
El Padre Pío relata su transverberación sólo unos días más tarde del suceso. Entonces, su director espiritual le explica el verdadero sentido de lo que había pasado: «Jesús se ha asociado a vuestro dolor y os ha asociado al suyo» y «no es ni siquiera una purificación, sino una unión dolorosa». Es un «sello de amor» impreso en el corazón del Padre Pío.
Yves Chiron
Es notable que el toque divino del que hemos hablado, o cualquier otra gracia otorgada por Dios, no sitúe a las almas agraciadas en una beatitud definitiva. Las pruebas espirituales no desaparecen. Así, el 29 de julio de 1918, el Padre Pío lanzaba al padre Agostino una verdadera llamada de socorro. Hablaba de su «ansiedad jadeante», de su «nulidad», de su «miseria» y se sentía verdaderamente abandonado por Dios. Pero le iba a ser enviada pronto una nueva gracia.
Durante casi dos días, desde la noche del 5 de agosto –víspera de la fiesta de la Transfiguración– hasta la mañana del día 7, el Padre Pío conoció una vez más la prueba del dardo de fuego, como ya la había experimentado, aunque de manera mucho más fugitiva, en agosto de 1912. Prueba del corazón traspasado por una punta de fuego, herida de amor. El Padre Pío tardará un tiempo en comprender el sentido real de este acontecimiento. La carta del 21 de agosto, en la que cuenta los hechos, nos lo muestra todavía trastornado e incapaz de considerar como una gracia lo que cree que sólo es una prueba:
«Estaba confesando a nuestros muchachos la tarde del 5, cuando de pronto fui lleno de un terror extremado a la vista de un personaje celestial, que se presentó ante los ojos de mi inteligencia. Tenía en la mano una especie de instrumento, parecido a una muy larga hoja de hierro con la punta muy afilada y se habría dicho que esa punta acababa de salir del fuego.
Ver todo esto y observar que ese personaje lanzaba con toda violencia el citado instrumento contra mi alma, fue todo uno. Apenas si lancé un lamento, me sentí morir.
Le dije al muchacho que se retirara porque me sentía mal y no tenía fuerzas para continuar.
Ese martirio duró sin interrupción hasta la mañana del 7. No puedo decir lo que sufrí durante ese tiempo tan doloroso. Incluso veía que mis entrañas iban a ser arrancadas y extraídas por ese instrumento y que todo iba a ser destrozado. Desde ese día estoy herido de muerte. Siento en lo más íntimo de mi alma una herida siempre abierta, que me hace sufrir de continuo»1.
Santa Teresa de Ávila cuenta en su autobiografía varias escenas semejantes. Ella es quien acuñó la expresión «heridas de amor» para designar esos transportes del alma, esa sensación de tener el corazón y las entrañas traspasadas por una punta de hierro y de fuego. El relato que hace de sus transverberaciones, varias veces repetidas, con o sin visión del ángel, está muy próximo al que hace el Padre Pío de esa misma experiencia.
Pero con una diferencia: santa Teresa resume en una sola descripción varias experiencias y lo hace muchos años después de esos acontecimientos […].
El Padre Pío relata su transverberación sólo unos días más tarde del suceso. Lo consideraba como un sufrimiento más que Dios le infligía, por motivos desconocidos. También santa Teresa, la primera vez, consideró esa herida de amor como simplemente dolorosa, pero luego, tras una y otra visita, comprendió mejor su sentido: el alma estaba abrasada por el amor de Dios.

Padre Benedetto Nardella, confesor y director espiritual de San Pío durante sus primeros años como sacerdote
El padre Benedetto explica al Padre Pío el verdadero sentido de lo que había pasado: «Jesús se ha asociado a vuestro dolor y os ha asociado al suyo» y «no es ni siquiera una purificación, sino una unión dolorosa»52. Es un «sello de amor» impreso en el corazón del Padre Pío. Poco después de eso –aunque ni el Padre Pío ni sus directores podían preverlo–, luego de esta dolorosa preparación, le va a ser concedida otra marca divina, no mayor, pero esta vez visible por todos.
Las enfermedades, los dolores físicos, las angustias espirituales, esa transverberación del 5 de agosto, verán su acabamiento en la estigmatización, identificación perfecta con Cristo crucificado. Marta Robin, también estigmatizada durante más de cincuenta años, ha dejado un precioso testimonio sobre el sentido de la estigmatización. Vale la pena citarlo, pues permitirá comprender mejor los hechos que vamos a relatar:

Padre Pío con los estigmas hacia el año 1918
«La estigmatización es un acabamiento de la Unión a Dios, que llega hasta la conformidad perfecta, porque Jesús conforma poco a poco con Él, imprimiendo incluso físicamente sus marcas divinas. Une poco a poco a sus padecimientos de alma, de corazón y de cuerpo, igual que une a sus intenciones. Esta unión se hace tan íntima que Jesús arrastra con Él en las diversas etapas de Su vida humano–divina entregada a la Voluntad del Padre. Antes de hacer visible y exterior esa unión, antes de imprimirla en el ser físico de una manera externa, ya la ha hecho vivir de algún modo de manera invisible: el alma se encuentra ya en esa intimidad de amor y de sufrimiento con Él, igual que ya está en su intimidad divina en lo que se refiere a los designios de su Corazón sobre las almas. Totaliza en cierto modo esa unión que nos hace ser Él en todo el ser. Antes de llegar a la estigmatización exterior, Jesús hace pasar por numerosas agonías del corazón y del alma. El alma no sabe expresar lo que siente, tan sobrenatural y divino y sentido es al mismo tiempo: lo siente el ser entero. Es más que un sentir: el ser entero está en esa prueba»3.
El Padre Pío empleará a veces un lenguaje idéntico y expresará ese mismo sentimiento.
Notas
1Carta del 21 de agosto de 1918 al padre Benedetto, Epistolario, t. I, p. 1065.
2Carta del 27 de agosto de 1918, Epistolario, t. I, p. 1069.
3Palabras de Marta Robin, referidas por su director espiritual el padre Finet, en l’Alouette, número especial «Marta Robin», agosto-septiembre de 1918.