Santa Elizabeth Ann Seton – Convertida por el Santísimo Sacramento

Publicado el 01/04/2021

Del seno de la aristocracia anglicana norteamericana, la Providencia llama a un alma para cambiar las directrices de la educación en los Estados Unidos. Ésta fundará una congregación sobre la roca inquebrantable de la Eucaristía, bajo cuya sombra florecen los carismas y se solidifican las obras de Dios

Como flor radiante, con el perfume de la pura inocencia bautismal, Teresa entra en el Carmelo de Lisieux y, a continuación, siguiendo la “Pequeña vía”, lleva a cabo su misión.

Con Agustín sucedió algo muy diferente. Entrando ya en plena edad madura, después de una juventud de pecado, la gracia lo toca, se convierte y progresa a pasos agigantados en sabiduría y virtud.

Uno y otro caso ilustran las diferentes circunstancias en las que Dios busca a sus elegidos, y los caminos “personalizados” que les traza. “Hay diversidad de actividades, pero es el mismo Dios el que realiza todo en todos. En cada uno, el Espíritu se manifiesta para el bien común” (1 Cor 12, 6-7).

Elizabeth Ann Seton fue escogida en una situación muy particular. De religión anglicana, casada con un rico comerciante, madre de cinco hijos, nada parecía indicar los elevados designios para los cuales la Providencia iba a llamarla. Pero de su correspondencia a la gracia dependerían miles de almas y, en cierto sentido, todo un país.

Y ella dijo: “¡Sí!”. Movida de entusiasmo por la presencia real de Nuestro Señor en la Eucaristía, se hizo hija de la Iglesia Católica. Esta conversión transformaría no sólo su vida, sino también la historia del Catolicismo en los Estados Unidos. Dos siglos después de su nacimiento, será proclamada santa y es la primera norteamericana elevada a la honra de los altares.

Una infancia sufrida

Segunda hija del famoso médico Richard Bayley y de Catherine Charlton, Elizabeth Ann Bayley vino al mundo meses antes del estallido de la Guerra de la Independencia de los Estados Unidos, un 28 de agosto de 1774. La familia vivía en Nueva York y eran descendientes de los primeros pobladores de la región. Al igual que la mayoría de los miembros de la alta sociedad de la ciudad, eran anglicanos practicantes.

Antes de completar los tres años quedó huérfana de madre, y su padre contrajo nuevo matrimonio, del que nacieron otros siete hijos. La pequeña hijastra era despreciada por la madrastra, que le hacía sentir especialmente la ausencia de la madre. También su padre, absorto por los servicios y la investigación médica, no podía responder a los cariñosos sentimientos de su afectuosa hija.

En tales circunstancias, Elizabeth, de ocho años de edad, fue enviada a la finca de un tío paterno, para vivir allí en compañía de sus primos. El período que pasará en el tranquilo entorno del campo determinará la formación de su carácter decidido y contemplativo.

Matrimonio en la alta sociedad

Con dieciséis años, Elizabeth regresa a Nueva York. La frescura y la gracia de su juventud, la distinción de su fisonomía y la nobleza de su porte hicieron que en un corto período de tiempo, su presencia se tornase necesaria en las reuniones de la sociedad de Nueva York.

Antes de cumplir veinte años, contrae matrimonio con William Magee Seton, miembro de una reconocida familia de comerciantes. Los ocho primeros años de la pareja transcurrieron prósperos y tranquilos. Bendecidos con cinco hijos —Anna, Richard, William, Catherine y Rebecca— los Seton vivían en uno de los mejores barrios de Nueva York, llevando una vida llena de lujos.

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Muy religiosa y caritativa, Elizabeth participaba en las actividades patrocinadas por la Iglesia Anglicana y se preocupaba con los sufrimientos del prójimo. Le dolía por encima de todo ver las amarguras por las que pasaban las viudas pobres. Para darles asistencia, organizó, en unión con otras damas ricas, una asociación benéfica. La joven señora Seton no podía imaginar que, dentro de unos años, se encontraría en una situación similar a la de aquellas mujeres…

Llegan a las tribulaciones

En 1803 la empresa familiar Seton quebró. Al mismo tiempo, William contrajo tuberculosis. Con el fin de cambiar de clima, en un último intento para restaurar la salud de su esposo, Elizabeth partió para Livorno, Italia, llevando con ellos a la hija mayor, entonces con ocho años, llamada Annina. A los ojos de la familia y los amigos, este viaje parecía una locura.

Sin embargo, cada uno de esos días constituía un tramo del largo camino marcado por la Providencia para llevar a Elizabeth a la Iglesia Católica.

Entre los muchos contactos empresariales que William Seton mantenía con Europa, estaban los hermanos Antonio y Filippo Filicchi de Livorno, con quienes había cimentado una sólida amistad. Por esta razón, los Seton habían combinado en hospedarse en casa de los Filicchi durante el tiempo que allí pasasen.

Sin embargo, al llegar a Livorno, las autoridades sanitarias decretaron cuarentena a la tripulación de la nave recién llegada, debido a la noticia de que la fiebre amarilla arrasaba las tierras americanas. Los Seton fueron enviados a una lazareto, una cons trucción de paredes frías y húmedas, donde la salud de William empeoró aún más.

Las primeras gracias de la conversión

Abandonada de todo el mundo, viendo a su marido adelgazar día tras día y sufriendo privaciones, Elizabeth se puso a considerar su vida a través de un prisma más sobrenatural.

El confinamiento físico hizo que su alma se abriera más a las inspiraciones de la gracia, y comenzó a escuchar atentamente las explicaciones acerca de la Doctrina Católica que le daban las pocas personas con las que tuvo contacto durante ese período.

Después de la cuarentena, los Seton se dirigieron a Pisa. Debilitado por los días pasados en el lazareto, William murió en menos de dos semanas.

Elizabeth tenía entonces treinta años de edad.

La familia Filicchi, con verdadero espíritu de caridad cristiana, acogió en su hogar a su viuda e hija. Deseando distraerlas un poco, les propusieron visitar Florencia a la espera de la salida del buque que las llevaría de vuelta a América. Elizabeth aceptó la invitación.

Un domingo, la esposa de Antonio Filicchi, Amabilia, la invitó a asistir Misa en la Iglesia de la Annunziata.

Al entrar en el templo sagrado, Elizabeth se sintió tocada en lo más profundo del alma. Reinaba cierta penumbra en el recinto. Alrededor del altar, muchas personas rezaban el Rosario, llenas de devoción. La mirada maravillada de Elizabeth recorrió las obras de arte que embellecían el ambiente: tallas en madera, hermosas piedras de diferentes colores, pinturas que representaban escenas de la Biblia. Al salir de allí, escribiría en su diario: “No se puede tener una idea de cómo es todo esto por medio de una simple descripción ”.1 Después de ese día, Elizabeth sintió un cambio en su interior. ¿Qué había en las iglesias católicas que la atraían tanto?

La Providencia se deja sentir

Entre las visitas a las iglesias y otros monumentos, pasaron los días fijados para regresar a Nueva York.

Sin embargo, por razones técnicas, la salida del buque se demoró.

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Santa Elizabeth Ann Seton

Los Filicchi aprovecharon este tiempo para instruirla más a fondo en la Fe, exponiéndole la doctrina de la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Elizabeth quedó encantada con la idea de poder encontrarse con Nuestro Señor Jesucristo en las Sagradas Especies.

Unos días más tarde, Dios le enviaría una gracia sensible para hacerle creer en esta sublime verdad de Fe. En compañía de la familia Filicchi, asistía a Misa en la iglesia de la Madonna delle Grazie , en Livorno. Cuando el celebrante estaba elevando la Sagrada Hostia, después de la Consagración, alguien se arrodilló junto a Elizabeth y le dijo a su oído: “Ahí está lo que llamamos ‘presencia real’”. Arrebatada por estas palabras, ella se inclinó llena de veneración y, por primera vez, adoró a Jesús en la Eucaristía, mientras trataba de contener las lágrimas.

Más tarde escribiría a su cuñada, Rebecca Seton, que residía en Nueva York: “¡Qué felices seríamos si creyésemos en lo que esas almas buenas creen! Ellos tienen a Dios en el Sacramento, Él permanece en sus iglesias y se le lleva a los enfermos ¡Oh, Dios mío! Cuando conducen al Santísimo Sacramento bajo mi ventana, aún sintiendo la soledad y la tristeza por mi situación, no puedo controlar mis lágrimas, pensando: ‘Dios mío, cómo me gustaría ser feliz si, lejos de todo lo que me es querido, Te pudiera encontrar en la iglesia como ellos te encuentran! ”.2

El encuentro con la verdadera madre

Comenzaba para Elizabeth una de sus más arduas luchas espirituales.

Abandonar el anglicanismo significaba renunciar a la religión en la que naciera y viviera hasta entonces, pero Jesús Eucarístico le atraía a la Iglesia Católica.

Incluso la pequeña Annina ya estaba maravillada por el catolicismo y, a menudo repetía: “Mamá, ¿no hay católicos en América? Cuando volvamos a casa, ¿nos iremos a la Iglesia Católica?”. 3

Cómo buena madre, se sentía responsable, no sólo para su propia salvación, sino también por la de sus hijos.

Por lo tanto, se pusó a rezar, pidiéndo a Dios una orientación.

Un día, Elizabeth se encontró entre las manos un librito de oraciones perteneciente a la Sra. Filicchi.

Lo abrió al azar y comenzó a leer: “Acordaos, oh piadosísima Virgen María, que jamás se oyó decir…” Cada una de las palabras le sonaba en el alma como un consuelo: ella, que en su infancia tanto sintiera la falta de afecto materno, en realidad tenía una Madre que la cuidaba con inefable bondad. Comenzó entonces a invocar a Nuestra Señora, pidiendo que le mostrase el camino que debería seguir.

Nuevas adversidades

  El 8 de abril de 1804, madre e hija embarcaron de vuelta a los Estados Unidos, en compañía de Antonio Filicchi.

Una nueva serie de adversidades y grandes transformaciones aguardaban a la joven viuda en su patria.

A pesar de la felicidad de volver a ver a sus otros cuatro pequeños, Elizabeth tenía un profundo dilema en el alma: abrazar el catolicismo significaba comprar el aislamiento de parte de todos los familiares y amigos americanos. Pero, ella ya no podría vivir sin pensar en el Santísimo Sacramento. Pasaba largas horas del día haciendo comuniones espirituales y, estando en la iglesia anglicana de San Pablo, adoraba a Jesús presente en el Sagrario de la Iglesia Católica de San Pedro, que alcanzaba a ver por las ventanas.

En vano, varias de sus amigas aristócratas intentaron disuadirla de su conversión. Incluso el ministro anglicano que otrora le daba dirección espiritual veía que sus argumentos eran también inútiles: no pertenecía formalmente a la Iglesia, pero su corazón ya era católico.

La conversión

El Miércoles de Ceniza de 1805, ante el Sagrario de la iglesia de San Pedro, Elizabeth tomó la decisión irrevocable de hacerse católica, con sus cinco hijos. Diez días más tarde, el 14 de marzo, hizo su profesión de Fe, en la misma iglesia.

En la fiesta de la Anunciación, 25 de marzo, realizó su más ardiente deseo: recibir la Primera Comunión.

Llena de alegría, escribió a una amiga italiana: “Por fin, Amabilia —¡por fin!— ¡Dios es mío y yo soy de Él! Ahora, pase lo que pase, yo Lo recibí’.4

Sobre ese día, Elizabeth observó en su diario: “¡Mi Dios, hasta mi último aliento recordaré aquella noche que pasé esperando que el sol naciese! Mi pobre corazón deseaba el largo viaje a la ciudad, en el que cada paso significaba estar más cerca de la calle, más cerca de aquel tabernáculo, más cerca de aquel momento cuando Él entrará en mi morada pobre y pequeña, pero plenamente de Él!”. 5

Funda una nueva congregación religiosa

Al año siguiente, estando en Nueva York el arzobispo Mons. John Carroll —el primer Obispo de Baltimore y de los Estados Unidos—, Elizabeth recibió la Confirmación. Preocupada por la educación de sus hijos y la formación de los niños católicos, trató de abrir una escuela en su ciudad natal. Sin embargo, sus planes se vieron frustrados debido a la incomprensión y el desprecio por parte de quienes no aprobaban su conversión.

Más tarde, en 1808, bajo el patrocinio del Arzobispo Carroll, Elizabeth se trasladó a Baltimore, donde fundó un colegio para la educación de niñas.

No tardaron en aparecer jóvenes que se sentían llamadas a la vida religiosa y querían seguir a Elizabeth en su noble ideal de caridad.

Con la ayuda de un generoso donante, la pequeña comunidad se estableció en Emmitsburg, Maryland, en el año de 1809. Así nació la primera congregación religiosa de los Estados Unidos: la Congregación de las Hermanas de la Caridad de San José, de acuerdo a la regla de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, dedicada a la educación.

Un hermoso rasgo del carisma de la institución está bien expresado en el texto de sus constituciones: “El fin secundario, pero no menos importante, es honrar la Santa Infancia de Jesús en las niñas, cuyo corazón está llamado a amar a Dios a través de la práctica de las virtudes y el conocimiento de la religión; mientras tanto, sembraran en sus mentes los gérmenes de un conocimiento útil”. 6

Acompañada por diecisiete discípulas, Elizabeth hizo los votos el 21 de julio de 1813. La Madre Seton, como pasó a ser llamada después de la fundación, fue directora general de la Congregación hasta el final de su vida, buscando la formación de las monjas en el espíritu de Santa Luisa de Marillac y San Vicente de Paúl.

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Frutos de un alma eucarística

En cuanto a sus hijos, todos vivieron y murieron como buenos católicos.

Annina fue novicia en la Congregación de su madre y murió a los diecisiete años, después de emitir los votos.

Los dos hijos, Richard y William, se alistaron en la marina. El primero murió con veinticinco años. William se casó y tuvo siete hijos, entre los cuales uno fue Arzobispo. Catherine se hizo religiosa, en la Congregación fundada por su madre. Rebecca expiró en los brazos de Santa Elizabeth, con sólo catorce años de edad.

Como suele acontecer con los Fundadores, la misión de la Madre Seton se prolongó después de su muerte.

Asistiría desde el Cielo, al crecimiento de su obra. Al entregar su alma a Dios, el 4 de enero de 1821, Santa Elizabeth tenía tan sólo cincuenta monjas, dispersas por colegios y orfanatos.

En el día de su canonización, 14 de septiembre de 1975, ya eran más de ocho mil, pues su Congregación se basa en la firme roca inamovible de la Eucaristía, bajo cuya sombra florecen los carismas y se solidifican las obras de Dios.


1 MARIE CELESTE, Sister. Elizabeth Ann Seton – A Self-Portrait. A study of her spirituality in her own words . Libertyville (Illinois): S.C. Franciscan Marytown Press, 1986. p. 70. 2 MARIE CELESTE, Sister. Elizabeth Ann Seton – Collected Writings, edited by Regina Bechtle, S.C, and Judith Metz, S.C.; mss, editor, Ellin Kelly. 2000-2006. Vol. I, p. 289. 3 MARIE CELESTE, Sister. Elizabeth Ann Seton – A Self-Portrait. A study of her spirituality in her own words. Libertyville (Illinois): S.C. Franciscan Mary town Press, 1986. pp. 80-81. 4 MARIE CELESTE, Sister. Elizabeth Ann Seton – Collected Writings, edited by Regina Bechtle, S.C, and Judith Metz, S.C.; mss, editor, Ellin Kelly. 2000-2006. Vol. I, p. 367. 5 Ídem, ibid. 6 http://www.famvin.stjohns.edu/es/descargas/santoralfv/isaseton.pdf

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