
He aquí un inmenso don que Dios dejó a nuestro alcance. Sepamos aprovechar bien esta dádiva celestial, pues aquel que se habitúa a hacer muchos actos de contrición durante la vida, de modo espontáneo los hará en la hora de la muerte.
Lucas García
Hay ciertos dones que Dios solo concede a los grandes santos, como, por ejemplo, el discernimiento de los espíritus, la profecía, el éxtasis… Son dones tan elevados, que solo se obtienen a través de una unión profunda y entrañada con Dios. Ciertos autores clasifican la contrición perfecta en esta categoría de gracias.
¿Será esto realmente así?
En primer lugar, analicemos: ¿qué es la contrición?
Contrición es el dolor de alma que la persona es llevada a sentir después de haber pecado. Para ser verdadera, debe estar siempre acompañada de una auténtica repulsa al pecado cometido. Si un ladrón no se arrepiente de su robo y, por el contrario, desea continuar robando, no tuvo ninguna forma de contrición. Para que la haya, es necesario tener el propósito de no pecar más. Para hacer un acto de contrición no necesitamos – como piensan algunos – derramar lágrimas, soltar gemidos, sollozar… La contrición tiene su esencia en la voluntad y no en la sensibilidad.
La contrición auténtica debe:
1) Ser interna y no meramente labial.
2) Tener como motivo alguna verdad de fe: el Cielo, el Infierno, el Purgatorio,
el amor a Dios. O sea, tener fundamentos sobrenaturales.
3) Tiene que abarcar todos los pecados o por lo menos los mortales.
Teniendo eso, el acto de contrición es válido.
Vemos que cualquiera puede obtenerla. No es algo imposible, ni siquiera muy difícil: basta rezar con sinceridad un Acto de Contrición – como está escrito en algunos libros de oraciones – para alcanzarla.
Generalmente, se distinguen dos formas de contrición: contrición perfecta y contrición imperfecta. Cuando está motivada por el mero temor de Dios, se denomina contrición imperfecta o atrición. Realizada por amor a Dios se llama contrición perfecta. Pero una no excluye a la otra: puedo amar y temer a Dios al mismo tiempo.

Retorno del Hijo Pródigo
El grado más alto de contrición perfecta es aquel por el cual amamos a Dios y nos sentimos mal al ofenderlo, no porque merecemos ser castigados, ni porque perdemos los premios del Cielo, sino por ser Él “El que es”. Se lee en el Evangelio de San Lucas: “Y, saliendo fuera, rompió a llorar amargamente” (Lc 22, 62). San Pedro practicó entonces un acto de contrición perfecta – pues lloraba por haber sido infiel y presuntuoso – por amor al Maestro, a quien deseaba servir con todo el corazón y toda el alma.
Ese alto amor a Dios también transparece en el famoso poema de Santa Teresa de Jesús: “No me mueve mi Dios para quererte, el Cielo que me tienes prometido; ni me mueve el Infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte. Muéveme al fin tu amor de tal manera, que aunque no hubiera Cielo yo te amara, y aunque no hubiera Infierno te temiera”.
Algunos erróneamente piensan que es muy difícil y, en la práctica, casi
imposible hacer un acto de contrición perfecta. Y que, por lo tanto, solo con la confesión sacramental se obtiene el perdón de los pecados y la recuperación del estado de gracia. Pero no es así.
La contrición es una gracia al alcance de todos. Por eso, si alguien tiene la desgracia de cometer una falta grave, debe procurar hacer, cuanto antes, un acto de contrición perfecta, a fin de obtener el perdón de Dios y recuperar el estado de gracia.
Veamos ahora los maravillosos efectos y beneficios que la contrición perfecta nos obtiene:
1) Perdona todos los pecados, inclusive los mortales, y nos hace recuperar los méritos perdidos.
2) Nos devuelve la gracia santificante, haciéndonos pasar de enemigos a hijos de Dios.
3) Robustece el estado de gracia para aquellos que no lo perdieron.
4) Redime parte de la pena temporal.
Sin embargo, es indispensable recordar que, para quien haya caído en pecado mortal, la contrición perfecta solo produce los frutos antes referidos cuando la persona tiene el firme propósito de confesarse tan pronto cuanto le sea posible.
Aunque no pueda hacerlo inmediatamente, el fiel debe confesarse y recibir la absolución sacramental en la primera oportunidad que tenga. Sin la confesión, la persona no puede comulgar.
En caso de que alguien haya hecho un acto de contrición perfecta, pero
después no quiera confesarse, se encontrará nuevamente en estado de pecado, pues la contrición perfecta está íntimamente relacionada con la Confesión, como una rama con relación al árbol: mientras está unida al tronco da frutos, pero separada de él ya no sirve para nada, a no ser para ser quemada.
Esta doctrina está confirmada por el Sacrosanto Concilio de Trento, en el cual se lee, en la sesión 14, cap. 4: “La contrición perfecta, la contrición que procede del amor a Dios, justifica al hombre y lo reconcilia con Dios aun antes de recibir el sacramento de la Confesión”.La Santa Iglesia, para afirmar eso, se apoya en las palabras del propio Nuestro Señor Jesucristo: “Si alguno me ama (y esto solo lo hace quien tiene verdadera contrición de corazón), guardará mi Palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en él” (Jn 14, 23). Para que Dios habite en un alma, es necesario que el pecado haya salido de ella. Luego, el amor, el deseo de servir, borran los pecados y devuelven la vida divina al alma.
He aquí un inmenso don que Dios dejó a nuestro alcance. Sepamos aprovechar bien esta dádiva celestial, pues aquel que se habitúa a hacer muchos actos de contrición durante la vida, de modo espontáneo los hará en la hora de la muerte.
¡Cuán inmensa es la bondad divina! ¡Dios nos da la oportunidad de presentarnos delante de Él enteramente limpios de pecado!
Cf. “La Contrición Perfecta”, P. Drieschl