Súper excelencia de la misión del Discípulo amado

Publicado el 12/27/2025

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San Juan Evangelista es el Apóstol de la dedicación, de la fidelidad, de la pureza y del amor. Por su fidelidad al pie de la cruz, tuvo el honor de recibir a Nuestra Señora como su Madre. Esta gracia le allanó el camino para muchas otras, como las grandes visiones en la isla de Patmos.

Plinio Corrêa de Oliveira

San Juan Evangelista Hermandad del Santísimo Sacramento, Sevilla

Este mes, la Iglesia celebra la festividad de San Juan Evangelista. D. Guéranger1 dice lo siguiente sobre él:

Camino al martirio

En su ambición materna, Salomé había presentado a sus dos hijos a Jesús, pidiendo para ellos los primeros lugares en su Reino.

El Salvador habló entonces del cáliz que debían beber y profetizó que un día estos dos discípulos lo beberían a su vez. El mayor, Santiago, uno de los apóstoles, fue el primero en dar a su Maestro la señal de su amor.

Juan, el joven, también fue llamado a dar testimonio de la divinidad de Jesús con su vida. Pero el martirio de semejante apóstol requería un escenario digno de él. Asia Menor, evangelizada por sus cuidados, no era un lugar lo suficientemente ilustre para la gloria de semejante luchador. Roma, solo Roma, donde Pedro había establecido su sede y derramara su sangre, donde Pablo había inclinado la cabeza ante la espada, merecía el honor de ver entre sus muros al augusto anciano, el discípulo amado por Jesús, el único superviviente del Colegio Apostólico, que se encaminaba al martirio.

Sumergido en aceite hirviendo, rejuvenece milagrosamente

Cuando fue llevado a Roma, ya era muy anciano, por lo que se dice que era un venerable anciano que iba a Roma a sufrir el martirio.

La madre de Santiago y San Juan intercede ante Jesús por sus hijos – Museo de Bellas Artes, Grenoble, Francia

Juan compareció ante el tribunal romano en el año 95. Era acusado de haber propagado, en una vasta provincia del Imperio, el culto a un judío crucificado bajo Poncio Pilato. Él debe perecer, y la sentencia concluye que una tortura vergonzosa y cruel librará al Asia de un viejo y supersticioso rebelde.

El predicador de Cristo debía ser sumergido allí en aceite hirviendo. Ha llegado la hora de que el hijo de Salomé participe del cáliz de su Maestro. El corazón de Juan se regocija. Tras infligirle una cruel flagelación, los verdugos colocan al anciano en el lugar del suplicio.

Pero, ¡oh cosa prodigiosa! El aceite hirviendo ha perdido su calor; ningún sufrimiento afecta las extremidades del Apóstol. Cuando fue liberado de esta tortura, había recuperado todo el vigor que los años le habían arrebatado.

Imaginemos qué hermosa escena: un anciano, con un rostro venerable y virginalmente puro como el de San Juan, un anciano con barba y cabellos blancos, con un espíritu muy contemplativo, con un aire a la vez varonil y angelical, todo encorvado y golpeado por los años, entra en un caldero de aceite. Las personas a su alrededor quedan a la expectativa: “Ahora el viejo se desintegrará ahí dentro”.

Martirio de San Juan Evangelista – San Lorenzo de Morunys, España

De repente, el aceite deja de hervir y cesa el tembloroso sonido de las burbujas. El Apóstol, aunque con el pelo blanco y algunos rastros de la vejez, emerge rejuvenecido del caldero. Ha recuperado todo el vigor de la juventud en el esplendor de la madurez y de la ancianidad. Desciende del caldero y camina con paso ufano, y, como veremos en breve, más tarde va a Patmos, donde tuvo las visiones del Apocalipsis.

Imaginemos también la reacción de asombro de todos. Nadie ha logrado jamás retroceder el tiempo; sin embargo, este anciano lo consigue, preservando la venerabilidad en la juventud.

Naturalmente, los soldados lo arrestan. Camina con ellos, a paso marcial, hacia la prisión, dejando a todos atónitos tras él. ¡Una victoria espectacular, lapidaria y completa!

Una promesa llena de misterios

Ahora bien, no podemos olvidar que, tras la Resurrección del Señor, San Pedro preguntó a Jesús cuál sería el destino del discípulo amado, a lo que Nuestro Señor misteriosamente respondió: “¿Qué te importa si quiero que permanezca hasta mi venida?”. Y luego el Evangelio continúa: “Por eso corrió entre los hermanos el rumor de que aquel discípulo no moriría” (Jn 21, 22-23).

En mi opinión, el tema tendría su explicación más detallada y más completa si asumimos la siguiente perspectiva. Supongamos que, por alguna razón, ya existía la sospecha entre los discípulos de que San Juan Evangelista tendría una actuación muy larga para el futuro, de ahí la pregunta: ¿él entonces no morirá? Y relacionaron ambas cosas.

Pero Nuestro Señor distinguió las dos preguntas. Él dijo a San Pedro lo siguiente: “¿Y si yo quisiera que él permaneciese hasta que yo venga? No quiero decir si habrá de morir o no. ¿Por qué te incumbes con eso y haces esa pregunta?” Desde esta perspectiva, parece que los apóstoles estaban más interesados en saber si San Juan moriría, que en saber si permanecería o no en la tierra por mucho tiempo. Para los apóstoles, el problema debió ser mucho mayor, pues probablemente temían morir y pensaban: “¿Éste va a ser un afortunado que no muere?”. Lo cual, desde su perspectiva, es comprensible.

Por lo tanto, San Juan, en su Evangelio, consideró la hipótesis de que permanecería y se mantuvo más o menos al margen de la discusión.

El único Apóstol coronado con el martirio de deseo

Continúa la ficha: La crueldad del Pretorio fue vencida, y Juan, mártir del deseo, permaneció para la Iglesia unos años más. Hay una cosa muy bonita aquí. En el caso de San Juan, se da una especie de triunfo de la confianza. Porque la gracia del martirio y la resistencia a él es una gracia especial que se concede a quienes son llamados a ello. Es posible que no se le concediera la gracia de enfrentar esa situación y, por lo tanto, fuese hacia el caldero de aceite caliente, con un miedo terrible, pero confiado en que no sería quemado.

San Juan Evangelista sabía que aún tenía una misión que cumplir. Era natural, por un lado, que quisiera morir, pero por otro, que no lo quisiera. Había deseado ardientemente el martirio y había tenido todo el valor para afrontarlo. Pero, sin ser martirizado, se produjo el milagro, y emergió de allá dentro con la corona del martirio de deseo para el cumplimiento de su misión.

Una misión que supera las del Antiguo Testamento

Un decreto imperial lo exilió a la isla de Patmos, donde el Cielo debe revelarle el destino futuro del cristianismo hasta el fin de los tiempos.

Entonces, San Juan llega a Patmos, una pequeña isla en medio del Mediterráneo. Allí, su vida alcanza su verdadero apogeo; el cielo se abre y comienzan todas las visiones del Apocalipsis. Es el fin último de la unión de esta alma extraordinaria con Dios.

Sin embargo, para la gente común, el Apocalipsis, por ejemplo, no figura en la fisonomía moral ni en la psico-iconografía de San Juan. Sabemos que el Apocalipsis existe, pero es un libro misterioso, tan complejo y estruendoso, tan fuera de los límites comunes de la dulzura, que no vale la pena detenerse en él, pues es un libro destinado más a ser interpretado en el momento en que se desarrollan los acontecimientos, que con antelación. Y por eso es misterioso.

Moisés recibe las Tablas de la Ley – Catedral de Colonia

Quizás porque la hora de la Providencia aún no ha llegado, la iconografía no suele representar a San Juan recibiendo visiones en la isla de Patmos. Es más fácil representar, por ejemplo, a Enoc o Elías recibiendo una visión en la isla de Patmos, de pie, en una actitud grandiosa. ¡Sería algo fabuloso!

Ahora bien, ésta no es la postura en la que se encuentra San Juan Evangelista. En mi opinión, debido a cierta inversión de valores en nuestras mentes, resultante de la forma en que nos es presentado el Nuevo Testamento, San Juan se presenta menos extraordinario que ciertas figuras del Antiguo Testamento.

Moisés, por ejemplo, recibiendo las tablas de la Ley, nos parece más majestuoso que San Juan Evangelista reclinando la cabeza sobre el pecho de Nuestro Señor, o comulgando, o diciendo de sí mismo: “el discípulo a quien Jesús amaba”. ¡Sin embargo, son cosas fantásticas! ¿Cómo es que San Juan, al pie de la cruz, recibiendo a Nuestra Señora como su Madre, es menos que Moisés recibiendo la Ley en el Monte Sinaí? ¡Es un disparate! Al fin y al cabo, las cosas son grandiosas en cuanto se relacionan con Nuestro Señor.

San Juan era el discípulo amado; había reclinado su cabeza sobre el pecho de Nuestro Señor el Jueves Santo, y por ello tuvo el incomparable privilegio, después de Nuestra Señora, de ser el primer devoto del Sagrado Corazón de Jesús, escuchando los latidos de su corazón que, en esa hora, latían de amor por todos los hombres.

Oración en el Huerto – Museo Diocesano, Freising, Alemania

Después, ¡ay!, cometió el horror que conocemos: durmió en el Huerto de los Olivos y también huyó. Pero él era el Apóstol virgen, y las almas vírgenes, incluso en sus situaciones más tristes, encuentran los recursos y la fuerza para cumplir con el deber que, infelizmente, las almas no vírgenes no encuentran. Por otro lado, Dios protege y atrae a las almas vírgenes hacia sí. Ciertamente, por consideración a la virginidad de San Juan, Nuestra Señora obtuvo que él fuese llamado.

Última Cena – Museo Unterlinden, Colmar, Francia

En el auge del amor, San Juan recibió el auge de la recompensa

Pues bien, en lo alto del Calvario, el discípulo del amor estaba representando un auge. Por lo tanto, tuvo el honor no solo de estar en el auge del amor en ese momento, sino también de representar a todos los Apóstoles y evitar que la vergüenza del Colegio Apostólico fuese completa.

Y en ese auge de amor, San Juan recibió el auge de la recompensa. Porque no puede haber don mayor que recibir a Nuestra Señora como regalo. Cuando Nuestro Señor dijo: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”, y después le dijo a él: “Ahí tienes a tu Madre”, recibió un don inestimable.

¿Puede alguien imaginar su valor? Infinitamente abajo de Dios, pero insondable e incalculablemente superior a todas las demás criaturas, se encuentra María Santísima. No hay palabras para expresar lo que significa recibir a Nuestra Señora como regalo. Ella es el canal de todas las gracias, Ella es la obra maestra de Dios.

Calvario – Convento del Espíritu Santo, Toro, España

Algunos comentaristas afirman que San Pedro, de haber estado presente, habría recibido a Nuestra Señora, pues Ella era un tesoro tal que debería haber estado con la cabeza de la Iglesia. Pero esto no sucedió.

En cualquier caso, un hecho es positivo: si Nuestra Señora fue dada como Madre a Juan fue porque era el discípulo casto, era el discípulo a quien Nuestro Señor amaba, pero también porque él fue el único apóstol fiel que permaneció en el Calvario cuando ningún otro apóstol estaba presente. Es natural que, en estos momentos de ausencia de tantos apóstoles, Nuestra Señora sea dada como Madre a quienes están al pie de la Cruz.

Y estar al pie de la Cruz significa ser fiel a la verdadera ortodoxia de la Iglesia Católica; significa ser esclavo de Nuestra Señora en estos días, cuando nadie quiere oír hablar de esclavitud, de dedicación, de fidelidad, de pureza, de amor ni de nada de eso; al contrario, prefieren oír hablar de las cosas de la Revolución.

Tenemos este aspecto común con San Juan Evangelista: Nuestra Señora nos fue dada de una manera muy especial, porque nos obtuvo la gracia de estar entre los poquísimos que están al pie de la Cruz.

 Misteriosas relaciones de alma entre Madre e hijo

San Juan recibió a Nuestra Señora como su Madre y él, inmediatamente, comenzó a tratarla como un hijo. Pues, dice el Evangelio, desde ese momento acogió a María en su hogar; y no solo en su casa, sino en su familia. Nuestra Señora comenzó a actuar como un miembro más de su familia. Entonces comenzaron las misteriosas relaciones de alma que esta adopción creó, las cuales, yo creo, están profundamente conectadas con la Sagrada Esclavitud de San Luis Grignion de Montfort. El Apóstol virgen tenía una excelente, insondable y misteriosa relación de alma, a través de la cual se vinculó con Nuestra Señora, de una manera que ni siquiera podemos comprender. Por lo tanto, es más que lícito imaginar lo siguiente: en todas las etapas de su vida, mantuvo esta intimísima unión con Ella. Así, por ejemplo, en el momento en que San Juan fue sumergido en el aceite hirviendo, mantuvo la mirada y el pensamiento fijos en Nuestra Señora. Quién sabe, quizá, si en el momento en que el aceite dejó de crepitar, Nuestra Señora se le apareció en el Cielo sonriéndole. En todo caso, como el rejuvenecimiento fue una gracia, sin duda le llegó de manos de María. Y esto allanó el camino para una gracia mucho mayor: completar su vi da contemplativa al recibir las grandes visiones en la isla de Patmos.

Podemos imaginarlo navegando por el Mediterráneo en un pequeño barco, acompañado por los soldados que lo rodeaban; desembarcando en esa isla, comenzando a rezar a Nuestra Señora y, por su intercesión, recibiendo aquellas maravillosas revelaciones.

Dado que entre estas visiones se encuentran revelaciones sobre el fin de los tiempos y sobre la historia de la Iglesia, es muy probable que los días actuales se presentaran ante los ojos de San Juan. No es del todo imposible imaginar que también tuvo una visión de aquéllos a quienes Nuestra Señora habría de suscitar para luchar por su gloria en las tristezas de nuestros días.

San Juan murió de amor

Por último, tenemos otra ficha2 sobre la muerte de San Juan Evangelista: Juan oraba con los brazos extendidos, de pie junto a la sepultura. Echó su manto dentro de ella, bajó, se acostó y volvió a rezar.

Una gran luz descendió sobre él. Aún habló con sus discípulos. Éstos estaban junto a la sepultura, lloraban y rezaban. Entonces vi algo maravilloso: mientras Juan yacía allí, muriendo plácidamente, vi un resplandor sobre él, una figura luminosa parecida a él mismo emergiendo de su cuerpo como de un sudario y, desapareciendo en la misma luz y resplandor.

También vi que el cuerpo de Juan no estaba en la Tierra. Un espacio luminoso parecido a un sol apareció entre el este y el oeste, y lo veo allí como si intercediera por los demás, como si recibiera algo de arriba y se lo diera a los de abajo. Veo este lugar como perteneciente a la Tierra, pero está completamente elevado sobre ella. Nadie puede alcanzarlo de ninguna forma.

San Antonino narra estos mismos acontecimientos de la forma como los comenta Catalina Emmerich. La tradición confirma lo que fue visto por la vidente al morir el santo.

San Agustín, San Gregorio de Tours, San Hilario, San Gregorio Nacianceno, San Alberto Magno, Santo Tomás de Villanueva y otros opinan que Juan sí murió, pero que su cuerpo fue retirado de la tierra y que ahora vive, como Enoc y Elías, para regresar al final de los tiempos a fin de predicar a las naciones.

Ésta fue la hermosa muerte de San Juan. No murió de enfermedad, ni siquiera de vejez, aunque había alcanzado una edad muy avanzada, sino por una como que deliberación de morir.

San Juan escribe el Apocalipsis – Iglesia de San Pablo, Valladolid, España

En otras palabras, era consciente, tenía conocimiento del momento en el que moriría y sabía que debía morir en un auge de amor. No de un amor sentimental e insensato, sino como nosotros entendemos el amor a lo absoluto. El Apóstol virgen murió en un auge de amor a lo absoluto, de amor a Dios, quien es la personificación de todo las cosas bellas, grandes y nobles; o, en otras palabras, de la belleza, la grandeza y la nobleza existentes en las cosas que Él creó. Así que, en este acto de amor a Dios, él iba a morir. Seguramente San Juan Evangelista murió de amor, como Santa Teresa de Jesús. La plenitud del amor fue tan grande que el cuerpo ya no podía soportar la presión de este amor, y el alma se desprendió de él. Así que fue al sepulcro siendo un hombre sano. Llegó allí, colocó su manto en el sepulcro, luego entró él mismo, se acostó allí y comenzó a morir. Perteneciendo ahora más al mundo de los muertos que al de los vivos, comenzó a rezar. Sus discípulos, alrededor del sepulcro, lloran y rezan. Lloran porque perderán a su maestro; pero, por otro lado, rezan por la incomparable grandeza de la escena que presencian. Entonces, una luz desciende del cielo y cubre a San Juan Evangelista. Esta luz es, evidentemente, una gracia del Cielo, una acción especial de Dios, que lo envuelve por completo, y muere dentro de esta luz, bañado por esta acción de Dios.

Predicación de San Juan Evangelista en la víspera de su muerte Iglesia de San Lorenzo de Morunys, España

En algún lugar, San Juan ejerce su oficio de mediador

Su cuerpo es visto por los discípulos desprendiéndose, como si él mismo saliese de dentro de algo que lo envuelve –Catalina Emmerich lo ve.

Pero entonces, en una región que recuerda mucho la doctrina de la mediación, él se eleva en el aire y todas las gracias le son dadas a él para ser distribuidas, y todas las peticiones le son dirigidas para llevarlas a Dios, naturalmente con la Virgen María como intermediaria.

El alma del Apóstol Virgen sube al Cielo – Iglesia de San Lorenzo de Morunys, España

San Juan resucitado, con su cuerpo glorioso, se encuentra en ese lugar donde su cuerpo también se unirá, a la manera de Enoc y Elías, quienes también se encuentran en un lugar desconocido, pero en la Tierra. Y en este alto lugar, el discípulo amado ejerce su papel de mediador. Entonces se cierne sobre toda la humanidad, y Nuestra Señora se cierne sobre él.

Tampoco es imposible plantear la hipótesis levantada por Anna Catalina Emmerick de que este lugar sea el mismo de Enoc y Elías, y que ellos tengan, por lo tanto, la incomparable alegría y el honor de conversar con San Juan, de tener una relación con él, un contacto en el que, sin duda, el evangelista le cuenta a Elías – quien fue, por así decirlo, el fundador, el gran precursor de la devoción a Nuestra Señora–, le cuenta todas las maravillas de su relación con Ella. Así, prepara al Profeta para el resto de la misión terrena que aún le queda por cumplir.

La figura de Enoc es muy misteriosa; se sabe poco sobre él, pero, naturalmente, si mi hipótesis es cierta, San Juan también prepara a Enoc para su regreso.

Así, al recibir a Enoc y a Elías, recibiremos a dos profetas que compartieron miles de años con San Juan Evangelista y que ofrecen las doctrinas más sublimes y los conocimientos más extraordinarios.

Ahora, yo pregunto: ¿Podría ser que Enoc y Elías tuvieran la misión de revelar cosas que les dijo San Juan Evangelista? ¿No podría ser que muchas cosas no oficiales —que nunca pertenecieron a la Revelación oficial, por supuesto— pudieran ser comunicadas en esta ocasión, y llenarán de alegría a los fieles del fin de los tiempos, y dará a la Iglesia un contenido doctrinal, una perfección de conocimiento incomparable?

Es algo que nosotros podemos y debemos admitir, y nuestra piedad debería complacerse con ello. No quiero decir que debamos aceptarlo como una certeza, sino como una posibilidad, pues es una de esas hipótesis piadosas que son buenas para el alma, y la verdadera piedad recomienda cultivarlas.

Pedidos al Apóstol amado

Así pues, en esta festividad de San Juan Evangelista, debemos pedirle una cosa; o, mejor dicho, él es tan grande que podríamos pedirle varias.

Una primera petición es la gracia de la devoción a Nuestra Señora. Que nos conceda compartir su devoción a Ella; que nos conceda una devoción llena de conocimientos arcanos y trascendentales, que pocos conocen, pero que las almas piadosas pueden conocer con la ayuda de la gracia de Dios.

En segundo lugar, pidamos que él, como modelo de pureza, nos conceda esa pureza trascendental que él también poseía.

Visión de San Juan en la isla de Patmos – Museo Diocesano, Santarém, Portugal

En tercer lugar, pidamos ese don de intimidad con Nuestra Señora y Nuestro Señor, como él lo tuvo, que caracterizó su vida de piedad con una nota a la vez de suprema veneración, cercanía y calidez, haciendo de esta relación algo sumamente reconfortante. Es, por tanto, una piedad imbuida por completo de la virtud de la confianza.

Que Nuestra Señora nos conceda, por intercesión de San Juan Evangelista, esta confianza ciega en Ella, para que, si necesitamos una gracia, sepamos que, pidiendo por medio de Ella, obtendremos, aunque sea el apaciguamiento del aceite ardiente de las tribulaciones, los reveses y las pruebas, de las que toda alma se levanta con el apoyo de Nuestra Señora.

Y, finalmente, imploremos ese admirable amor de lo Absoluto, que lo convirtió en el Apóstol amado. Él amaba a Nuestro Señor porque era el Absoluto, y el Absoluto lo amaba porque se sentía amado por él.

Estas son las gracias que debemos pedirle a San Juan Evangelista. Que él sea nuestro excelso mediador ante la Santísima Virgen María y nos obtenga de Ella todos estos favores y todos los demás que Ella, en su inmensa misericordia, quiera otorgarnos: que él nos conceda a todos los que estamos aquí, a todos los miembros del movimiento; a todos aquellos dentro del movimiento que se sienten particularmente tentados o probados, que sufren dificultades especiales; y a aquellas almas con vocación que vagan por el mundo hasta que vengan a pertenecer a nuestra obra y que experimentan tantas tentaciones y dificultades.

Que, para todos ellos, Nuestra Señora obtenga y conceda, en el día de San Juan Evangelista, dones que anticipen estas enormes gracias de las que acabo de hablar. v

(Extracto de conferencias del 5 de mayo de 1966, 27 de diciembre de 1966, 9 de abril de 1971 y 22 de marzo de 1989)

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1) No disponemos de los datos de esta ficha.

2) Idem.

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