
Esta santa recibió una gracia muy grande que sólo algunos santos han tenido. Era el poder tener a Jesús Eucaristía permanentemente en ella, es decir, poder ser un sagrario viviente de Jesús Eucaristía.
Padre Ángel Peña, O.A.R
Todo el tiempo disponible lo pasaba en la capilla y deseaba tanto recibir la comunión cada día, que era para ella un verdadero martirio privarse de ella, cuando se lo prohibían debido a la enfermedad o por otras causas. Y cuando en alguna oportunidad ella no comulgaba, pensando que estaba en pecado, se sentía triste y vacía.
Nos dice: Ya en los años más tempranos, Jesús en el Santísimo Sacramento me ha atraído hacia Sí. A los siete años, cuando estaba en las vísperas y el Señor Jesús estaba expuesto en la custodia, entonces, por primera vez, se me comunicó el amor de Dios, llenó mi pequeño corazón y el Señor me hizo comprender las cosas divinas; a partir de aquel día hasta hoy mi amor al Dios oculto ha crecido hasta alcanzar la más estrecha intimidad. Todo el poder de mi alma procede del Santísimo Sacramento. Todos los momentos libres los paso conversando con Él; Él es mi Maestro.

Fotografía de Santa Faustina a sus 25 años
En otra ocasión, deseaba mucho acercarme a la santa comunión, pero tenía cierta duda y no me acerqué. Sufrí terriblemente a causa de ello. Me parecía que el corazón se me reventaba del dolor. Cuando me dediqué a mis tareas, con el corazón lleno de amargura, de repente Jesús se puso a mi lado y me dijo: “Hija mía, no dejes la santa comunión, a no ser que sepas bien haber caído gravemente, fuera de esto no te detenga ninguna duda en unirte a mí en mi misterio de amor. Tus pequeños defectos desaparecerán en mi amor como una pajita arrojada a un gran fuego. Debes saber que me entristeces mucho, cuando no me recibes en la santa comunión”.
“Oh, cuánto me duele que muy rara vez las almas se unan a mí en la santa comunión. Espero a las almas y ellas son indiferentes a mí. Las amo con tanta ternura y sinceridad y ellas desconfían de mí. Deseo colmarlas de gracias y ellas no quieren aceptarlas. Me tratan como una cosa muerta, mientras que mi Corazón está lleno de amor y misericordia. Para que tú puedas conocer al menos un poco mi dolor, imagina a la más tierna de las madres. Considera su dolor. Nadie puede consolarla. Ésta es solo una imagen débil y una tenue semejanza de mi Amor” .

Santa Faustina recibió una gracia muy grande que sólo algunos santos han tenido. Era el poder tener a Jesús Eucaristía permanentemente en ella, es decir, poder ser un sagrario viviente de Jesús Eucaristía.
Sor Faustina recibió una gracia muy grande que sólo algunos santos han tenido. Era el poder tener a Jesús Eucaristía permanentemente en ella, es decir, poder ser un sagrario viviente de Jesús Eucaristía. Ella nos dice:
Después de la santa comunión oí estas palabras: Yo siempre permanezco en tu corazón, no solamente en el momento en que me recibes en la comunión, sino siempre.
Hoy (29 de setiembre de 1937) comprendí muchos misterios de Dios. Supe que la santa comunión perdura en mí hasta la siguiente comunión. La presencia de Dios, viva y sensible, dura en mi alma. Este conocimiento me sumerge en un profundo recogimiento sin ningún esfuerzo de mi parte. Mi corazón es un tabernáculo viviente en el cual se conserva la hostia viva. En la profundidad de mi propio ser convivo con mi Dios.

Santa Faustina vivía el gran misterio de la misa. Para ella era el cielo en la tierra, pues en cada misa se hace presente, no sólo Dios, Uno y Trino, sino también la Virgen María con san José y todos los santos, ángeles y almas salvadas, incluidas las almas del purgatorio.
Santa Faustina vivía el gran misterio de la misa. Para ella era el cielo en la tierra, pues en cada misa se hace presente, no sólo Dios, Uno y Trino, sino también la Virgen María con san José y todos los santos, ángeles y almas salvadas, incluidas las almas del purgatorio.
Un día de invierno de mucho frío, la hermana, que sustituía a la Superiora, ordenó que ninguna fuera a misa a la parroquia. Sor Faustina quería ir y se lo pidió con insistencia. Sor Luisa, queriendo disuadirla, le dijo que aceptaba a condición de que se cubriese con una pelliza de oveja que le llegaba hasta los tobillos y que solían usar los carreteros de la finca. Sor Faustina ni lo dudó y así se fue a la iglesia, causando admiración al párroco. Todo por ir a la misa y comulgar.
Ella veía con sus propios ojos al Niño Jesús en la hostia consagrada en casi todas las misas. Veamos lo que ella nos dice sobre este gran misterio de nuestra fe.
Un gran misterio se celebra durante la santa misa. Con qué devoción deberíamos escuchar y participar en esta muerte de Jesús. Un día sabremos lo que Dios hace por nosotros en cada santa misa y qué don prepara para nosotros en ella. Sólo su amor divino puede permitir que nos sea dado tal regalo. Oh Jesús, Jesús mío, de qué dolor tan grande está penetrada mi alma, viendo una fuente de vida que brota con tanta dulzura y fuerza para cada alma. Y, sin embargo, veo almas marchitas y áridas por su propia culpa. Oh Jesús mío, haz que la fortaleza de tu misericordia envuelva a estas almas.
Hoy, durante la santa misa, junto a mi reclinatorio he visto al Niño Jesús que parecía tener un año, y que me pidió tomarlo en brazos. Cuando lo tomé en brazos, se estrechó a mi corazón y dijo: Estoy bien junto a tu corazón. Le contesté: “Aunque eres tan pequeño, yo sé que eres Dios. ¿Por qué tomas el aspecto de un chiquitín para tratar conmigo?”. Porque quiero enseñarte la infancia espiritual.

Decía Jesús Nuestro Señor a Santa Faustina “Oh, qué triste es para mí que las almas no reconozcan al amor. Me tratan como una cosa muerta”.
Hoy (19 de noviembre de 1937), después de la santa comunión, Jesús me dijo cuánto desea venir a los corazones humanos. “Deseo unirme a las almas humanas. Mi gran deleite es unirme con las almas. Has de saber, hija mía, que cuando llego a un corazón humano en la santa comunión, tengo las manos llenas de toda clase de gracias y deseo dárselas al alma, pero las almas ni siquiera me prestan atención, me dejan solo y se ocupan de otras cosas. Oh, qué triste es para mí que las almas no reconozcan al amor. Me tratan como una cosa muerta”.
He contestado a Jesús: “Oh tesoro de mi corazón, único objeto de mi corazón y todo el deleite de mi alma, deseo adorarte en mi corazón tal y como eres adorado en el trono de tu gloria eterna. Mi amor te desea compensar, al menos en pequeña parte, por la frialdad de un gran número de almas. Oh, Jesús, he aquí mi corazón que es tu morada a la que nada tiene acceso.
Tú mismo descansa en él como en un bello jardín. Oh, Jesús mío, hasta pronto, ya debo ir al trabajo, pero te manifestaré mi amor con el sacrificio sin omitir ni dejar que se me escape ninguna ocasión para ello”.