San Pedro Julián Eymard

Publicado el 08/02/2022

Nuestro Señor Jesucristo quiere establecer en nosotros un amor apasionado por Él. Toda virtud, todo pensamiento que no termina en una pasión, que no acaba por volverse una pasión, nada producirá de grande jamás”.

Plinio Corrêa de Oliveira – Monseñor João Clá Dias, EP

Un nuevo Elías

San Pedro Julián Eymard era como una nueva edición del Profeta Elías, por el fuego que había en su alma. Este santo vivió en el siglo pasado en Francia. Por su nombre se sabe que fue francés. Era fundador de una orden con una finalidad admirable, que nos sorprendemos de ver que solo hasta el siglo XIX hubo quién la fundara.

Él consideró que, dado el hecho de que Nuestro Señor Jesucristo está realmente presente en el Santísimo Sacramento del Altar y nos visita diariamente, desde que queramos recibir la Sagrada Comunión, que el culto que el común de los fieles prestaba al Santísimo Sacramento era un culto bueno, serio, loable, digno, etc., pero que podía ser llevado mucho más lejos, pudiendo ser llevado hasta sus últimas consecuencias, fundó una Orden religiosa de Padres que tenía por fin hacer que esos Padres llevaran el culto al Santísimo Sacramento tan lejos cuanto fuera posible, con todas sus consecuencias, y que actuaran dentro de la Iglesia de manera que ayudaran a Padres de otras órdenes y ayudar a los fieles a llevar también ese culto hasta sus últimas consecuencias.

La orden de los sacramentinos innova en la devoción al Santísimo Sacramento

Entonces, él lanzó una serie de maneras de prestar culto al Santísimo Sacramento, las más lógicas posibles, pero novedosas. La primera fue la adoración perpetua al Santísimo Sacramento. Se dio entonces que, en las iglesias de los Sacramentinos, el Santísimo Sacramento permanecía expuesto perpetuamente a la adoración de los fieles, noche y día, sin parar. De esta forma, Nuestro Señor no quedaba, en las pequeñas o grandes ciudades solo, durante horas, en el sagrario… Es verdad que, en esas horas, Él es adorado por Nuestra Señora, por San José y por toda la corte celestial. Pero Él no los creó únicamente a ellos. Creó también a los hombres que están aquí en la tierra, viviendo de la bondad de Él, y que deben vivir a su servicio. Pero todos duermen como los Apóstoles en el Huerto de los Olivos, y el sagrario está vacío… Delante del sagrario no hay nadie. ¡Es algo que parte el corazón!

Entonces, San Pedro Julián Eymard fundó esta benemérita congregación del Santísimo Sacramento.

La pasión que mueve todos los actos humanos

¡San Pedro Julián fue un hombre de una virtud avasalladora! Ustedes tienen aquel célebre trecho de San Julián Eymard sobre el entusiasmo. San Julián Eymard dice lo siguiente:

Nuestro Señor quiere establecer en nosotros un amor apasionado por Él.

Pero ese amor apasionado por Nuestro Señor comporta un amor apasionado por Él en el alma del prójimo. Esta sed de alma está dentro de esta afirmación de San Pedro Julián:

Nuestro Señor quiere establecer en nosotros un amor apasionado por Él. Toda virtud, todo pensamiento que no termina en una pasión, que no acaba por volverse una pasión, nada producirá de grande jamás.

¡Nuestro amor por los otros debe culminar en una pasión, en un deseo, en entusiasmo de querer hacer el bien por el otro!

El amor sólo triunfa cuando es en nosotros una pasión vital.

¡Pasión vital aquí es pasión con vida!

Sin eso pueden producirse actos aislados de amor, más o menos frecuentes. La vida no es tomada, no es nada.

Nuestro amor, para ser una pasión, debe sufrir las leyes de las pasiones humanas. Hablo de las pasiones honestas, naturalmente, buenas, pues las pasiones son indiferentes en sí mismas.

Nosotros las volvemos malas cuando las dirigimos al mal, pero solo de nosotros depende utilizarlas para el bien.

Ahora bien, la pasión que domina al hombre lo concentra. Tal hombre quiere llegar a una determinada posición honrosa y elevada; solo para eso trabajará diez, veinte años, no importa. “¡Llegaré!” dice él. Hace unidad, todo se encuentra reducido a servir a ese pensamiento, ese deseo, deja de lado todo cuanto no conduzca a su objetivo.

He ahí cómo se llega en el mundo a lo que se desea. Esas pasiones pueden volverse malas y ahí muchas veces no son más que un crimen continuo. Pero, en fin, pueden ser y son aún honoríficas.

Sin una pasión, nada se alcanza. La vida carece de objetivo, se arrastra una vida inútil.

¡Quien no tiene ese ardor tiene una vida inútil! Lo dice San Pedro Julián Eymard. ¡Inútil! ¡Quien no tiene pasión y quien no tiene deseo de llevar a los otros a la perfección es un inútil! Es muy claro.

Pues bien, en el orden de la salvación es necesario tener también una pasión que nos domine la vida…

Es necesario tener una llamarada dentro del alma, ardiendo constantemente.

y le haga producir, para gloria de Dios, todos los frutos que el Señor espera.

Amad tal virtud, tal verdad, tal ministerio apasionadamente, devotadle vuestra vida, consagradle vuestros pensamientos y trabajos. Sin esto, nada alcanzaréis jamás. Seréis solo un asalariado, no más un héroe.

¡Ah! En el juicio no serán tanto nuestros pecados los que nos aterrorizarán y nos serán censurados. Están irrevocablemente perdonados. Pero Nuestro Señor nos censurará por su amor.

Es en función del amor que seremos juzgados.

Vosotros me amasteis menos que a las criaturas, vosotros no hicisteis de mí la felicidad de vuestra vida, vosotros me amasteis bastante para no ofenderme mortalmente, pero no para vivir de mí”.

Dirán: “¡Pero es exageración todo eso!” Pero ¿qué es el amor sino la exageración? Exagerar es ultrapasar la ley. Pues bien, ¡el amor debe exagerar!

Vamos, entremos en Nuestro señor, amémoslo un poco por Él, sepamos olvidarnos y darnos a ese buen Salvador, inmolémonos un poco. Considerad estos cirios, esta lámpara, que se consumen sin dejar vestigios, sin nada reservar.

Aquí termina el texto. El amor a Dios es, entonces, estar lleno de Él. Y este amor, cuando es aplicado a Nuestro Señor en el alma de los otros, ¡da como resultado una llamarada que sube hasta el Cielo! En consecuencia, lo que hagamos en el futuro será mucho más que aquello que hacemos en el presente.

Santo do Dia (ANSA) – 8/II/95 — Almuerzo (EANS) – 20/XI/90 — Jour le jour (ANSA) – 9/II/97 – Con adaptaciones



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