Superficialidad y dureza de corazón

Publicado el 04/11/2022

El pueblo judío quizás se encantaba con Jesús porque hacía grandes maravillas, y “nunca habló nadie como él”; pero su admiración no era profunda hasta el punto de corregir los principios errado. Se podría afirmar que lo enaltecían al Señor con sus palabras y lo crucificaban en el corazón

Néstor Naranjo

A medida que avanza la Cuaresma, la liturgia nos presenta cada vez con mayor claridad, los horizontes insondables de bondad y de misericordia que alberga el Corazón de Jesús. Se aproximan los días santos en que el Señor consumará en un auge de fidelidad y generosidad, la misión que el Padre eterno le ha incumbido…

Los días pasan, y el Hijo del Hombre manifiesta un aspecto fundamental de su vocación mesiánica: se embreña en una lucha sin cuartel contra fariseos, escribas, saduceos, herodianos, y sacerdotes, quienes, a una, a pesar de su tradicional oposición, forman un solo cuerpo para perseguir al Justo, Hijo de Dios, quien a la par de realizar grandes signos y portentosos milagros, deja estupefactos y llenos de odio a estas autoridades religiosas que traman su destrucción y su muerte.

El divino polemista, el Verbo de Dios hecho carne en la humanidad santísima de Cristo, desenmascara con la sabiduría de lo eterno a los fieles discípulos de las tinieblas, y queda claro ante los ojos de todos los circunstantes la diferencia abismal entre esos dos tipos humanos: el tipo humano del Hijo del Hombre y el tipo humano de los hijos de Belial.

Los discípulos del Señor aprenden de Él este arte supremo del conocimiento de la Opinión Pública y cómo el mostrar la verdad en su pura y ardiente integridad, denunciando al mismo tiempo a los fautores de la iniquidad y del pecado declarado, es la única forma de manifestar la verdadera Luz del mundo, disipando las negruras del error. Evidentemente, es una batalla de vida o muerte, pero todo está calculado en los divinos y meticulosos planes de Dios.

Comienza por fin la Semana Mayor con la entrada triunfal de Cristo en Jerusalén. Es el Rey de Reyes, el Señor de los Señores, el Príncipe de la paz, que, con la humildad propia de un Dios, entra en un borrico, desechando los carruajes de los potentados del mundo, abajándose como el Siervo del Señor, cuyo Reino no es de este mundo…

Las multitudes se aglomeran a su paso, reconociendo en Él al Maestro y al taumaturgo, al gran Profeta que enfrenta sin temor a las autoridades religiosas constituidas, mostrándoles la inconsistencia de sus argumentos y la privación absoluta de bondad en sus corazones; es Aquél a quien tratan inútilmente de envolver en sus tramas de muerte, pues aún no ha llegado su hora, aunque ya está próxima.

El pueblo lo aplaude con fervor y entusiasmo, lo honra como al Esperado de las Naciones, al Mesías prometido y predicho desde los tiempos antiguos por los Profetas; y, de modo muy especial, reconoce en Jesús al descendiente del trono de David, a Aquél a quien corresponden todos los derechos de la primogenitura de Israel.

Y las alabanzas vuelan de boca en boca entre todos los habitantes de la ciudad Sagrada; y, las palmas se tienden a su paso; y los Hosanas al Hijo de David se multiplican en los labios de grandes y pequeños, que sin temor lo proclaman como a su Rey. ¡Es una exultación completa de todo el pueblo que glorifica a Cristo!

El odio de los príncipes de los sacerdotes crece en torno suyo y no consiguiendo ocultar su aborrecimiento y rencor, piden a Jesús que haga callar a los niños, a los ancianos y a todo el pueblo, pero Él les responde: “Si éstos callaran, hasta las piedras gritarían” … Era necesaria esta glorificación y reconocimiento entre su pueblo, antes de someterse voluntariamente a la Pasión.

Los campos están definidos, la Luz del mundo se ha mostrado entre los hombres con una claridad incontestable, demostrando su poder y majestad… No obstante, el plan divino es severo para con el Verbo humanado, quien ha venido al mundo para sufrir de los hombres una muerte cruel a la cual debe entregarse con entera libertad, y en el momento determinado por Dios en sus decretos eternos.

Sin embargo, hay un aspecto curioso e incomprensible de la sicología humana, el cual se constata con cierta frecuencia en la vida de los hombres, y es el cambio radical, ¡cuántas veces instantáneo! en el orden de las ideas y de los hechos, de los deseos, las aspiraciones y el comportamiento de las personas; las gentes han glorificado eufóricamente a Jesús, y pocos días después gritarán también eufóricos: “crucifícale, crucifícale”. ¡Cómo entender esas interioridades del alma humana, esas flaquezas y mudanzas irracionales en su forma de pensar y de actuar! La tibieza de espíritu se transforma fácilmente en perfidia, doblez, infidelidad y alevosía.

Es necesario vivir como se piensa, so pena de más tarde o más temprano terminar pensando como se vive”, decía Paul Bourget. Una de las causas de ese deseo de mudanzas intempestivas se debe muchísimas veces a la superficialidad de espíritu con que asumimos nuestras responsabilidades, no queriendo ir hasta las últimas consecuencias en el cumplimiento de los deberes, prefiriendo quedarnos en la futilidad, la trivialidad y la inconstancia, ya que esto no exige seriedad y juicio.

El pueblo judío quizás se encantaba con Jesús porque hacía grandes maravillas, y “nunca habló nadie como él”; pero su entusiasmo era apropiativo, su admiración no era profunda hasta el punto de corregir los principios errados; era una admiración hueca, vacía e insustancial. Se podría afirmar que lo enaltecían al Señor con sus palabras y lo crucificaban en el corazón.

Pero no miremos solamente al pueblo judío de entonces, miremos para nuestro propio corazón y para el corazón del mundo en que vivimos: es un corazón tantas veces voluble e inconstante, que sin escrúpulo traiciona al autor de la vida, vendiéndolo por las treinta monedas del pecado.

Roguemos a María Santísima, la Madre de los Dolores, que Ella transforme nuestra vida y nos anime a forjar propósitos firmes de enmienda y conversión, de regeneración y reforma completa de nuestra vida. Que los días santos que se aproximan podamos vivirlos con fervor auténticamente cristiano y nos obtengan la gracia de ser íntegros en nuestra fe a ejemplo suyo y de Jesús.

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