Santa Clotilde y la conversión del Rey Clodoveo

Publicado el 06/06/2023

Enfrentando pruebas muy duras con mucha fe y confianza en la Divina Providencia, Santa Clotilde consiguió la conversión de su esposo Clodoveo, rey de Francia. Después de la victoria ganada en la batalla de Tolbiak, él y tres mil de sus soldados fueron bautizados por San Remigio, obispo de Reims.

Plinio Corrêa de Oliveira

A pesar de ser hija de los reyes de Borgoña, Clotilde tuvo una infancia muy triste. Nacida alrededor del año 475 en Gundebaldo, su tío, obsesionado por la ambición, asesinó a los padres de Clotilde, a dos de sus hermanos, enclaustró a la hermana mayor en un convento y se llevó consigo a Clotilde, niña de extraordinaria belleza. Aunque vivía en todo un ambiente ario, Clotilde tuvo la suerte de tener una maestra católica que la educó en la verdadera religión. Cuanta más aversión le inspiraba la presencia del asesino de los padres, tanto más se entregaba a Dios y a su divina Madre.

Capilla riquísima y culto esplendoroso

En balde se esforzaba por pasar inadvertida para el mundo: de una rara belleza y, aún más, por sus hermosas cualidades de corazón y espíritu, esta doncella se atrajo la atención de toda Borgoña, que se enorgullecía de poseer una princesa tan virtuosa.

Pedida en matrimonio por Clodoveo I, rey de Francia, dio su consentimiento solamente después de mucha oración, y aún así, con la condición de que el rey, que todavía era pagano, la dejaría practicar la religión cristiana. Clodoveo dio su palabra de honor de respetar la religión de Clotilde, y así contrajeron nupcias el año 493.

El único deseo de Clotilde era la conversión del rey y del pueblo al catolicismo. Contando con la influencia del buen ejemplo, la Reina instaló en el palacio una capilla muy rica y organizó el culto de la manera más esplendorosa. Personalmente, de rigurosa puntualidad en el cumplimiento de los deberes religiosos, su vida era de penitencia y caridad sin precedentes. De este modo, Clotilde no sólo logró ser respetada y querida entre los elementos más o menos hostiles a la religión cristiana, sino que también logró que el rey fuera perdiendo sus prejuicios en materia de religión y se sintiese feliz poseyendo una esposa tan virtuosa.

Clotilde no perdía la oportunidad de mostrarle a su esposo la belleza de la Religión de Cristo. Dirigía incesantemente oraciones a la misericordia divina, para que tuviera compasión del Rey y del pueblo de Francia y les concediera la gracia de la conversión. Clodoveo no era ajeno a las súplicas de su esposa, pero no se atrevía a abandonar las supersticiones del paganismo, temiendo el disgusto del pueblo. Sin embargo, consintió en que el primer hijo pequeño fuera bautizado con toda solemnidad.

Pruebas durísimas enfrentadas con confianza en Dios

 

Quiso Dios sujetar a su fiel servidora a pruebas muy duras. El primer hijo murió pocos días después de recibir el bautismo. Indescriptible era el dolor del rey y su corazón se llenó de rencor contra su esposa, levantando las acusaciones más duras contra ella.

— Veo en la muerte de mi hijo la ira de los dioses que, irritados por el bautismo cristiano, así tomaron venganza.

Clotilde, dócilmente, respondió:

— No menos razón tengo para llorar la muerte del niño; pero doy gracias a Dios que se ha dignado darme un hijo para llevarlo pronto a su reino.

¡Qué hermosa respuesta, digna de una madre cristiana!

Clotilde no se desanimó y continuó preparando el espíritu de Clodoveo para recibir la gracia del cristianismo. Cuando dio a luz a su segundo hijo, consiguió otra vez del Rey el consentimiento para el Bautismo del niño. Sin embargo, sucedió que este segundo niño también cayó gravemente enfermo después de la recepción del Sacramento.

Para Clodoveo ya no había ninguna duda de que era el sacramento cristiano la causa de la muerte del primero y la enfermedad del segundo hijo. Alucinado por el dolor, rompió en blasfemias y lanzó los insultos más graves a su esposa. Clotilde sufrió todo en silencio, pero su amor a Dios y su confianza en la Divina Providencia no sufrieron disminución ninguna. Para desagraviar la Santa Religión ultrajada, tomó al niño enfermo en sus brazos y, de rodillas ante el crucifijo, ofreció la inocencia del niño por la conversión del padre. Dios recompensó esta humildad y caridad con la curación repentina del pequeño.

La alegría y el asombro de Clodoveo, al ver a su hijo sano y salvo, fue indescriptible. Bendiciendo la grandeza y el poder del Dios de los cristianos, prometió aceptar la fe cristiana, una promesa cuyo cumplimiento luego retrasó, alegando mil razones.

“Si yo estuviera allí con mis francos …”

Mientras tanto vino la guerra contra los alamanes. Al despedirse de la mujer, ella le dice:

— No pongas tu confianza en tus dioses que no tienen poder, pero confía en Dios Todopoderoso que te dará la victoria sobre tus enemigos.

Recuerda estas palabras, cuando te encuentres en peligro.

En Tolbiac se libró una sangrienta batalla, y la victoria pendía hacia el
lado de los alamanes. En las filas de los ejércitos de Clodoveo ya había entrado el desorden, y él mismo estaba en peligro de ser hecho prisionero.

 En esta angustia suprema, Clodoveo recordó las palabras que su esposa le había dicho en la despedida, y con los ojos y manos levantados hacia el
cielo, así oró:

«¡Oh Dios de Clotilde, ven en mi socorro! Si me liberas de este peligro y me concedes la victoria, creeré en Vos y vuestra religión será introducida en mi reino.»

Inmediatamente las cosas cambiaron de aspecto. Un pánico inexplicable se apoderó de los enemigos, que fueron completamente derrotados. Indescriptible era la alegría de los francos y del rey, que tan evidentemente acababan de experimentar el poder del Dios de los cristianos.

Esta vez Clodoveo cumplió su palabra. Instruido en la doctrina cristiana por San Remigio, por ese mismo santo Obispo fue bautizado el año 496 en Reims, y con él tres mil francos recibieron el mismo sacramento. Las calles de la ciudad ostentaban pomposos ornatos y la catedral se encontraba solemnemente adornada.

– ¿Éste es el reino del cielo, Santo Padre? – preguntó el rey mientras cruzaba el umbral de la catedral.

Cuando el obispo le habló de la muerte de Cristo en la Cruz, Clodoveo respondió:

— Si hubiera estado allí con mis francos, no le habría pasado nada.

Cuando Clodoveo fue a la pila bautismal, San Remigio lo recibió con estas palabras:

— Inclina tu cabeza, altivo sicambro, y adora lo que hasta ahora has perseguido y persigue lo que has adorado.

La tradición dice que, en el momento del bautismo de Clodoveo, todo el pueblo vio una paloma muy blanca que llevaba en su pico un frasco con los santos óleos, y un Ángel llevaba un estandarte de bordado riquísimo.

El frasco se conservó hasta la época de la Revolución Francesa, cuando fue quebrado. La flor de lis, desde entonces el blasón de armas de los reyes de Francia, es un símbolo muy antiguo de origen celta y significa fertilidad.

Aunque cristiano, Clodoveo continuó su carrera de conquistador, dando muchas pruebas de un carácter bárbaro y de índole feroz. Murió a la edad de setenta años. Clotilde tenía muchos y profundos disgustos con sus hijos, que se guerreaban en luchas fratricidas. Murió el año 545 y su cuerpo se encuentra en la iglesia de Santa Genoveva, en París. 

Extraído de O legionário n. 773, 1/6/1947

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