Sonrisa inefable

Publicado el 04/04/2021

Qué os llevaría, Señor, a sonreír en lo alto de la Cruz? ¡Qué abismo de contradicción entre los dolores que de la cabeza a los pies atormentan vuestro Cuerpo sagrado, y esa sonrisa que florece dulce, suave, afable, en- treabriéndoos los labios e iluminándoos el rostro! Sobre todo, Señor, ¡qué contradicción entre el abismo de dolores morales que llena vuestro Corazón, y esa alegría tan delicada y auténtica que transluce en vuestro Rostro! Contra Vos, todo el océano de ignominia y de la miseria humana se lanzó. No hubo ingratitud ni calumnia que dejaseis de recibir. Predicasteis el Reino del Cielo, y vuestra predicación fue rechazada por el vil apetito de las cosas de la Tierra. El demonio, el mundo y la carne, en infame rebeldía contra Vos, os llevaron al patíbulo, y ahí estáis esperando la muerte. Y, sin embargo, ¡sonreís! ¿Por qué?

Vuestros párpados están casi cerrados, pero todavía podéis ver algo. Y lo que veis es, Señor, la mayor maravilla de la Creación, la obra prima del Padre Celestial, un alma – y cuánta belleza puede haber en un alma, aunque lo ignore el materialismo de nuestro siglo – riquísima e íntegra en su naturaleza, colmada por todos los dones de la gracia, y santificada por una correspondencia continua y perfectísima a todos esos dones. Veis a María. Veis a vuestra Madre. Y en medio de todos los horrores en los que estáis sumergido, tal es la maravilla que veis, que sonreís afectuosamente, para alentarla, para comunicarle algo de vuestra alegría, para expresarle vuestro infinito y sublime amor.

Vos veis a María. Y al lado de la Virgen Fiel, veis a los héroes de la fidelidad: el Apóstol virgen, las santas mujeres; la fidelidad de la inocencia y la fidelidad de la penitencia. Vuestra mirada, para la cual todo es presente, ve más, pues se extiende por los siglos y os hace ver a todas las almas fieles que han de adoraros al pie de la Cruz hasta el día del Juicio. Veis a la Santa Iglesia Católica, vuestra Esposa. Y por todo eso sonreís con la sonrisa más triste y jubilosa, la más dulce y compasiva sonrisa de toda la Historia.

Entre las miríadas de almas que, siguiendo a María, están al pie de la Cruz, y para las cuales sonreís, ¿también está la mía, Señor? Humilde, arrodillado, reconociéndome indigno, yo os pido que sí. Vos que no expulsasteis del Templo al publicano, por las oraciones de María no apartaréis de Vos a un pecador contrito y humillado. Dadme, desde lo alto de la Cruz, un poco de vuestra sonrisa inefable, oh, buen Jesús.

Plinio Corrêa de Oliveira, Extraído de Catolicismo No. 148, abril de 1963

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