Suma contra los errores contemporáneos

Publicado el 02/05/2022

El apostolado verdaderamente fecundo es aquél en el que la verdad no es solo dicha por entero, sino con ufanía, bien argumentada y con santa audacia. Nada debe detenernos; tenemos que seguir impertérritos,caminando hacia adelante, anunciando la verdad y el bien como ellos son, según el ejemplo de San Avito.

Plinio Corrêa de Oliveira

Vamos a considerar algunos aspectos de la biografía de San Avito 1 , obispo de Vienne, en Francia, en los tiempos del rey Clodoveo.

Derechos de la religión verdadera contra las religiones falsas

San Avito

Vienne era parte del Reino de Borgoña, cuyo rey fue Gondebaud. San Avito, a quien Gondebaud daba pruebas de confianza, se esforzaba por llevarlo al cristianismo. Un día, lo instó con tanta fuerza, que el rey arriano, no resistiendo más a la evidencia de la verdad, le rogó que lo reconciliara en secreto con la unción del santo crisma (la confirmación).

Sin embargo, San Avito le respondió: “Si realmente creéis, ¿por qué teméis confesar a Jesucristo delante de los hombres, como Él nos lo ordenó?

¿El miedo a una sedición de vuestros súbditos os detiene, cuando se trata de obedecer al Creador de todas las cosas? ¿Sois rey y teméis a los súbditos? ¿No sabéis que a ellos les corresponde más seguiros, que Vos amoldaros a su debilidad?

Vos sois el jefe del pueblo y no el pueblo vuestro jefe. Cuando vais a la guerra, sois el primero en marchar y los soldados os siguen. Haced la misma cosa en el camino de la verdad: mostradlo a los súbditos entrando en él primero, y no siguiéndolos en el camino del error”.

La doctrina aquí contenida es eminentemente antimoderna y contrarrevolucionaria. Más propiamente, hay tres doctrinas contenidas en este texto. La primera se refiere a los derechos de la religión verdadera contra las falsas, y es la siguiente: Todos aquéllos que tienen medios para conocer a la Iglesia Católica, viven en un ambiente donde existe la Iglesia y se habla de Ella, reciben la gracia suficiente para desear conocerla y, correspondiendo a esa gracia, conocerla y amarla de hecho, llegando así a convertirse.

Plaza de San Pedro, en la Ciudad del Vaticano

De forma que no tiene disculpa la persona que, dentro de un tiempo y con una edad razonable, aunque habiendo nacido fuera de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, no acabe percibiendo que Ella es verdadera.

Dios no rechaza a nadie la gracia sobrenatural de la Fe, y todas las personas necesitan corresponder a ese don. Por supuesto, esto no es dicho así de las personas que viven en países donde nunca se ha oído hablar de la Iglesia, o se ha escuchado tan vagamente que no existe tal atractivo para conocerla más de cerca y, por lo tanto, para amarla y adherirse a Ella. Pero en los países donde es bastante conocida, todo el mundo recibe la gracia necesaria y suficiente para hacerse católico. Entonces, el hereje que no se hace católico es culpable de ello.

Jesús y sus discípulos

Tampoco podría concebirse de otra manera porque, si Nuestro Señor Jesucristo le dijo a sus Apóstoles: “Id y enseñad a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, agregando que quien crea será salvo y el que no crea será condenado (cf. Mt 28,19; Mc 16,16), no podemos imaginar que las personas no tengan gracias para entrar en la Iglesia. Sería una broma o una contradicción si Él  dijera: “Aquí está la Iglesia, todos deben entrar en Ella, pero la gracia indispensable para eso no la doy sino a unos pocos”.

Su obra, siendo sapientísima y perfectísima, tiene que lograr naturalmente su objetivo. Y siendo su finalidad que los hombres entren en la Iglesia, les es dada la gracia suficiente para hacerlo; y cuando se niegan, son culpables.

Debemos ser almas indomables, intrépidas, piadosas y sobrenaturales

Podría parecer que estos santos del Imperio Romano Cristiano y de la Edad Media actuaron así porque todo el ambiente les fue favorable.

Sin embargo, ellos lucharon contra enemigos tremendos y feroces. El arrianismo produjo en Europa innumerables devastaciones.

Ellos vencieron, cuando tan a menudo los católicos no vencen, como sucede actualmente. ¿Pero por qué?

Porque los católicos de hoy son flojos, se contentan con medias afirmaciones, con medias verdades, les gusta la confusión entre la verdad y el error, entre el bien y el mal, y por lo tanto no tienen las bendiciones de Dios. Tal apostolado es a menudo estéril, aunque dispongan de medios de acción prodigiosos. Si prestamos atención en quién los sigue… ¡nadie los acompaña!

San Avito

¿Qué radio, qué televisión tenía San Avito? ¿De qué prensa disponía? Nada; sólo tenía el púlpito y su autoridad de obispo santo. Hacía sus sermones y éstos tocaban el corazón de un rey.

Pues el apostolado fecundo es el apostolado franco, en el que la verdad no solo se dice por completo, sino con ufanía, bien argumentada y con una santa audacia.

Puede ser que a veces se dé lo que le pasó a San Juan Bautista o a Nuestro Señor Jesucristo. Pero pregunto: Entonces ¿Nuestro Señor Jesucristo y San Juan Bautista fracasaron? O, por el contrario, ¿el Divino Redentor, derramando su Sangre, salvó a la humanidad? O la sangre de San Juan Bautista ¿no habrá subido al Cielo como la de Abel, clamando venganza contra Herodes y Herodías, y misericordia para tantos hombres que esperaban en ese momento la luz de la verdad?

Dr. Plinio en 1966

Por supuesto que, en esta táctica de energía, encontramos reacciones tremendas. A veces puede suceder que muramos.

Pero si un católico piensa que morir en la defensa de la fe es un desastre, entonces debería empezar de nuevo, necesitaría nacer
de nuevo; pues lo contrario es la verdad: el martirio, el sufrimiento conduce a la gloria y a la fecundidad del apostolado.

De manera que nada nos debe detener, tenemos que seguir impertérritos, caminando hacia adelante, anunciando la verdad y el bien como ellos son, de acuerdo con el ejemplo de San Avito. De hombres así, uno moría y diez vencían. El que moría asistía a la victoria desde el Cielo.

Fueron obispos, papas, laicos, quienes de esta manera constituyeron la levadura que dio origen a la Edad Media.

Castillo de Eltz, Alemania

Cuando vemos restos magníficos de la Edad Media: inmensas catedrales, maravillosos castillos, vitrales, el canto gregoriano; cuando pensamos en la Caballería, en las Cruzadas, en el feudalismo, en tantos recuerdos que la Edad Media dejó y
son una luz en medio de la oscuridad de este mundo, debemos recordar que ¡hay en la base de todo esto, cuánto coraje, cuánta audacia, cuánto sentido de sacrificio, cuánta confianza en la gracia como elemento decisivo de toda victoria y, cuánta seguridad de que caminando hacia adelante, con la gracia de Dios, el hombre es invencible!

Esto hizo germinar la Edad Media. Pidamos la intercesión de San Avito para que nos obtenga las gracias de ser las almas indomables, intrépidas, piadosas y sobrenaturales de las cuales el Reino de María debe nacer.

Extraído de conferencia del 4/2/1966

 

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