Un día de Navidad con Doña Lucilia

Publicado el 12/30/2020

En un ambiente lleno de armonía, serenidad y alegría, Doña Lucilia organizaba en su residencia la fiesta de Navidad para sus hijos y otros parientes en edad infantil. De manos dadas y cantando, los niños iban hasta el pesebre, delante del cual ella dirigía las oraciones. Todo era profundamente marcado por la fe y la inocencia.


Como todo niño, pasé muchas Navidades con mi madre. Ella era el centro de la familia en lo que dice respecto al trato con los pequeños, porque tenía una habilidad extraordinaria para ello y un cariño inmenso, cuyo desborde agradaba enormemente a los hijos, antes de todo, pero naturalmente también a los sobrinos y demás niños de una familia numerosa.

Los colores, sabores y el perfume de la Navidad

La fiesta de Navidad se hacía en la casa de mi abuela, madre de Doña Lucilia, donde vivíamos. Era una casa antigua con un sótano alto, donde había una sala de estudios para mi hermana y yo. En los días de Navidad esa sala era transformada completamente. Doña Lucilia compraba en los alrededores de São Paulo un pino y, auxiliada por nuestra institutriz alemana, la Fräulein [1] Mathilde, decoraba el árbol con figuritas de ángeles, de santos, velas encendidas, bolas coloridas y, – lo que yo apreciaba sobremanera – dulces, bombones y chocolates colgados en el propio árbol.

Como el número de velitas era muy grande, se quemaban un tanto las hojas del pino en las puntas, de donde se desprendía un aroma muy agradable que, para mí, pasó a representar el perfume de la Navidad.

Además, en las cuatro esquinas de la sala se disponían mesas repletas de manjares dulces y salados.

Durante la decoración estaba prohibida la entrada de los niños en la sala.

En determinado momento, todos los niños se reunían en una sala superior del predio, bajaban por el lado de afuera, por una escalera de mármol que daba acceso al jardín, y entraban en la sala de estudio. Todos iban de manos dadas y entonando canciones de Navidad, generalmente alemanas, porque nuestra institutriz y la de mis primos eran germánicas y nos enseñaban esas músicas.

Cánticos y oraciones delante del pesebre

Por ejemplo, la famosa canción alemana que se traduce como “Noche de Paz”

Stille Nacht quiere decir noche silenciosa; heilige Nacht, noche santa. Alles schläft, todo duerme; einsam wacht, sólo está despierto; nur das traute hoch heilige Paar, el respetable y altamente santo matrimonio – eran Nuestra Señora y San José –, y la letra continúa después contando cómo fue la noche de Navidad.

Bajábamos por la escalera, pasábamos por el jardín, entrábamos en la sala y formábamos un círculo en torno al árbol de Navidad, junto al cual continuábamos cantando, dando vueltas.

En determinado momento parábamos y mi madre se arrodillaba delante del pesebre, cuidadosamente colocado al pie del árbol. Este gesto era imitado por todos los niños, que repetían en coro las oraciones rezadas por ella.

Terminadas las oraciones, todos se levantaban y comenzaba la otra parte de la fiesta: los niños avanzaban sobre los adornos comestibles del árbol y sobre las golosinas servidas en las mesas y, con el apetito “feroz” propio a la edad, ¡comían bastante! Yo era uno de los capitanes del festín. Naturalmente, había mucha conversación y bromas, al estilo bien brasilero…

Doña Lucilia, de pie, mantenía todo en orden muy afectuosamente, auxiliada por las dos institutrices.

Cuando todos estaban satisfechos, subíamos nuevamente cantando a la sala de donde habíamos salido y allí nos despedíamos, retirándose cada cual a su casa.

Atracción por el color de un frasco de goma arábiga

Se engaña quien piensa que estaba terminada la Noche de Navidad. Lo mejor estaba por comenzar…

En la ciudad de São Paulo de aquel tiempo, mucho menor que la de hoy, había apenas unas cuatro o cinco tiendas grandes de juguetes, pero tenían artículos espléndidos, importados de Europa.

En las semanas que antecedían a la Navidad, Doña Lucilia acompañaba a mi hermana y a mí a esas tiendas para ayudarnos un poco en la elección de los regalos, y evitar que escogiésemos tonterías. Cuando un niño es muy pequeño, a veces escoge verdaderas tonterías.

Aquí abro un paréntesis. Me acuerdo que en una ocasión, de paso por Poços de Caldas, donde paramos para seguir viaje al día siguiente, Doña Lucilia estaba muy cansada y se acostó rápido, mientras mi padre, el Dr. João Paulo, fue a dar una vuelta por la plaza pública de la ciudad, con mi hermana y conmigo.

Pasamos cerca de un almacén con las vitrinas iluminadas, donde había unos frascos de goma arábiga. Se trataba de una papelería y, por coincidencia, aquella luz incidía fuertemente sobre la goma arábiga, dándome la impresión de un color lindo.

 

Soldaditos de plomo

A mí me gustaban mucho los soldaditos de plomo, pues era muy militarista. Y en las casas de las cuales hablé, principalmente una alemana llamada “Fuchs” – que significa zorro en alemán –, había piezas muy buenas: soldados de caballería con coraza, yelmo y espada en la mano, o tocando corneta, ¡la última palabra de lo excelente! Soldados alemanes, franceses, marineros ingleses, en fin, de toda especie. ¡Me gustaban enormemente!

También había otros juguetes formativos como, por ejemplo, unos instrumentos para construir casas, represas, etc., con una masa colorida especial, con la cual el niño modelaba su construcción. O aún más, otro juguete muy apreciado: un trencito eléctrico.

Indicábamos el juguete deseado con el fin de hacer el pedido a San Nicolás, que nos lo traería en la Noche de Navidad.

San Nicolás – para los que no saben – fue un obispo de la ciudad de Mira, en Asia Menor. Él tenía mucha pena de ciertas familias que se empobrecían, por reveses en la fortuna. A veces eran familias de elevada categoría social, cuyos jefes se sentían obligados y avergonzados de pedir limosnas.

Entonces San Nicolás se las arreglaba para pedir limosnas y entregarlas a esas familias, sin que supiesen quién las estaba ayudando, evitándoles de esa manera la vergüenza de pedir limosna. Y en la noche de Navidad, el santo prelado pasaba por las casas y lanzaba el regalo por la ventana abierta y salía corriendo.

Así se estableció la tradición según la cual, en todas las residencias católicas del mundo, San Nicolás pasaba y dejaba regalos a los niños.

Mi mamá me preguntaba: “Entonces, ¿qué quieres que San Nicolás te traiga?” Y yo enumeraba algunos de los juguetes que más me habían gustado.

El regalo de San Nicolás

Después de la conmemoración arriba descrita, cuando íbamos a acostarnos, Doña Lucilia nos decía que durante la noche San Nicolás entraría en la casa y nos dejaría los regalos a los pies de nuestras camas. Yo me quedaba muy inquieto y curioso, pero nunca tuve la preocupación de encontrar a San Nicolás, ni intenté sorprenderlo colocando el regalo junto a mi cama. Además, después de esa noche de Navidad tan llena, iba a dormir con tanto sueño que no me pasaba por la mente la idea de entrevistar a San Nicolás, ni de agradecerle, ni nada; yo me caía en la cama y dormía…

Pero cuando llegaba la madrugada, estaba curioso de saber si San Nicolás ya había pasado y dejado el regalo. Y siempre el paquete ya se encontraba allá, porque Doña Lucilia, al notar que estábamos durmiendo, entraba en mi cuarto y en el de mi hermana y ponía los regalos.

A veces me despertaba durante la noche y ya sentía el regalo de San Nicolás pesando sobre mis pies. Pero hacía el siguiente raciocinio: “Si me levanto ahora, deshago el lazo y abro la caja para ver qué trajo San Nicolás de los regalos que escogí, no voy a tener la alegría de hacerlo por la mañana, a la luz del día, en el cual todo es más bonito y alegre.” Y además, era agradable despertar de vez en cuando durante la noche, sentir en los pies el peso del regalo, conjeturar qué sería, girar hacia el otro lado y otra vez dormir.

Pero me despertaba alrededor de las siete u ocho de la mañana, y era entonces el momento de una de las máximas alegrías de la Navidad: deshacer el lazo y ver qué había traído de hecho San Nicolás. Generalmente era el juguete que yo más quería, porque Doña Lucilia había percibido cuál era mi preferencia y había mandado a comprar exactamente aquél.

Yo jugaba con eso hasta cuando ella y mi padre se despertaban. Entonces llevaba el regalo a la cama de ellos y les mostraba la “gran novedad”. San Nicolás había entrado en casa y había dejado el regalo, y yo quería que ellos lo viesen. Mi hermana hacía lo mismo. Ellos se “sorprendían”: “¡Cómo acertó San Nicolás, qué maravilla!”

Entre tanto, prontamente se hacía oír una voz imperativa que nos decía: “Kinder, schnell!” – que quiere decir: ¡Niños, rápido!

Era la Fraülein, que nos mandaba a andar deprisa, alistarnos y tomar nuestro alimento matutino para, en seguida, jugar en el jardín con el regalo de San Nicolás.

Era la alegría de un día bonito, con el jardín florido, la grama verde y las delicias de la Navidad que se prolongaban.

Está contado cómo era un día de Navidad junto a Doña Lucilia.

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1) Del alemán: Señorita.

2) N. del T.: “Noche de Paz”, en español. (Revista Dr. Plinio, No. 213, diciembre de 2015, p. 6-9, Editora Retornarei Ltda., São Paulo – Extraído de conferencia del 21.12.1991)

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