitivas comunidades cristianas.
La de Jerusalén, que fue la primera -fundada el mismo día de Pentecostés con los “casi tres mil” convertidos por el primer sermón de San Pedro-, tenía vanos centros de reunión, de los cuales tal vez el principal era «la casa de María».
Vivía esta buena mujer -acaso viuda, pues su marido no se nombra nunca- en una casa espaciosa y bien amueblada, que, según todas las probabilidades y los testimonios de la antigüedad , fue donde celebró Jesús la última Cena, donde se reunieron los discípulos después de la muerte del Señor y de su ascensión, y donde tuvo lugar la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles. Acaso era suyo también el huerto de Getsemaní, en el monte de los Olivos, donde el Señor acostumbraba a pasar las noches en oración cuando estaba en Jerusalén.
Era la de María una familia levítica. Su marido había sido sacerdote del templo de Jerusalén. Su hijo, según la costumbre helenista, llevaba dos nombres: Judío el uno y romano el otro. Se llamaba Juan Marcos.

Le despertó el ruido de las armas y el tropel de las gentes que llevaban preso a Jesús, y, envuelto en una sábana, salió a curiosear. Los soldados le echaron mano. Pero él logró desenredarse de la sábana y huyó desnudo.
Juan Marcos era muy niño cuando Jesús predicaba y tenía contacto con sus padres. La noche del prendimiento dormía tranquilamente en la casita de campo de Getsemaní. Le despertó el ruido de las armas y el tropel de las gentes que llevaban preso a Jesús, y, envuelto en una sábana, salió a curiosear. Los soldados le echaron mano. Pero él logró desenredarse de la sábana y huyó desnudo.
Después de Pentecostés, siguió siendo la casa de María el centro de reunión más frecuentado por los apóstoles y acaso la morada habitual de San Pedro. Allí se hizo la elección de San Matías, allí se celebraba la «fracción del pan», allí hacían entrega de sus haberes los nuevos convertidos para que los apóstoles al principio, y más tarde los diáconos, los distribuyesen entre los pobres.
Uno de los primeros bautizados por San Pedro fue Juan Marcos, el hijo de María, la dueña de la casa.
El niño Juan Marcos del año 30 era ya un hombre cuando el año 44 decidió marcharse con su primo José Bernabé a la ciudad del Orontes.
Era José hijo de una familia levítica establecida en Chipre y primo carnal de Marcos. Sus padres le enviaron a Jerusalén a los quince años para que estudiara las Escrituras a los pies de Gamaliel, como Saulo, y acaso al mismo tiempo que éste. Era natural que se hospedara en la casa de su tía.
Allí le sorprendieron los acontecimientos que dieron lugar a la fundación de la Iglesia cristiana. José Bernabé creyó desde el principio y quién sabe si hasta siguió al Maestro en alguna de sus correrías.
Los apóstoles aprovecharon muy pronto para la catequesis entre los judíos su gran conocimiento de la Ley, y, visto su celo en el desempeño de su ministerio, le apellidaron Bernabé, el hijo de la consolación o de la profecía, el hombre de la palabra dulce e insinuante.
En los comienzos de la fe en Antioquía fue enviado allí para predicar, y allá reclamó la ayuda de su antiguo condiscípulo, ya convertido, Saulo.
Ahora, por los años 42 al 44, ante las profecías insistentes que prenunciaban una grande hambre en Palestina, los fieles antioquenos habían hecho una colecta para los de Jerusalén, y Bernabé y Saulo habían venido a traerla. Se hospedaron, como era natural, en casa de María.
Cuando, cumplida su misión, volvieron a Antioquía se fue con ellos Juan Marcos.
Un día el Espíritu Santo pidió que Saulo y Bernabé emprendieran un viaje de misión. Juan Marcos no acierta a separarse de su primo, y marcha con Bernabé.
Acaso por iniciativa de éste, explicable por su afecto hacia la patria chica, se dirigen a Chipre. Atraviesan la isla de Salamina a Pafo, bautizando, entre otros, al procónsul Sergio Paulo, y reembarcan hacia las costas de Panfilla.
A la vista del país escabroso e inhóspito que atravesaban, Juan Marcos se acobardó. Acaso en el campo que separaba Atalía de Perge sufrieron por parte de las bandas famosas de esclavos fugitivos que infestaban los montes de Pisidia lo que San Pablo llamaría más tarde, en su carta segunda a los corintios, «peligros de los ladrones», «peligros de los caminos» o «peligros de la soledad». Sobre todo pesaba mucho en el corazón aún tierno de Marcos el recuerdo de su madre. Y desde Perge, sin escuchar las razones de sus decididos compañeros, se volvió a Jerusalén.
Cuando el año 49 Pablo y Bernabé, a la vuelta de su primera misión, hubieron de subir a Jerusalén para resolver en el primer Concilio apostólico la cuestión de los judaizante, volvieron, sin duda, a la casa de Maria. Juan Marcos estaba pesaroso de no haberlos acompañado y escuchaba con envidia la relación de sus aventuras apostólicas.
Bajó de nuevo con ellos a Antioquía.
A los pocos días -escribe San Lucas en los Hechos de los Apóstoles- le dijo Pablo a Bernabé: «Volvamos a visitar a los hermanos por todas las ciudades en las que hemos predicado la palabra del Señor, y a ver que tal les va Bernabé quería llevar consigo también a Juan, llamado Marcos, pero Pablo juzgaba que no debían llevarlo, por cuanto (en el primer viaje) los había dejado desde Panfilia y no había ido con ellos a la obra. Se produjo cierto resentimiento entre ellos, de suerte que se separaron uno de otro, y Bernabe, tomando consigo a Marcos, se embarco para Chipre, mientras que Pablo, llevando consigo a Silas, partió encomendado por los hermanos a la gracia del Señor» (Hch 15,36-40)
Aquí terminan los datos que sobre la vida del evangelista que nos refieren los Hechos de los Apóstoles.
No sabemos cuánto duró este segundo viaje que San Marcos hizo en compañía de su primo Bernabé. Poco debió de durar, porque la tradición posterior nada nos dice de él, y, en cambio todos los testimonios antiguos nos hablan de su ministerio en compañía de Pedro. A raíz del concilio de Jerusalén baló San Pedro a Antioquía, y, al parecer, se hizo cargo del gobierno de aquella comunidad.
Al regreso del viaje segundo con Bernabé, San Marcos debió marchar a Roma con San Pedro, que -no sabemos cuándo, pero ciertamente entre el 50 y el 60- llegó a la capital del Imperio.
En Roma se hallaba San Marcos cuando en la primavera del año 61 llegó San Pablo, custodiado por el centurión Julio, a presentar su apelación al César.
Para estas fechas había ya escrito su Evangelio, que es el segundo de los cuatro admitidos por la Iglesia. Un día en que Pedro exponía la catequesis cristiana en casa del senador Prudente -padre de Santa Prudenciana y Santa Práxedes- ante un selecto auditorio de caballeros romanos, pidiéronle éstos a Marcos que, pues llevaba muchos años en compañía de San Pedro y se sabía muy bien sus explicaciones, se las escribiera para poder ellos conservarlas y repasarlas en casa. No quiso hacerlo Juan Marcos sin contar antes con el apóstol, mas éste -según el testimonio de San Clemente Alejandrino, que nos ha conservado estos datos- ni lo aprobó ni se opuso. Más tarde, cuando vio el Evangelio redactado por San Marcos, recomendó su lectura en las Iglesias, según refiere Eusebio.
Este sencillo episodio nos demuestra la mentalidad de los apóstoles sobre la Escritura como fuente de revelación. Sabido es que los protestantes afirman ser la Sagrada Escritura la única fuente en la que se contiene la doctrina revelada, y rechazan bajo este aspecto la tradición de la Iglesia. Olvidan que Cristo no escribió nada y que los Evangelios no contienen todo lo que Cristo hizo y enseñó. Por la misma fuente que ellos admiten se les convence fácilmente de su error. Es el propio San Juan que nos asegura: «Muchas otras cosas hizo Jesus, las cuales, si se escribiesen una por una, creo que este mundo no podría contener los libros».
En la predicación era otra cosa. Un día este tema y otro día otro, unas cosas este apóstol y otras aquél, es seguro que entre todos no dejaron de transmitir una sola de las enseñanzas que del Maestro recibieron. La mayoría de ellos no escribieron nada. Los que lo hicieron, lo hicieron ocasionalmente, como en las Epístolas, o fragmentadamente, como en los Evangelios.
El episodio de San Pedro y San Marcos demuestra que la preocupación fundamental de los apóstoles y el medio en que todos pensaron principalmente para la transmisión de sus enseñanzas fue la predicación oral.
A través de ella, y por tradición,se han conservado en la Iglesia muchas cosas que no hallamos consignadas en las Santas Escrituras. y, consiguientemente, estamos en lo cierto los católicos al admitir, contra los protestantes, como doble fuente de revelación la Escritura y la Tradición.

San Marcos fue el fiel intérprete del corazón de San Pedro, apóstol. San Pedro – Pedro Sierra – Museo Nacional de Arte de Cataluña – Barcelona – España
Un resumen de la predicación catequística de San Pedro es el Evangelio de San Marcos. Quizá por eso -y no porque sirviera al apóstol de intermediario para entenderse con los romanos- le llamaron San Papías y San Ireneo, y con ellos toda la tradición posterior, «el intérprete de Pedro».
De la estancia de San Marcos en Roma y de sus ulteriores viajes sabemos muy poco. En Roma seguía cuando, hacia el año 62, San Pablo enviaba recuerdos de él a los colosenses (4,10) y a Filemon (24), anunciándoles el próximo viaje de San Marcos a Colosas. Y en Éfeso se encontraba hacia el 67, cuando el mismo San Pablo, cautivo por segunda vez, escribía la última carta a Timoteo, rogándole se volviese a Roma con Marcos, cuyos servicios echaba de menos. Se le atribuye la fundación de la Iglesia de Alejandría.
La leyenda de las Actas apócrifas de Bernabé y de Marcos, recogida por Slmón de Metafraste, contiene detalles muy curiosos de esta misión.
Al entrar San Marcos en la aldea de Mendión, muy próxima a Alejandría, se le descosió milagrosamente una sandalia.
Esto quiere decir -exclamó– que el camino que llevo esta expedito y me será muy fácil.
Llegó al tugurio de un modesto remendón y le rogó que le cosiera la sandalia. El zapatero se atravesó involuntariamente con la lezna o aguja de zapatero la mano y por toda queja dijo: No hay mas que un Dios.
Marcos oró al Señor y curó milagrosamente la mano del remendón, que inmediatamente se bautizó con toda su familia .Tras largo tiempo de predicación muy fructuosa le sobrevino la persecución y el martirio.
Aquel año coincidió el domingo de Pascua con la Fiesta de Serápides en el 24 de abril, que los egipcios llamaban Farmuti. Los paganos, enfurecidos por los éxitos del evangelista, que estaba dejando vacíos sus templos, creyeron prestar un servicio a su diosa si en el día de su fiesta se deshacían de él.

Martirio de San Marcos en Alejandría. Grabado de Jan Luyken, 1685.
Prendiéronle por la noche, mientras celebraba los divinos oficios, y, atándole al cuello una soga, le llevaron a la cárcel, mientras entre danzas lascivas y gestos de borrachos clamaban a coro: ¡llevemos este búfalo al abrevadero!
Allí pasó la noche, y fue recreado con una visión de Jesús, que le animaba al martirio. Cuando a la mañana siguiente le llevaban, igualmente con la soga al cuello, al lugar del suplicio, entregó su alma a Dios, repitiendo las palabras del Maestro en la Cruz: En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu.
Era -termina Simón de Metafraste- el mes que los egipcios llaman Farmuti y los judíos Nisán, el día séptimo antes de las calendas de mayo, según cuentan los romanos, esto es, el 25 de abril, bajo el emperador Claudio Nerón César, aunque… para nosotros, los cristianos, mejor sería decir: Reinando Nuestro Señor Jesucristo, de quien es toda gloria e imperio, con el Padre y el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
Extraído, de:
«Año Cristiano IV. Abril».
Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, BAC, 2003, v. IV; pp 555-559.