
Las imágenes que Nuestro Señor da en el Evangelio encuentran su aplicación a diversas realidades de la vida humana. Una de las más importantes es aquella en la cual Él dice: “Vosotros sois la sal de la tierra y la luz del mundo”. ¿Qué significa ser “sal” y “luz”? Significa que nuestro apostolado debe ser de palabras y de obras.
Mons. João Clá Dias
La liturgia de hoy evoca dos imágenes: la sal y la luz, de una forma muy bonita. Porque Nuestro Señor en el Evangelio de hoy dice en Mateo, capítulo 5, versículos 13-16:
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: vosotros sois la sal de la tierra”. Aquí comprendemos, leyendo el Evangelio, por qué Dios creó la sal. Dios creó la sal para simbolizar el apostolado. Dios creó la sal para simbolizar la acción de los llamados a influenciar la sociedad temporal. Porque Nuestro Señor no nos dice “Vosotros sois la sal del espíritu”; Nuestro Señor dice: “vosotros sois la sal de la tierra”.
¿Qué papel tiene la sal de la tierra en esa imagen? Porque es lenguaje simbólico, Nuestro Señor está usando un lenguaje simbólico y aquí comprendemos por qué creó la sal, para poder expresarse mejor, para dar a los apóstoles esa noción. El mundo, abandonado a sí mismo, sin la sal de la tierra, se pudre, se deteriora. El mundo con la sal no solo no se pudre, sino que se vuelve sabroso, se eleva.
La función de un Heraldo del Evangelio, para hablar directamente de nuestro asunto, ¿cuál es? Es la función de un apóstol. ¿Cuál es la función de un apóstol? Ser sal de la tierra. ¿Cómo ser sal de la tierra? Estando en el mundo —porque la sal necesita estar en el alimento—, haciendo que el mundo no se vuelva hacia las cosas de la tierra y no se preocupe con dar mayor atención a las cosas de la tierra, sino que esté constantemente elevando el paladar y haciendo que el sabor suba. ¿A dónde? A las cosas del Cielo.
Entonces, la función del apóstol es ser sal de la tierra. Sal de la tierra es estar en medio del mundo sacudiendo a las personas, elevando a las personas, arrebatando a las personas, haciendo que las personas salgan de sus quehaceres, de sus apegos, de sus visiones inferiores y se eleven. Esa es la función de la sal y es lo que Nuestro Señor dice: “Vosotros sois la sal de la tierra”.
Nuestro Señor continúa: “Vosotros sois la luz del mundo”. ¿No basta la sal? No basta, porque la sal significa la palabra, la sal significa la verdad, pero no es solo por la palabra, solo por la verdad que el hombre se arrebata. Él necesita también del bien visible, necesita ver la práctica de la virtud en los otros y necesita ver, además, lo bello, necesita ver la belleza, la pulcritud y necesita ver también el ejemplo.
El ejemplo y la belleza. Ahora bien, eso hace parte de la vista y sin la luz no lo vemos. Por esa razón Nuestro Señor dice que el apóstol debe ser sal, porque debe penetrar con la palabra y debe transmitir la palabra a punto de que esta palabra convenza a las personas, penetre en las personas y arranque a las personas de sus apegos, y las remita a lo alto. Pero al mismo tiempo necesita dar ejemplo, necesita manifestar, apuntar algo a los otros, que al ver en esto la luz, [dicen]: “Vosotros sois la luz del mundo. No puede quedar escondida una ciudad construida sobre un monte”.
Una ciudad construida sobre un monte no puede quedar escondida. Tal será: la persona construye una ciudad en lo alto de una montaña y dice: “Bueno, ahora vamos a buscar un medio de cubrir esta ciudad, para…” No hay cómo. Si la construyó en lo alto de un monte es para ser vista. Ahora bien, el apóstol es aquel que está encima de un monte. ¿Por qué? Porque él es un eslabón de unión entre la sociedad y Dios.
Él no puede esconderse. En la antigüedad, en el Antiguo Testamento, los judíos estaban apasionados por la ciudad de Jerusalén, que estaba en lo alto. Y cuando se hablaba, como Nuestro Señor usa esa imagen, [de que] “no puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte”, todo el mundo tenía en mente la ciudad de Jerusalén. Es decir, sería un absurdo querer esconder la ciudad de Jerusalén que estaba en lo alto de un monte, ni se ponían el problema… Sería inimaginable querer pensar una cosa de esas, [sería] una locura.
Nuestro Señor dice que el apóstol tampoco puede quedarse escondido, porque si la sal se esconde: Verba volant, exempla trahunt [las palabras vuelan, el ejemplo arrastra]. Entonces, no basta quedar escondido como la sal, es necesario aparecer y lo que Nuestro Señor quiere es que la luz aparezca. ¿Qué es esa luz? Es la belleza.
Que la belleza aparezca. Porque si no Nuestro Señor no daría esa imagen. Si alguien dijese: “más o menos como las tinieblas”. Él no está hablando de tinieblas. Él dice: “Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa.”
Pidamos ardorosamente que seamos luz del mundo y sal de la tierra, sacralizando la sociedad temporal cuanto podamos, llenos de confianza plena en todo el auxilio y la protección de la Santísima Virgen, en el auxilio y la protección de Dios. Amén.
Transcrito con adaptaciones del comentario de Mons. João Clá Dias al Evangelio del 8/6/2004.