Sed de almas

Publicado el 05/14/2025

A fin de alcanzar de Nuestra Señora gracias especiales
y eficaces para aquellos que lo seguían, el Dr.
Plinio se ofreció como víctima expiatoria, siendo
en poco tiempo aceptado por la Providencia.

Plinio Corrêa de Oliveira

Conociendo perfectamente el origen de esa crisis, traté sobre eso con algunos miembros del Grupo en conversaciones personales más que en reuniones colectivas, porque en estas, aquellos a quienes incumbía prestar atención, no lo hacían.  

El Dr. Plinio en 1973

¡Que esos hijos sean salvados!  

Sin embargo, había mucho de bueno –aunque empolvado y sucio– dentro del alma de ellos, y yo quería pedir a Nuestra Señora que tuviese la bondad de volverlos a erguir. 

Entonces pensé: pedir eso a Nuestra Señora es fácil, pero yo no confío en el valor de mis oraciones.  Lo que puedo hacer es ofrecer un sacrificio y, por su valor, obtener que esos hijos, que no son hijos de la admiración, o, si lo prefieren, son hijos de la admiración de las cosas del demonio, sean rescatados y salvados.

El discípulo debe ser como el maestro y, siendo Nuestro Señor nuestro Maestro, debemos tener sed de almas como Él. Yo tenía sed de almas; sobre todo, de las almas de la TFP.  Viendo que estaban en un período de depresión, de falta de entusiasmo y vitalidad, me ofrecí en esa ocasión para lo que Nuestra Señora quisiera, a fin de evitar un gran número de defecciones.

Oración en el Huerto –Convento del Espíritu Santo– Toro, España

Una moción interior

El ofrecimiento hecho por mí tuvo  un antecedente sin mucha importancia,  pero lo narro para que todo  quede claro. 

Antes de la muerte de mi madre1  –unos diez años antes de mi  accidente–, yo recibí la “gracia  de Genazzano”, la cual me  trajo una gran distensión, una  tranquilidad única. Inclusive  en las situaciones más críticas,  esa gracia hizo que fuesen suaves  como el algodón. 

Me acuerdo que cierto día  yo estaba viniendo del Monasterio  de la Luz en carro, pasando  por aquella plaza que queda  antes del Estadio Pacaembú. En  una esquina de la avenida, al lado  derecho de quien va hacia el estadio,  hay una casa baja, al nivel del suelo.  Yo había terminado las oraciones y,  más o menos a la altura de esa casa,  iba reflexionando lo siguiente: 

“Algo no está corriendo bien conmigo,  porque no estoy sufriendo y  debo sufrir. Evidentemente, no puedo  sufrir en las proporciones que sufrí  antes de la “gracia de Genazzano”.  Pero estoy acabando por llevar  una vida inútil, porque hace casi diez  años siento esta suavidad. Durante  algún tiempo, para rehacerme, está  bien, pero, además, ¿dónde queda el  holocausto?”

Sufrir por aquellos que  no querían sufrir

Naturalmente, yo podía ofrecer mi  vida para el bien de nuestra Causa. 

Por otro lado, yo sabía, y tengo  certeza de que fue comunicado por  Nuestra Señora, que Ella me mantendría  vivo hasta que yo cumpliera  mi misión. O sea, Nuestra Señora  no quería la supresión de mi existencia;  si Ella la quisiera, yo la habría  entregado y, por lo tanto, no sería  serio que yo ofreciese el sacrificio  de mi vida, pues era poner en duda  su palabra, y estaría en contradicción  con la “gracia de Genazzano”.  Yo temía que, caso lo hiciera, cometería  una infidelidad a esa gracia y,  por castigo, Nuestra Señora me llevaría.  Yo entonces no debería ofrecer  la vida, sino un holocausto.

El Dr. Plinio se despide de la Sagrada Imagen, el 13 de mayo de 1973

¿Qué podría ofrecer? ¿Cuál sería ese holocausto?  

Entonces le ofrecí aquello que  Ella podría aceptar: que me sucediera  alguna gran desventura que  me hiciese sufrir mucho, pero  compensara el déficit existente;  y que ese sufrimiento fuera  aceptado y padecido por mí,  en reparación por aquellos  que no querían sufrir. 

Al hacer el ofrecimiento, no  se me ocurrió un accidente de  automóvil, pues nunca había  imaginado que me pudiera suceder  que quedara herido y roto  físicamente como quedé, pero le  pedí a Nuestra Señora que hiciera  conmigo lo que quisiese, como quien  tiene dinero en el banco: saca lo que  necesita. Que Nuestra Señora sacara  lo que Ella quisiera de ese modesto  banco llamado Plinio Corrêa de Oliveira:  “Haced lo que os parezca mejor”.  Lo dejé en sus manos. 

Claro que, quien ofrece lo más,  ofrece lo menos, y quien estaba dispuesto  a ofrecer su vida, en todo caso  estaría dispuesto a ofrecer lo menos.  Además, tendría la relativa y  pobre ventaja de conciliar las dos cosas:  la vida más el sufrimiento.

El Dr. Plinio a mediados de la década de 1970

“Madre mía, os ofrezco  este sacrificio”

Eso no pasó únicamente entre  Nuestra Señora y yo, sino yo no lo  contaría. Me acuerdo muy bien que  el sábado anterior al accidente –que  fue un lunes–, en una conversación  entre algunos amigos, miembros del  Grupo, en el saloncito azul de casa,  en el Primeiro Andar, considerábamos  las circunstancias generales internas  y externas al Grupo y comentábamos  la situación peligrosa en  que estaba la TFP. Yo entonces dije,  en términos más o menos explícitos,  no me acuerdo bien, que era necesaria  una expiación, porque el Grupo  estaba en tal posición de tibieza y me  parecía tan difícil cambiar esa mentalidad,  que de hecho sería solo una  persona ofreciéndose como víctima  expiatoria para enderezar las cosas,  obtener el perdón de ese estado de  espíritu y su apartamiento de nuestro  camino.2 De lo contrario, aquello  se desmoronaría, y la tristeza de las  tristezas sería que el descoloramiento  del Grupo fuera no como el de un  campo sobre el cual pasa una nube  que lo oscurece transitoriamente un  poco, sino como el de un campo que  va derivando y hundiéndose en el barro.  Era necesario evitar eso. 

Todos oyeron, pero nadie dijo: “Yo  lo hago”. Me dejaron caminar solo.  No me acuerdo si dije a mis amigos,  pero mientras yo hablaba, pensé  conmigo mismo: “Está bien, si crees  que eso es necesario, ¡entonces comienza  por ofrecerte tú mismo! ¿Por  qué otro? ¿Por qué no tú? A nadie  le parece bonito que otro haga el sacrificio,  si no tiene coraje de hacerlo  él mismo. Entonces, ahora ofrécete,  ¡quiero ver tu valentía! Si tú eres  el jefe, el primer responsable eres tú,  ¡y si para alguna cosa tienes que ser  jefe, selo para eso! ¡Salta dentro del  calderón tú mismo!”

Salón Azul del apartamento del Dr. Plinio

Esa fue mi impresión. Es el diálogo  violento de un hombre consigo  mismo. La violencia que se tiene con  los que desobedecen la voluntad de  Nuestra Señora debe comenzar por  nosotros mismos. El hombre que no  es violento contra sí mismo, no tiene  derecho a ser enérgico contra los  otros, ni tiene la seriedad de alma por  la cual los otros lo toman en serio. 

En efecto, el mediocre, tan imprevisor,  tonto y despreciable que  no ve el asedio de los peores adversarios,  siente cuando está tratando  con un alma seria y capaz de practicar  violencias contra sí misma: pero  también siente cuando está tratando  con otro mediocre. Delante del alma  seria, él queda un poco intimidado;  frente a otro mediocre, ellos se  miran como colegas y fingen mudamente  uno al otro, son amigos… 

Eso es un estímulo, de paso, para  que no nos hagamos ilusiones y sepamos  ser enérgicos con nosotros mismos. 

No llegué a hacer un acto formal ni  una oración especial en ese momento,  pero durante la conversación yo dije  interiormente a Nuestra Señora: “Madre  mía, yo os ofrezco este sacrificio”. 

E incluso comenté con ellos: “Si  yo llego a fallecer, diez minutos después  de haber muerto, alrededor  mío estarán haciendo mundanismo  con personas de mi familia y con  otros que eventualmente vengan”. 

No insistí en el asunto, me despedí  de todos. Era tarde, fui a dormir  tranquilo, los otros también se dispersaron  y yo no tomé ninguna otra  deliberación explícita a ese respecto.

Presentimiento de una tragedia

Pasé un domingo común y, al día  siguiente, ¡muchos factores llevan a  creer que Nuestra Señora aceptó el  sacrificio! 

Me acuerdo muy bien que el lunes  salí de casa alrededor de las nueve  de la mañana, con una pequeña  inseguridad que no es común en mí.  No viajé directamente, pues antes de  partir para el Éremo del Amparo de  Nuestra Señora,3 donde iría para escribir  un trabajo, yo tenía que decir  una palabra muy rápida a un miembro  del Grupo que en aquel momento  estaba en el Éremo de Nuestra  Señora de la Divina Providencia.  Combiné con él para encontrarnos  en una callejuela de Perdizes,4 cerca  del éremo, en una especie de belvedere,  desde donde se tiene una visión  del barrio. Bajé del automóvil –  en ese tiempo yo estaba comenzando  a usar mi Mercedes bordeaux–, y  anduve un poquito con él de un lado  a otro, tal vez unos diez minutos,  conversando, combinando unas cosas.  Después me despedí de él y entré  en mi carro para ir a Amparo. 

Me acuerdo que estaba con mucho  sueño y, al entrar en el vehículo,  se dio un hecho curioso: yo, que venía  bajo la sombra del lumen de Genazzano  y de Fátima que se retiraban,  no estaba pensando en el ofrecimiento  que había hecho. Me asaltó  una duda: “¿Me siento atrás o adelante?”  Pensé: “Es más contrarrevolucionario  ir atrás”. Pero después  reflexioné: “Estoy tan abatido, tan  cansado y tan probado. Yo viajo con  más comodidad adelante.” 

Me vino a la mente lo siguiente:  “Voy a dormir y este automóvil de repente  sufre un choque –nunca tuve  miedo de eso– y me coge durmiendo.  Si me siento adelante, puedo ser liquidado.  Sería más prudente quedarme  en la parte de atrás, que es menos  peligrosa para un accidente, y no dormir,  porque, si hay un accidente, me  protegeré y me defenderé mejor.” 

Después pensé: “¡Andando! Eso  son sueños, no puedo dejarme llevar  por simples impresiones. Esos pronósticos  puede que no quieran decir  nada. No hay ninguna razón para  pensar en un accidente más especialmente  que en otra ocasión. Lo razonable  es ir adelante, es dormir. Entonces,  voy adelante y voy a dormir”.

Carro del Dr. Plinio después del accidente, el 3 de febrero de 1975

Y me senté donde voy siempre  cuando viajo, al lado del chauffeur. Si  decidiera ir atrás, habría tenido lástima  del joven que estuviera adelante, pero  en cuanto a mí, me habría salvado.  Cuando partí, tuve la terrible impresión  de que iba a hundirme en un  peligro muy grave. Y pensé: “Siento  una dilaceración y que algo me está  llevando hacia una tragedia; no sé  qué es. ¿Será pura imaginación o una  fantasía?” Pero hice eso a un lado. 

A veces las personas tienen presentimientos  siniestros, que después  no se verifican, eran meras impresiones;  conmigo ya sucedió dos veces  respecto de otras circunstancias. 

Rezamos las oraciones comunes  del trayecto, el automóvil siguió, y a  cierta altura de la salida de São Paulo,  después de entrar en la carretera,  me dieron ganas de dormir. Incliné  el banco para estirarme y me dormí.  Esos fueron los presentimientos  que tuve antes del accidente.

Consumación del ofrecimiento

Yo solo recuperé la conciencia  cuando estaba en el hospital de Jundiaí,  todo roto, destrozado, recibiendo  las primeras curaciones. Únicamente  me quedó la idea de haber  visto rápidamente un camión muy alto  que colisionaba contra nosotros. 

Mi hermana, su hija y su nieto recibieron  la noticia del accidente y viajaron  de São Paulo a Jundiaí para estar  conmigo. Supe que había caído  una lluvia tremenda sobre la ciudad,  como un verdadero diluvio. Fue  tan fuerte, que ellos se vieron obligados  a parar el automóvil y se quedaron dos horas en la carretera  esperando a que lluvia disminuyese,  porque era una locura  continuar. Eso fue una señal  de tragedia, una cosa horrorosa.

Cuando me encontraba  en el suelo, estaba desmayado.  Me dijeron que, al ser llevado  al hospital de Jundiaí,  yo tenía cierto conocimiento  de mí mismo, pero solo me  acuerdo de destellos. Perdí  de nuevo los sentidos y solo  desperté cuando entré en el  hospital de São Paulo, donde  comencé a percibir algo y vi  a algunos antiguos miembros  del Grupo que me esperaban  en la parte exterior del hospital  para saludarme. Entonces  los reconocí y les dije unas palabras.  Pero poco después perdí el conocimiento  otra vez. 

El accidente había ocurrido, todo  había pasado, todo se había liquidado,  todo había redundado en este  resultado: años de muletas o silla  de ruedas, con varias otras secuelas  realmente muy pesadas, de diversos  órdenes, hasta cosas pequeñitas  que siguieron como consecuencia de  la operación… Comenzó ahí una serie  de padecimientos mucho mayores  de lo que yo imaginaba. ¡Una verdadera  barbaridad! De aquí en adelante,  ¿Cuánto tiempo restará?  Dios sabe.

Hospital de Caridad de San Vicente de Paúl, Jundiaí, donde el Dr. Plinio fue socorrido

Un hombre de Admiración

No se puede negar que el  holocausto ofrecido por mí  fue muy bueno para el Grupo.  Nuestra Señora me dio  la gracia de hacer eso porque  procuré, durante la vida  entera, ser un hombre  de admiración. 

Yo designo como hombre de admiración  no a un hombre admirable,  hecho para ser admirado o que merece  admiración, sino a un hombre  que es hecho y vive para admirar.  Y como yo era así, Nuestra Señora  me dio bastante admiración por la  Iglesia, por la Causa Católica, por la  Cristiandad, por la Contra-Revolución,  para que yo quisiera exponerme  a ese lance por entero.

Detalles del carro del Dr. Plinio después del accidente, el 3 de febrero de 1975

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1) Ocurrida el 21 de abril de 1968.

2) Décadas antes, habiendo tomado conocimiento de la vida de Santa Teresita del Niño Jesús, el Dr. Plinio se hizo gran devoto de esa santa y pasó a admirar en ella el carácter expiatorio de su misión. Como otras almas contemplativas, ella se ofreció a Dios por los pecadores, a fin de que estos se salvasen, y para que los planes de la Divina Providencia se realizaran de modo pleno.

3) Localizado en el municipio de Amparo, Estado de São Paulo.

4) Barrio noble de la ciudad de São Paulo.  

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“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

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