
La birreta y otras señales distintivas de los trajes eclesiásticos o civiles fueron siendo abolidas, mostrando la tendencia para la república universal deseada por el comunismo, y que representa el reino del demonio, donde no haya más razas, lenguas, culturas, ni civilizaciones diversas, y todos los hombres constituyan apenas un orden pardo o ceniciento, indiferente, de personas sin cualquier personalidad.
Plinio Corrêa de Oliveira
Me acuerdo perfectamente de mi reacción, de niño, al ver la birreta eclesiástica, utilizada por los sacerdotes jesuitas del Colegio San Luis
Yo había conocido sacerdotes salesianos – religiosos, por lo tanto – de la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, y seculares de la Iglesia de Santa Cecilia, que era nuestra parroquia. No conocía otros, aunque los viese pasar por la calle.
Pero no sé porque razón, ya sea los salesianos, ya sea los sacerdotes seculares, nunca los había visto con birreta. Cuando mucho, había visto que la usaban al entrar a Misa, pero se la sacaban inmediatamente o ya venían con ella en la mano. El hecho es que la birreta no me había llamado especialmente la atención.
Cuando entré al Colegio San Luis, casi todos los sacerdotes usaban birreta, sistemáticamente, sobre todo en la época más fría del año.
Las cátedras en aquel tiempo eran altas, tenían unos cuatro o cinco escalones, y el profesor hablaba muy de arriba en una especie de banco, un cuadrilátero vacío y por detrás una madera revistiendo la pared, formando una especie de escenario para él.
Era una cosa muy respetable y propia a prestigiar el magisterio. Naturalmente eso desapareció, como desaparecen las cosas buenas bajo el influjo de la Revolución, perdiendo el carácter honorífico, quedando apenas lo funcional. Era la muerte gradual de la noción de honra y el advenimiento de la funcionalidad no honorífica, donde no existe más la función de la honra, sino que apenas lo útil representa algún papel.
Fue en ese ambiente, arriba descrito, de la sala de aula con la cátedra antigua que tuve una impresión magnífica al ver al profesor usando la birreta. Pensé: “¡Qué cosa digna, bien arreglada, como va bien con la sotana!” Además, sentado en aquella cátedra, con la seriedad con que hablaban en aquel tiempo, dando clase, casi se diría que la birreta era una corona negra colocada sobre la cabeza.
La birreta tiene encima tres gajos, que simbolizan la Santísima Trinidad, dispuestos de tal forma que uno de los lados de la birreta queda vacío. Sin embargo, – ¡vean como son las conclusiones de un niño! – , habituado a cierto tipo de simetría, yo pensaba que del otro lado el gajo se había caído, y por economía los sacerdotes no habían mandado que fuera pegado. Era la explicación que yo encontraba… Me lamentaba conmigo y llegué a pensar: “¿Si
yo les pidiese dinero a papá y a mamá para mandar que compren unos gajos para que fuesen puestos por ellos, no será que quedaría bien?” Pero yo percibía que había cualquier cosa por lo cual no era para hacer eso, ni preguntar, y dejar la cosa así. Más tarde entendí el porqué.
Cuando la Iglesia toca en algo ella hace maravillas
Pero quedé encantado y, aunque yo fuese muy niño, me vino al espíritu la siguiente reflexión: “¡Yo conozco muchos hombres respetables y de edad avanzada, no eclesiásticos, que ganarían tanto en usar una cosa de ese género!” Uno u otro hasta usaba para protegerse del frío, una especie de gorrito cilíndrico, en general hecho de un tejido muy rico y vistoso, con colores alegres, aunque el hombre fuese de edad, él se ponía eso en la cabeza.
Mas yo pensaba: “Esos gorritos que ellos se colocan no valen nada. ¡Vea lo que los eclesiásticos se ponen en la cabeza! ¿Quién compuso esa birreta? No fue ninguno de esos sacerdotes. Con certeza, si yo pregunto quién fue, ellos no saben, porque eso se pierde en la oscuridad de los tiempos.
¿Entonces quién fue? Fue la Iglesia.” Yo me acuerdo que me vino a la mente esta reflexión claramente: “Observe como en la Iglesia, siendo divina y eximia en todas las cosas grandes, existe una cualidad por la cual hasta en las pequeñas, cuando
Ella toca con la punta de los dedos, ¡hace una maravilla!” Así, quedé realmente encantadísimo con la birreta eclesiástica.
Imaginen mi tristeza cuando comencé a percibir que el uso de la birreta era cada vez más abandonado.
Además de componer bien y ser un bello complemento del traje eclesiástico, la birreta corresponde a una idea que desapareció completamente.
Cuando yo era pequeño, los niños de mi edad ya usaban sombrero. Cualquiera que fuese la especie de sombrero, al trasponer el umbral de cualquiera de las puertas de su propia casa, a fortiori de la residencia de los otros, el niño tenía que sacarse el sombrero. Usar sombrero dentro de la casa era el auge de la falta de educación, de la falta de delicadeza.
Se trataba de una cosa toda convencional, pero era así. Sin embargo, lo convencional antes de la Revolución Francesa era otro.
El hombre pasaba todo el día con sombrero, y sólo se lo sacaba delante de personas de mucho respeto, o cuando se refería a la Santísima Trinidad, Nuestro Señor Jesucristo, Nuestra Señora, Sagrada Eucaristía. También cuando entraba una persona ilustre a la sala, por ejemplo, un príncipe, un mariscal de Francia, un miembro de la Academia de Letras, un cardenal.
La Revolución promovió el desaparecimiento de la birreta, del sombrero, del uniforme
Esas son actitudes convencionales, no están ligadas al derecho natural. No obstante, es conforme al derecho natural que haya ceremonias. Cómo y cuáles ellas sean, en la mayor parte de los casos es una convención elaborada a lo largo de la Historia por las costumbres, por la índole de cada pueblo, etc.; no impuesto por una ley moral, no se origina en el orden natural de las cosas.
Por ejemplo, a nosotros occidentales nos parece la cosa más normal del mundo que nos saludemos dándonos la mano. Pero en Oriente eso no es de ninguna manera una costumbre. El saludo es hecho de lejos, con cierta forma de reverencia, de venia. Es legítimo, son cosas convencionales.
Sin embargo, no es meramente convencional que haya ceremonias. Y para afectar el orden natural, la Revolución instituyendo el igualitarismo tenía que promover el desaparecimiento de la birreta, como del sombrero, del uniforme, tanto para laicos como para eclesiásticos.
Yo asistí a estas tres etapas: los laicos que dejaron de usar sombrero, después el saco, pasando ya a usar pantalones bermudas. Los militares que abandonan el uniforme y se visten como los civiles, cuando no están de servicio, confundiéndose entonces, con cualquiera en esas ocasiones.
Ahora, era evidente que la Revolución solicitase al clero que aboliese la tonsura, abandonase la sotana y usase apenas un distintivo. Después, que no usase más ningún distintivo. En esa demolición entró también necesariamente, la birreta que me dejó tan añorantes recuerdos.
En el completo desaparecimiento de los trajes distintivos de las varias condiciones de vida ya se hiere, se araña el orden natural, porque, aunque no sea imperativamente necesario, es de la más alta conveniencia para el buen orden natural de las cosas que las diversas condiciones de vida tengan sus distintivos.
Es la razón por la cual, por ejemplo, el hombre y la señora casados usan alianza. Quién no está casado no usa. Quién mira percibe inmediatamente cual es el estado civil de aquella persona. Eso es tan próximo del orden natural, que la abolición de todas esas señales tiende para la república universal deseada por el comunismo, y que representa el reino del demonio, en el cual no haya más razas, lenguas, culturas, ni civilizaciones diversas, no haya más nada de diverso, y todos los hombres constituyan apenas un orden pardo o ceniciento, indiferente, de personas sin cualquier personalidad.
Estas fueron las reflexiones sugeridas por el bello recuerdo de la imponente birreta de mis maestros jesuitas.
Extraído de conferencia del 27/7/1983