Surgiendo de las cenizas

Publicado el 04/20/2022

La naturaleza presenta fenómenos y sucesos repletos de belleza y de profundos simbolismos, incluso espirituales. Existe uno de ellos, poco conocido, en el que una pequeña planta nos da importantes lecciones para nuestra vida interior y nos muestra con claridad cómo debemos vivir el misterio de la Resurrección del Señor en nuestro espíritu.

Hno. Andrés Felipe Franco Lozano, EP.

No queda nada, todo parece haber desaparecido, las llamas implacables han consumido absolutamente todo. Es completamente imposible que algo vivo haya podido sobrevivir ante el ardiente fuego, el humo sofocante, el calor infernal… Es un incendio forestal. Se ha podido controlar, pero ha durado lo suficiente para destruir todo a su paso… Un momento. ¿Qué es eso? ¿Ese pequeño material rojizo que se ve allí entre las cenizas? ¿Acaso será un trozo de piedra chamuscado por las llamas?

Nos acercamos más y vemos algo que parece un milagro: una planta, una flor al parecer, diminuta, pero que con su llamativo y vivo color contrasta con el panorama de muerte y destrucción que la rodea, una forma de vida que fue respetada por el fuego. O será que tal vez… ¿resucitó?

No han pasado muchos días desde que pudimos nuevamente aclamar “¡Aleluya!” Nuestra voz, silenciada durante largos días en la cuaresma no podía aclamar este bramido de victoria, cantado con todo el entusiasmo la noche santa de la Resurrección del Señor. Largo silencio el de los cuarenta días de penitencia que precedieron a la Semana Santa, pero que finalmente se ven coronados una vez más por la victoria de Cristo sobre la muerte. La Pascua abre su camino hacia Pentecostés, llenando nuestras almas de alegría, en contraste con la gravedad y suave tristeza de los días cuaresmales. Todo se reviste de nuevo brillo y esplendor. Pero ¿será que todo esto solo puede ser visto o vivido dentro de la liturgia? ¿No habrá alguna aplicación para nosotros en nuestra vida?

Claramente la respuesta es negativa. La liturgia es un revivir de las gracias recibidas por el mundo en el momento en que los sucesos se dieron históricamente, pero también es una vivencia que el católico debe practicar en su vida, llevándolo a propósitos y actos acordes con el momento litúrgico.

Si la Cuaresma para nosotros significó un tiempo de reflexión, de examen de consciencia, de dolor de nuestros pecados y de propósitos firmes de santidad, la Pascua es una resurrección de nuestra alma, que muerta por el pecado y por el mal pero redimida por Jesucristo en la Cruz, nace para una vida nueva, llena de la luz de las virtudes, de la oración y de la unión con Dios, con María Santísima, con la Iglesia.

El lector a estas alturas debe estar intentando relacionar lo dicho anteriormente con la pequeña narración con la que inicia este artículo. Detengamos nuestra atención un momento en un fenómeno de la naturaleza que, como muchos otros sucesos del mundo vegetal y animal, nos trae lecciones profundas para nuestra vida espiritual, y que en este caso guarda una profunda y bella relación con el tiempo litúrgico que estamos viviendo, y con todos los principios que hemos enunciado antes; un fenómeno que muchos expertos no dudan en denominar como un “milagro de la naturaleza”.

El Cyrtanthus contractus, comúnmente llamado el lirio de fuego es una pequeña planta originaria de las cálidas zonas del interior de Sudáfrica; su bulbo es perenne, como es característico de los lirios. Mientras las demás plantas crecen y se reproducen, este bulbo permanece oculto bajo tierra, como muerto en apariencia. Muchas veces permanece así durante largos años, a la espera del momento propicio para surgir.

¿Quién podría imaginar que ese momento sería algo que significa la muerte para todo ser vivo: un incendio? El destructor fuego arrasa con todo a su paso, reduciendo a cenizas el lugar por donde se propagaron las llamas. Para el observador atento, sin embargo, llama la atención que, pocos días después de apagado el fuego, comienzan a brotar en lugares dispersos las llamativas hojas del lirio de fuego, caracterizadas por su color rojo, contrastante con el triste color de la ceniza que lo rodea por todas partes.

Es una planta que verdaderamente resucita donde solo hay muerte y destrucción. Cuando el terreno es nuevamente favorable para el nacimiento de otras plantas, el lirio de fuego se oculta nuevamente bajo tierra en su bulbo germinal, a la espera de que un nuevo incendio forestal dé la señal para que pueda emerger y mostrar por un tiempo más su belleza escondida.

Dios hace todo con belleza y perfección. La Creación entera está ordenada de tal manera que cada suceso, por insignificante que pueda parecer, cumple una misión irremplazable en el Orden Universal que Nuestro Señor impuso a toda su Obra. Es también verdad que muchas veces esa misión es que el mundo natural nos deje símbolos y señales que debemos interpretar para extraer principios que nos ayudan en nuestra vida, tanto material como espiritual, pues, como enseña Santo Tomás, los seres irracionales, al ser incapaces de pecar y, por tanto, siendo impasibles de deformación –fruto del pecado– de su naturaleza, guardan completo orden según ésta última.

De un suceso como el que acabamos de describir ¡cuántas enseñanzas podemos sacar! Innumerables… Tomemos, por ejemplo, el modo como surge: de las cenizas. ¿No representa esto claramente una alusión a la Resurrección de Nuestro Señor? Jesucristo resurge victorioso de las tinieblas y la soledad del sepulcro, “como primicia de los que murieron” (1Cor 15, 20). Además, representa también nuestra propia resurrección, pues, al final de los tiempos, nuestro cuerpo restaurado saldrá de nuestro sepulcro, como el pequeño lirio, pero nosotros iremos al Juicio Universal, donde buenos y malos recibirán la sentencia de su destino eterno (Cf. 1Cor 4, 5).

De igual forma, podemos encontrar un símbolo del modo como muchas veces un alma puede estar hundida en la sordidez de los vicios y el peso de sus culpas. Como el lirio, esa alma parece estar muerta, sin ninguna posibilidad de germinar entre la destrucción que el incendio de sus pasiones ha dejado.

Es justo en ese momento cuando la gracia sopla de un modo más profundo, como siendo el momento adecuado para su acción, y tal como el hijo pródigo del Evangelio, que recapacitó cuando había caído en lo más hondo de su miseria, llegando a disputar con los cerdos su alimento (cf. Lc 15, 16-18), se da una conversión profunda y un surgimiento de virtudes que parecían antes imposibles en esa alma muerta en apariencia. Maravillas que solo la gracia puede operar, que, como señalábamos antes, el tiempo pascual favorece especialmente, pues esto significa nuestra resurrección interior.

Otro maravilloso símbolo que podemos notar está relacionado con el Reino de María. El Dr. Plinio enseñó que el Reino de María es comparable justamente a un lirio, nacido en medio del lodo, en la noche y bajo la tempestad, claras metáforas del mundo tiránicamente gobernado por el demonio a través de la Revolución, de cuyas cenizas surgirá la más extraordinaria de las épocas históricas.

Nos vienen a la mente también las palabras de Nuestro Señor: “mirad los lirios del campo. No tejen ni hilan; pero os digo que ni Salomón, en todo su fasto, se vistió como uno de ellos. Si a la hierba del campo, que hoy florece y mañana se quema en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, hombres de poca fe?” (Mt 6, 28-30).

El lirio de fuego es una viva imagen de estas palabras divinas, pues en él notamos tanta delicadeza de parte de Dios que nos quedamos pasmados de admiración, y al mismo tiempo sentimos en nosotros un llamado a la confianza, pues Nuestro Señor vela por cada uno de nosotros aún la apariencia del desmentido, del abandono y de la incertidumbre, como cuida del pequeño bulbo oculto bajo la tierra árida y humeante.

Los símbolos de este fascinante suceso de la naturaleza se multiplican a medida que profundizamos en él.

Dejamos al lector la interesante tarea de continuar esta búsqueda. Que en esta Pascua surja en el corazón de cada uno de nosotros, como el lirio de fuego entre las cenizas, la vida de la gracia, con un esplendor y un brillo completamente nuevos, y de ese modo se haga real en nuestra vida la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Pidamos para esto el auxilio de Aquella que puede hacer surgir las más bellas flores de las cenizas más densas.

 

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“Caballeros de la Virgen” es una Fundación de inspiración católica que tiene como objetivo promover y difundir la devoción a la Santísima Virgen María y colaborar con la “La Nueva Evangelización” , la cual consiste en atraer los numerosos católicos no practicantes a una mayor comunión eclesial, la frecuencia de los sacramentos, la vida de piedad y a vivir la caridad cristiana en todos sus aspectos. Como la Iglesia Católica siempre lo ha enseñado, el principal medio utilizado es la vida de oración y la piedad, en particular la Devoción a Jesús en la Eucaristía y a su madre, la Santísima Virgen María, mediadora de las gracias divinas. Sus miembros llevan una intensa vida de oración individual y comunitaria y en ella se forman sus jóvenes aspirantes.

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