Santa Marta, hija predilecta de Jesús y María

Publicado el 07/29/2021

Marta, hija predilecta de Jesús, aprendió perfectamente la lección dada por Él, realizando sus actividades cotidianas con la mirada puesta en Dios y en las cosas celestiales. Su ejemplo nos enseña importantes lecciones que fortalecen nuestra fe y confianza.

Padre Carlos Tejedor R.

Santa Marta, fue la mujer que alojó, sirvió y atendió a Jesús en su casa.

¡Qué honra tan extraordinaria el Señor haber elegido su casa para alojarse! ¡Qué honra haber sido elegida para prepararle sus aposentos, hacerle la comida, poner a su disposición todas las comodidades para que el Divino Salvador pudiese descansar dignamente en medio de sus fatigas apostólicas!

Y el desvelo, amor y cariño de Santa Marta en atender al Divino Maestro se vio recompensado cuando el mismo Señor resucitó a su hermano Lázaro y en tantas otras ocasiones. Santa Marta, por esto mismo, y por todo lo que realizó después a lo largo de la vida, es la patrona, la intercesora, la medianera para proteger, animar e incentivar a todos aquellos que hacen algún trabajo manual, en especial en el hogar, donde se atiende a Jesús en la persona de nuestros seres queridos con amor, cariño y abnegación con la mirada puesta en Jesús y su Madre Santísima.

Jesús Nuestro Señor, en los días de su vida mortal quiso rodearse de almas no solamente pecadoras, sino también, de almas virtuosas que fueran un reflejo de Dios acá en la tierra por su santidad, virtudes insignes y amor.

Una de ellas fue Santa Marta, de quien está dicho en el Evangelio que junto a sus hermanos Lázaro y María eran muy amados del Señor (cfr. Jn. 11,5).

Y ese amor infinito y gratuito de un Dios humanado hacia Santa Marta y su familia, era porque veía en ellos una vocación y un llamado a seguir sus huellas, por lo tanto, Nuestro Señor sabía que su convivencia frecuente, sus enseñanzas y sobre todo su augusta presencia, serían el mejor abono para hacer germinar toda especie de virtudes en el alma de Santa Marta.

Cuentan los Evangelios que Jesús entró en un pueblo, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa.

Tenía ella una hermana llamada María Magdalena, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra. Marta, que estaba muy ocupada con los quehaceres de la casa, dijo a Jesús:

“Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude”. Pero el Señor le respondió: “Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas. Sin embargo, una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada” (Lc 10, 38-42).

Estas palabras de Jesús con frecuencia son mal interpretadas. El Señor no está censurando a Marta por su trabajo, al contrario, quiere enseñarle a que haga todas las cosas pero con la mirada puesta en lo alto, en Dios, en el cielo.

Por eso decía Santa Teresa de Jesús: “Si Marta se estuviera como la Magdalena, no hubiera quien diera de comer a este Divino Huésped”.

Jesús no le dice a Marta que abandone aquellas indispensables ocupaciones, algo que San Agustín deja en evidencia con su característica vivacidad:

¿Hemos de pensar que [Jesús] recriminó la actividad de Marta, ocupada en el ejercicio de la hospitalidad, ella que recibió en su casa al mismo Señor? ¿Cómo podía ser recriminada con justicia quien se gozaba de albergar a tan notable huésped? Si así fuera, cesen los hombres de socorrer a los necesitados, elijan para sí la mejor parte, que no les será quitada.

Dedíquense a la palabra divina, anhelen ardientemente la dulzura de la doctrina, conságrense a la ciencia salvadora; despreocúpense de si hay un peregrino en la aldea, de si alguien necesita pan o vestido; desentiéndanse de visitar a los enfermos, de enterrar a los muertos; descansen de las obras de misericordia y aplíquense a la única ciencia. Si ésa es la mejor parte, ¿por qué no nos dedicamos a ella todos, dado que tenemos al Señor por defensor al respecto?”.

La respuesta de Jesús nos dejó una lección para la humanidad entera en las personas de Marta y María.

Y afortunadamente, Santa Marta aprendió perfectamente la lección dada por Jesús, realizando sus actividades cotidianas con la mirada puesta en Dios y en las cosas celestiales. Su ejemplo nos enseña importantes lecciones que fortalecen nuestra fe y confianza en Cristo.

Pidamos entonces a Santa Marta nos de la diligencia, la dedicación y abnegación amorosa en todas nuestras tareas, que sepamos confiar en medio de los mayores infortunios, como lo supo hacer ella a la muerte de su hermano Lázaro. Sepamos ser a ejemplo de Santa Marta, llenos de amor en nuestros quehaceres diarios para que sean ellos un instrumento de santificación.

Hoy somos mucho más afortunados que Marta porque recibimos a Jesús, no en nuestra casa, sino en nuestro corazón. El Señor se nos da mediante la Eucaristía, y en vez de afanarnos en prepararle un banquete, Él nos alimenta con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, ¡situación mucho más feliz y celestial que la de la familia de Betania que tantas veces hospedó a Nuestro Señor!

Así, agradezcámosle a Santa Marta, hija predilecta de Jesús y María, su celo en dar acogida a Cristo e imitemos su ejemplo de amor a Dios. 

 

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