¿Señor, a quién vamos a acudir?

Publicado el 08/22/2021

En un episodio decisivo del anuncio del Reino de Dios, los discípulos se dividieron entre los que se escandalizaron con las palabras de Jesús y los que, aun sin entenderlas, las aceptaron por un acto de fe.

Monseñor João Clá Dias

+ Evangelio según San Juan  6, 60-69

En aquel tiempo, 60 muchos de sus discípulos, al oírlo, dijeron: “Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?” 61 Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: “¿Esto os escandaliza?, 62 ¿y si vierais al Hijo del Hombre subir adonde estaba antes? 63 El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. 64 Y, con todo, hay algunos de entre vosotros que no creen”. Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. 65 Y dijo: “Por eso os he dicho que nadie puede venir a Mí si el Padre no se lo concede”. 66 Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con Él. 67 Entonces Jesús les dijo a los Doce: “¿También vosotros queréis marcharos?” 68 Simón Pedro le contestó: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; 69 nosotros creemos y sabemos que Tú eres el Santo de Dios” 

I – Jesús es el “Pan de vida”

La contradicción de los judíos

Cómo puede este darnos a comer su Carne?” (Jn 6, 52), comentaban entre sí los judíos que habían oído a Jesús haciendo referencia al sacramento de la Eucaristía. Y Él les respondió: “Si no coméis la Carne del Hijo del Hombre y no bebéis su Sangre, no tenéis vida en vosotros” (Jn 6, 53).

Con una fe insuficiente, ¿cómo podrían alcanzar el verdadero significado de las revelaciones hechas por el Mesías?

Los judíos no querían admitir que el Divino Redentor pudiese autodenominarse “el Pan de la vida” (Jn 6, 48). De hecho, Él lo es, tanto por la divinidad como por su humanidad. En cuanto Dios, Él crea, sustenta en el ser y alimenta a todas las criaturas. Al asumir un cuerpo, su Carne es vivificante por ser el Verbo de Dios. De la misma forma que el hierro se vuelve incandescente al ser colocado en el fuego, y adquiere la sustancia y las propiedades de éste sin dejar de ser hierro, así también el sagrado Cuerpo de Jesús está unido a la naturaleza divina. Por eso, sin la Eucaristía el hombre puede tener vida natural, pero no vida eterna.

Hoy nos damos cuenta de lo inexplicable que resulta el rechazo de los judíos al precioso convite del Señor. Sus antepasados habían adorado a no pocos dioses falsos, además de haber admitido las doctrinas más absurdas. Al presentarse el Dios verdadero, ofreciéndose como alimento de inmortalidad, su reacción fue la repulsa.

Cuando Moisés subió al monte Sinaí para recibir las Tablas de la Ley, los israelitas permanecieron esperándole al pie de la montaña. Como tardaba mucho en bajar y el pueblo ya estaba cansado, Aarón fue instado a hacerles un dios visible que fuera delante de ellos (cf. Ex 32, 1). En el fondo, querían tener un Dios —un Elohim, el Dios verdadero que creó el Cielo y la tierra— bajo una especie visible. Pues bien, lo que Jesús les ofrecía en este discurso eucarístico del capítulo 6 de San Juan era eso mismo: “Yo soy el Pan vivo que ha bajado del Cielo; el que coma de este Pan vivirá para siempre” (Jn 6, 51).

Es una paradoja: lo que los judíos pidieron a Aarón, nosotros lo recibimos. Sí, en la Eucaristía está el Elohim bajo las especies visibles. Con una gran diferencia: los judíos juzgaron que era posible obrar esa maravilla por manos humanas y nosotros creemos, con toda la fe, que esto se realiza por exclusiva autoridad divina: “Haced esto en memoria mía” (Lc 22, 19). Lo curioso es que los judíos, a pesar de haber creído que era posible realizar este gran misterio a través de fuerzas naturales y humanas, no creyeron que Dios omnipotente fuese capaz de hacerlo.

Misterio de la Fe

En las palabras de Cristo se encuentra un grandioso misterio: “Caro enim mea verus est cibus, et Sanguis meus vere est potus —Mi Carne es verdadera comida, y mi Sangre es verdadera bebida” (Jn 6, 55).

Oigamos a Santo Tomás: “Que en este Sacramento está el verdadero Cuerpo de Cristo y su Sangre, no lo pueden verificar los sentidos, sino la sola fe, que se funda en la autoridad divina”.1

El problema se centra en que “las conversiones que tienen lugar siguiendo el proceso de la naturaleza son formales”.2 Ahora bien, en el caso de la Eucaristía debemos considerar que la acción de Dios “abarca todos los niveles del ser. Por tanto, no sólo puede producir conversiones formales, […] sino que puede producir la conversión de todo el ser por la que toda sustancia de un ser se convierte en toda la sustancia de otro. Y esto es lo que sucede por el poder divino en este Sacramento. Porque toda la sustancia del pan se convierte en toda la sustancia del Cuerpo de Cristo, y toda la sustancia del vino, en toda la sustancia de la Sangre de Cristo. Por donde se ve que esta conversión no es formal, sino sustancial, […] por lo que puede decirse que su nombre propio es el de transubstanciación”.3

Además, debemos tener en cuenta que las dimensiones de la Hostia consagrada no corresponden a las del Cuerpo del Señor. Continua con el mismo tamaño que le era propio cuando en ella se encontraba la sustancia pan.4 Sin embargo, “es necesario confesar según la Fe Católica que Cristo está por entero en este Sacramento”.5

II – Palabras acogidas con murmuración

Incredulidad de muchos discípulos

En aquel tiempo, 60 muchos de sus discípulos, al oírlo, dijeron: “Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?”

He aquí por qué muchos de los discípulos que lo oyeron dijeron eso. Les faltó entonar el cántico: “Præstet fides supplementum, sensuum defectui —Que la fe reemplace la incapacidad de los sentidos”, como dice el Pange lingua; o los versos del Adoro te devote, “Visus, tactus, gustus in te fallitur, sed auditu solo tuto creditur —Al juzgar de ti, se equivocan la vista, el tacto, el gusto; pero basta el oído para creer con firmeza”.

Maldonado,6 que vivió en tiempos turbulentos, es rígido en sus comentarios y hace notar que es propio de los herejes interpretar los misterios divinos en función de su capacidad de comprensión. Así, cuando no entienden alguna verdad relativa a Dios o a la Religión, la califican de “desatino”.

61 Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: “¿Esto os escandaliza?,…”

Nuestro Señor Jesucristo es el Verbo Eterno y Encarnado, y, por consiguiente, desde tiempos inmemoriales ya conocía, en sus pormenores, la murmuración de los discípulos, que rompía la anterior unión que había entre ellos, toda ella hecha de admiración.

¿Pretende Jesús reprender o evitar el escándalo?

62 “…¿y si vierais al Hijo del Hombre subir adonde estaba antes?”

Maldonado7 pondera que el presente versículo es muy difícil de ser bien interpretado, porque se trata de una frase al mismo tiempo interrogativa y concisa. Una de dos: o Jesús quería decir que, al verlo en su Ascensión, comprenderían su afirmación de que su Sangre es verdadera bebida y su Carne verdadera comida; o que, después de presenciar su subida a los Cielos, se escandalizarían aún más.

Facilitar la asimilación del dogma

Recuerda también Maldonado8 que varios autores adoptan la primera de estas hipótesis, pero divergen entre sí sobre cuál de los dogmas formulados por el Salvador, en su discurso eucarístico, tendría mayor grado de aceptación en el público. Algunos juzgan que con la Ascensión sería más fácil asimilar su descenso del Cielo. Según otros, al ver el retorno de Jesús al Padre quedaría clara su divinidad, y que, en este caso, admitirían la transubstanciación del pan y del vino realmente en la Carne y en la Sangre de Dios. Veamos lo que nos dicen sobre esto dos renombrados Padres de la Iglesia.

San Juan Crisóstomo comenta: “Murmuraban diciendo: ‘¿No es este el hijo de José?’. De lo que se infiere que todavía desconocían su admirable y extraordinaria generación, y por eso le llamaban hijo de José. No les reprende cuando dicen eso, no porque lo fuese, sino porque aún no estaban en disposición de oír aquella maravillosa concepción. […] Si al decir ‘he bajado del Cielo’ se escandalizaron, ¿qué no habrían sentido si también hubiera añadido esto? Se llama a sí mismo ‘Pan de vida’ porque sustenta nuestra vida, ésta y la futura. Por esto añadió: ‘El que coma de este Pan vivirá para siempre’”.9

Y San Agustín: “¿Qué será, pues, ‘si conseguís ver al Hijo del Hombre subir a donde estaba primero’? ¿Qué significa esto? ¿Hace desaparecer con esto lo que les alborotaba? ¿Descubre con esto el sentido de lo que les escandalizaba? Sí, ciertamente, con tal de que llegasen a entenderlo. Ellos creían que les iba a dar su Cuerpo, y Él les dice que subirá al Cielo, y ciertamente todo entero. ‘Cuando veáis al Hijo del Hombre subir a donde estaba primero’, entonces es cuando os daréis claramente cuenta de que no os da a comer su Cuerpo como vosotros pensáis”.10

Reprimenda a los judíos

Maldonado contradice estas diversas suposiciones, manifestándose favorable a la hipótesis de que este versículo constituye una reprimenda a los judíos, y no una mera enseñanza o el ofrecimiento de una prueba. Según él, el procedimiento habitual del Divino Maestro con los incrédulos, que no aceptaban puntos minúsculos de la Fe, era formularles siempre una pregunta: “Si os hablo de las cosas terrenas y no me creéis, ¿cómo creeréis si os hablo de las cosas celestiales?” (Jn 3, 12).

En el versículo que comentamos aquí, Jesús se denomina Hijo del Hombre, para dejar clara la existencia de la unión en su Persona de las dos naturalezas, la divina y la humana, pues de los Cielos bajó como Dios y allí retornaría, como Hombre.

III – El alimento que vivifica

63a “El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve para nada”.

A lo largo de los siglos se han multiplicado, entre los comentaristas, varias interpretaciones sobre este versículo. La mejor nos parece ser la del Obispo de Hipona:

“¿Qué significa que ‘la carne no vale nada’? No vale nada la carne en el sentido en que lo entendieron ellos: carne muerta, hecha pedazos o como se vende en el mercado, no la carne vivificada por el Espíritu. […] Lo mismo aquí: ‘la carne no vale nada’, es decir, la carne sola; pero júntese el Espíritu con la carne, como se junta la caridad con la ciencia, y entonces vale muchísimo. Porque, si la carne no vale para nada, no se hubiese hecho carne el Verbo para vivir con nosotros. Si Cristo nos valió mucho por su carne, ¿cómo la carne no vale para nada? El Espíritu realizó algo por nuestra salud mediante la carne. La carne es un recipiente; mira bien lo que contiene, no lo que es”.11

Alimento espiritual y material

No es una exageración juzgar que el alimento material fue creado para el desarrollo y el sustento orgánico del hombre con el propósito también de servir de símbolo para la institución de la Eucaristía. Hay, sin embargo, una distinción entre el alimento material y el espiritual. El primero produce sus efectos en nosotros, convirtiéndose en sustancia de nuestro organismo, al ser asimilado por él. Con el segundo pasa exactamente lo contrario, pues somos asumidos por él, como dice San Agustín: “La fuerza que en él se simboliza es la unidad, para que agregados a su Cuerpo, hechos miembros suyos, seamos lo que recibimos”.12

Por la Eucaristía pasamos a ser otros Cristos

Por la Eucaristía participamos no sólo de la vida de Jesús sino de todo el tesoro de su Sagrado Corazón, de los méritos de su oración, de su sacrificio, etc. Esta realidad mística arranca arrebatos de entusiasmo de las almas de los Bienaventurados: “Para venir al mundo a redimirnos hízose Dios Hombre; y cuando tú vas al altar y lo recibes, tranfórmaste tú en Él, y si dijese: ‘Haceste tú Cristo’, no mentiría”.13

Por otro lado, cuando comulgamos pasamos a ser parte de Él: “Cuando comulgas, […] eres hecho miembro del Cuerpo de Cristo […]. Así como la mano es parte del cuerpo y vive y se sustenta en él, así tú tienes parte de Cristo y vives y te sustentas en Él, y te incorporas por la Comunión en Cristo, como miembro en el cuerpo”.14

Ahora bien, si la Eucaristía es como si nos transformásemos en Nuestro Señor Jesucristo, nuestra vida moral también participará de su santidad. No es sin fundamento que se afirma: “Christianus alter Christus —El cristiano es otro Cristo”, pues, en realidad, por el Bautismo pasamos a ser otros Cristos, y la Eucaristía va paulatinamente reproduciendo en nosotros los mismos sentimientos y virtudes del Hombre Dios. Con el tiempo, al recibir asiduamente este Sacramento, pensaremos, amaremos y actuaremos tal como Él. Nuestra caridad, humildad, obediencia y demás virtudes serán semejantes a las suyas.

Antídoto contra el pecado y fortaleza para la lucha

Por otra parte, la Eucaristía es también un poderoso antídoto contra el pecado, pues, según Santo Tomás de Aquino,15 más que conferirnos la gracia, ella —que contiene al Autor de la gracia, Cristo Jesús— aumenta en nosotros la caridad, disminuye la concupiscencia y, por lo tanto, aumenta la devoción, perdona los pecados veniales, etc.

Este Sacramento produce sus frutos en el alma que lo recibe “ex opere operato”, es decir, operando por sí mismo. Con todo, sus efectos pueden ser mayores o menores, dependiendo de las disposiciones con las cuales es recibido. Si la preparación interior fuese la mejor, mayor será su aprovechamiento. La ruptura y la renuncia con todo y a todo lo que pueda inclinarnos al pecado constituye una condición esencial para obtener la plenitud de las gracias conferidas por la Comunión Eucarística.

Por otro lado, no nos debemos perturbar a causa de nuestras debilidades e imperfecciones, porque ellas no nos impiden acercarnos a la Mesa Sagrada, por el contrario, el Pan Vivo nos dará fortaleza para luchar. Ya se trate de un vanidoso, un arrogante, un perezoso o un tibio, en la Eucaristía encontrará la inspiración y la energía para transitar por el buen camino.

Además de eso, en nuestra vida espiritual no son pocos los combates que debemos enfrentar contra el demonio, el mundo y la carne, y “es necesaria la fortaleza del alma para hacer frente a tales dificultades, lo mismo que el hombre por su fortaleza corporal vence y rechaza los obstáculos corporales”.16 Pero, ¿dónde buscar tal fortalecimiento si no es en la Eucaristía?

O salutaris Hostia, […] bella premunt hostilia, da robur, fer auxilium —canta bellamente el inmortal himno eucarístico— Oh saludable Hostia, […] en los ataques del enemigo danos fuerza, concédenos tu auxilio”.

63b“Las palabras que os he dicho son espíritu y vida”.

O sea —comenta San Juan Crisóstomo—, “cuando hablemos de cosas espirituales, no haya nada mundano ni nada terreno en nuestras almas, sino que todo esto quede aparte, quede desterrado todo lo de esa especie y dediquémonos por entero a escuchar las palabras divinas”.17

IV – Creer para ser vivificado

64 “Y, con todo, hay algunos de entre vosotros que no creen”. Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar.

Uno de los mejores comentarios a este versículo lo hace San Agustín. Él afirma que Jesús no se refirió a la falta de entendimiento, porque quería denunciar abiertamente la causa, o sea, la falta de fe de estos “algunos”. Con mucha lucidez demuestra que quien resiste a la fe no puede ser vivificado y que, como consecuencia, el entendimiento se obnubila: “Quien no se une, pone resistencia; y quien se opone, no cree. ¿Podrá ser vivificado quien resiste? […] Que crean y que abran, que abran su inteligencia y serán iluminados”.18

¿A quién se refería ese “hay algunos de entre vosotros”? Dice Maldonado: “A mí, sin embargo, me gusta más la opinión de Crisóstomo, que extiende a todos los discípulos y oyentes el alcance de la queja de Cristo, y exceptúa de este número a los Apóstoles; y se apoya en el sentido general de la polémica, que obliga a considerar a Cristo enfrentándose con los que se habían ofendido de sus palabras”.19

Según algunos autores, cuando Juan afirma que Jesús “sabía desde el principio”, se refería a su conocimiento eterno como Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Otros, sin embargo, interpretan de forma diferente y juzgan que, con la palabra “principio”, Juan indica el momento que precedió a las murmuraciones de los oyentes.

65 Y dijo: “Por eso os he dicho que nadie puede venir a Mí si el Padre no se lo concede”. 66 Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con Él.

El P. Manuel de Tuya comenta estos dos versículos con precisión: “Pero estas enseñanzas de Cristo no encontraron en ‘muchos’ de sus discípulos la actitud de fe y sumisión que requerían. Y las palabras que ellos llamaron “duras”, les endurecieron la vida, y no ‘creyeron’ en Él, y ‘desde entonces’ —sea en sentido causal (cf. Jn 19, 12), sea en un sentido temporal (cf. Jn 19, 27), aunque ambos aquí se unen, porque, si fue ‘entonces’ o ‘desde entonces’, fue precisamente ‘a causa de esto’— abandonaron a Cristo. En un momento rompieron con Él, retrocedieron, y ya ‘no le seguían’”.20

Jesús pone a prueba a los Apóstoles

67 Entonces Jesús les dijo a los Doce: “¿También vosotros queréis marcharos?”

Existe un determinado momento en el camino hacia el Reino en que se hace necesaria una adhesión consciente y explícita de nuestra parte.

Jesús, con una delicadeza divina, presenta el problema a sus Apóstoles. Él comprendía lo mucho que agrada al hombre tener el apoyo de sus amistades; pero, por otro lado, discernía la firme y previa decisión que ellos habían tomado de seguirlo, lo que le permitía hacer esa pregunta para que manifestasen explícitamente la adhesión a su Persona.

La respuesta de Pedro

68 Simón Pedro le contestó: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna;…”

Una vez más, San Pedro toma la palabra para, interpretando el deseo de todos, responder al Divino Maestro. Tertuliano afirmará más tarde: “O testimonium animæ humanæ naturaliter christianæ! 21 —¡Oh testimonio de las almas naturalmente cristianas!”. De hecho, consciente o inconscientemente, cuando queremos obtener algún bien que nos dé felicidad, es a Cristo a quien buscamos. Nadie como Él tiene palabras de vida eterna. Sobre este asunto, comenta San Agustín22 que, de forma implícita, Pedro pide a Jesús que les dé otro Él mismo, en el caso de que los despida.

Bello ejemplo para nosotros, según San Juan Crisóstomo,23 al ver a nuestros hermanos abandonar la Fe, aunque quedemos pocos o estemos solos, debemos permanecer en la plena fidelidad, porque ¿quién o qué nos dará felicidad fuera de Cristo?

69 “…nosotros creemos y sabemos que Tú eres el Santo de Dios”.

San Agustín24 resalta que Pedro manifiesta primero que cree, “creemos”, y enseguida dice que, debido a esta creencia, entiende, “sabemos”. Según el Obispo de Hipona, si fuese al contrario, ni sabría ni creería.

Esta declaración de Pedro es una síntesis de nuestra Fe: Jesucristo es el Hijo de Dios vivo, el “Santo de Dios” y, evidentemente, aceptando lo que Él enseña se llega a la plenitud de esa virtud.

V – La virtud de la obediencia

Siendo Dios el Señor de toda la creación, los seres inteligentes —Ángeles y hombres— tienen la obligación de reconocer, amar y servir este señorío. Los inanimados proceden así por su propia naturaleza, y los irracionales de modo instintivo. Él es Señor de todas nuestras facultades y, sobre todo, de nuestro entendimiento y voluntad. Por eso San Juan de la Cruz25 afirma que al final de esta vida seremos juzgados según el amor, pues estamos obligados a querer lo que Dios desea que queramos.26

Ahora bien, en el orden del universo está incluida la voluntad del hombre, la cual, por ser libre, debe estar en armonía con la de Dios a través de la virtud de la obediencia.27 Esta última no es una virtud superior a las teologales, fe, esperanza y caridad; sin embargo, es un medio veloz para unirnos a Dios y ser agradabilísimos a Él. A través de ella hacemos una entrega, en sus adorables manos, con más valor que cualquier sacrificio que hiciésemos:28 “Porque, aunque alguien sufriese el martirio o distribuyera todos sus bienes entre los pobres, tales actos no serían meritorios si no estuviesen ordenados al cumplimiento de la voluntad divina, y esto indudablemente pertenece a la obediencia […]. Y, en efecto, en I Jn 2, 4-5 leemos que ‘el que dice que conoce a Dios y no cumple sus Mandamientos, es un mentiroso’”.29

Así, la invitación a la práctica de la obediencia que nos hace la Liturgia de este vigésimo primer domingo del Tiempo Ordinario, está bien enfocada: en la primera lectura (Jos 24, 1-2a.15-17.18b), con las palabras de Josué: “Yo y mi casa serviremos al Señor” (24, 15), obteniendo del pueblo la respuesta: “También nosotros serviremos al Señor, ¡porque Él es nuestro Dios!” (24, 18); en la segunda lectura (Ef 5, 21-32), con la epístola de San Pablo: “Sed sumisos unos a otros en el temor de Cristo; […] Cristo es Cabeza de la Iglesia; Él, que es el Salvador del Cuerpo. Como la Iglesia se somete a Cristo, […] como Cristo amó a su Iglesia” (Ef 5, 21.23-25); y, sobre todo, en el Evangelio, a propósito de la fe, causándonos perplejidad con aquella apostasía de “muchos discípulos suyos”, que se negaron a creer y, por consiguiente, a obedecer.

Ocasión excelente para que hagan un examen de conciencia quienes viven en nuestra época, los cuales se deben preguntar: ¿cuál es el grado de fe y de sumisión a Dios, a la Iglesia y al Evangelio del hombre de nuestros días? ²


1) SANTO TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. III, q.75, a.1.

2) Idem, a.4.

3) Idem, ibidem.

4) Cf. Idem, q.76, a.4.

5) Idem, a.1.

6) Cf. MALDONADO, SJ, Juan de. Comentarios a los Cuatro Evangelios. Evangelio de San Juan. Madrid: BAC, 1954, v.III, p.437.

7) Cf. Idem, p.438.

8) Cf. Idem, p.438-439.

9) SAN JUAN CRISÓSTOMO. Homilía XLVI, n.1. In: Homilías sobre el Evangelio de San Juan (30-60). Madrid: Ciudad Nueva, 2001, v.II, p.174-175.

10) SAN AGUSTÍN. In Ioannis Evangelium. Tractatus XXVII, n.3. In: Obras. Madrid: BAC, 1955, v.XIII, p.681.

11) Idem, n.5, p.683.

12) SAN AGUSTÍN. Sermo LVII, n.7. In: Obras. Madrid: BAC, 1983, v.X, p.137.

13) SAN JUAN DE ÁVILA. Sermones del Santísimo Sacramento. Octava de Corpus. Sermón LVIII. In: Obras Completas. Madrid: BAC, 1953, v.II, p.921.

14) Idem, p.922.

15) Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO, op. cit., q.79, a.1.

16) Idem, II-II, q.123, a.1.

17) SAN JUAN CRISTÓSTOMO. Homilía XLVII, n.1. In: Homilías sobre el Evangelio de San Juan (30-60), op. cit., p.183.

18) SAN AGUSTÍN, In Ioannis Evangelium, op. cit., n.7, p.685.

19) MALDONADO, op. cit., p.449.

20) TUYA, OP, Manuel de. Biblia Comentada. Evangelios. Madrid: BAC, 1964, v.V, p.1116-1117.

21) TERTULIANO. Apologeticum, XVII: ML 1, 377.

22) Cf. SAN AGUSTÍN, In Ioannis Evangelium, op. cit., n.9, p.687.

23) Cf. SAN JUAN CRISÓSTOMO. Homilía XLVI, n.2. In: Homilías sobre el Evangelio de San Juan (30-60), op. cit., p.177-178.

24) Cf. SAN AGUSTÍN, In Ioannis Evangelium, op. cit., n.9, p.687-689.

25) Cf. SAN JUAN DE LA CRUZ. Dichos de Luz y Amor, n.59. In: Vida y Obras. 5.ed. Madrid: BAC, 1964, p.963.

26) Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO, op. cit., II-II, q.104, a.4, ad 3.

27) Cf. Idem, a.1; a.4.

28) Cf. Idem, a.3, ad 1.

29) Idem, a.3.

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