
Andrés Franco L.
En el Evangelio podemos encontrar muchos personajes que rodearon la vida terrena de Nuestro Señor Jesucristo y que, aunque en grados diferentes, marcaron la propia historia de la Iglesia Católica desde sus inicios. Tenemos a los doce Apóstoles, las santas mujeres y, por supuesto, en grado sumo, María Santísima y San José. Sus historias, más o menos conocidas por los fieles, siempre son para los ellos motivo de crecimiento espiritual. Una de las más importantes, sin duda alguna, es Santa María Magdalena cuya fiesta celebramos el 22 de julio.
Aunque existan diversas posturas sobre su identificación con el personaje bíblico, podemos afirmar que Santa María Magdalena, según el parecer de la mayoría de los Padres de la Iglesia, era hermana de Lázaro y de Marta. Los tres eran hijos de una bien posicionada familia habitante de Betania, una pequeña ciudad en Galilea. Al morir sus padres, los tres hermanos heredaron cuantiosas fortunas y propiedades de la familia. María, la más joven de los tres, fue a Magdala, pueblo vecino de Betania, donde tenía un castillo como propiedad de herencia. Allí llevó una vida disipada, de forma que su fama de pecadora se extendió por todo el lugar.
Al comenzar la vida pública de Jesús llegó a María la noticia de su persona, de sus milagros y de su doctrina, “una enseñanza nueva dada con autoridad” (Mc 1, 27b), como decían todos. María, conmovida en su corazón por las palabras del Salvador, fue sanada por Él de su vida de pecado. Jesús arroja “siete demonios” que obsesionaban su pobre alma y comienza a seguir al Señor, colocándose a su servicio. Al darse los trágicos sucesos del Viernes Santo, María Magdalena, que acompañó de cerca a Jesús en la Vía dolorosa y estaba presente en su crucifixión y muerte, se llenó de celo por los cuidados al Sagrado Cuerpo sin vida del Salvador.
Esto hace que sea la primera de los discípulos del Señor en ver su gloria después de la Resurrección y es elegida para ser la “discípula de los discípulos”, pues sería la primera que daría el mensaje del Evangelio de Salvación: Jesús resucitó de entre los muertos.
La vida de Santa María Magdalena está envuelta en misterio, pues aunque son abundantes los textos que se refieren a los sucesos después de la Ascensión, a los Apóstoles y discípulos – sobresaliendo lo narrado en el libro de los Hechos de los Apóstoles – la veracidad histórica siempre permanece velada. Mons. João Clá, leyendo una vez a sus hijos espirituales trechos de la “Leyenda Dorada”, libro del beato Jacopo de Varazze, obispo de Génova, comentaba que, aunque en dicho libro puedan faltar referencias históricas comprobables, su contenido es tan bello y provechoso para el alma que no se puede poner en duda su veracidad, pues “por sus frutos conoceréis el árbol”. Siendo así, narraremos los hechos más interesantes que esta obra nos cuenta sobre la Santa que nos ocupa:
Con la muerte de San Esteban se desata una gran persecución contra los discípulos de Jesucristo. La furia persecutoria se ensañó sobremanera en Santa María Magdalena, su hermana Santa Marta y Lázaro, pues los tres eran personas importantes que habían amado entrañablemente a Jesucristo y a Él habían servido siempre, incluso después de su muerte.
Fueron tomados los tres junto con otros muchos discípulos y arrojados al mar en un barco sin timón, con el fin de hacerlos perecer en las olas. Este barco fue conducido milagrosamente hasta la actual Marsella, en Francia. Una vez en tierra, todos comenzaron su labor evangelizadora encontrando favorable acogida por los habitantes de la región, quienes se convirtieron al cristianismo por sus enseñanzas y su preclaro ejemplo de vida. Santa María Magdalena se retira a una gruta para vivir en penitencia, donde habitó 30 años. Después de este período, sintiendo que su vida llegaba a su fin pidió a un presbítero para que avisara al obispo Maximino que deseaba encontrarlo en la iglesia en la hora de Matinas (oración en la alborada). Allí la encontró él en oración ardorosa y entrada en éxtasis, recibió la Sagrada Eucaristía y al poco tiempo entregó su alma.
Aún en vida de la santa, el gobernador de Marsella se dirigió al templo de dicha ciudad para ofrecer sacrificios en honor de los ídolos. María expuso al gobernador y a su familia la doctrina de Jesucristo, disuadiéndolos de su culto idolátrico. Al poco tiempo, la santa se aparece en sueños a la esposa del gobernador y le recrimina por no querer ayudar a los cristianos. Al no hacer caso a sus palabras, días después el hecho se repite, esta vez para ambos, quienes reciben una fuerte reprensión de parte de la Santa. Decide el gobernador comprobar la veracidad de la su predicación y promete abrazar la fe cristiana si Dios les concedía un hijo. Por las oraciones de Santa María Magdalena, la esposa queda encinta. Ambos parten a Roma para comprobar que la enseñanza de la santa sea la misma que los apóstoles predican allí. Durante el viaje la mujer da a luz pero fallece en el parto; depositan los cadáveres en una isla, envueltos en una capa y el gobernador continúa su viaje, consternado por lo sucedido. Al llegar a Roma se encuentra con San Pedro, quien no solo le confirma la veracidad de las enseñanzas de Santa María, sino que le predice que recuperará a su esposa e hijo. Al regresar pasan por la isla, donde el gobernador encuentra a los dos a salvo.
Un soldado, quien visitaba todos los años el sepulcro de Santa María Magdalena, muere en una batalla. Sus padres, durante su entierro, le recriminaban a la santa por abandonar así a su devoto, al dejarlo morir de esa forma, sin confesión y sin hacer penitencia. De repente, el difunto resucita y pide al sacerdote que presidía el entierro que lo confiese y le administre el viático. Una vez recibidos los sacramentos, el difunto se recuesta en el féretro y muere en paz.
En cierta ocasión, un navío lleno de hombres y mujeres se hundió, entre los náufragos había una mujer encinta, muy devota de Santa María Magdalena. Mientras nadaba para sobrevivir pidió a la santa que le salvara la vida y pudiera tener su hijo, prometiendo entregarlo a un monasterio para consagrarlo al servicio de Dios, cuando tuviera la edad adecuada. De repente, sobre el mar apareció una señora de singular belleza y asió a la mujer, conduciéndola sana y salva hasta el litoral. La madre cumplió su promesa.
Un hombre ciego acudió cierta vez en peregrinación al lugar donde estaban las reliquias de Santa María Magdalena, al serle indicado por quien lo guiaba que ya estaban cerca, el ciego pidió a la santa poder ver la iglesia, siendo atendido inmediatamente, recuperando su vista.
Una banda de ladrones había asaltado a un pobre hombre y, para que no escapara, lo habían atado a un poste. Este hombre comenzó a invocar a Santa María Magdalena. Durante la noche siguiente se le apareció la santa, desatándolo y abriéndole las puertas de la casa.
Un clérigo de Flandes llamado Esteban llevaba una vida escandalosa; por costumbre adquirida desde la infancia, celebraba la fiesta de Santa María Magdalena y ayunaba en su vigilia. Un día, visitando el lugar del sepulcro de la santa, entró en un letargo, durante el cual vio a una mujer que caminaba hacia él y lo reprendía por su pésima conducta. Una vez despierto corre arrepentido y se confiesa, llevando a partir de ese momento una vida ejemplar.
En el año 1279, durante las guerras entre Francia y España, Carlos, conde de Provenza, fue hecho prisionero en Barcelona. Con miedo de perder su vida, recordando que Santa María Magdalena había predicado en su tierra natal, se encomendó ardorosamente a su auxilio para que lo librara del peligro que corría. Esa noche tiene una visión de una mujer de gran belleza y gravedad quien le dice que sus súplicas habían sido escuchadas, le revela que ella es Santa María Magdalena y que él ya no se encontraba en Barcelona, sino en Francia, a poca distancia de Narbonne. En gratitud, el Conde manda construir un monasterio, lo entrega a los monjes dominicos y coloca una gran cruz en el mismo lugar donde la Santa lo había dejado milagrosamente.
Muchos otros hechos milagrosos como estos sucedieron por mediación de esta santa extraordinaria. Pidámosle confiadamente a ella su valiosa intercesión ante Dios nuestro Señor para que nuestra fe y amor sea a ejemplo del suyo y al igual que ella, seamos todos dignos de predicar al mundo la verdad del Evangelio.