Un hombre combatido

Publicado el 04/11/2025

A partir de una profunda comprensión de la grandeza de su fundador, el Sr. João Clá comenzó a realizar el apostolado del entusiasmo, constituyéndose un haz de luz del que vivía el Grupo. Esto le valió convertirse en objeto de incomprensión, envidia y hasta de odio por parte de algunos de aquellos sobre los que extendió su benéfica influencia.

Plinio Corrêa de Oliveira

Dr. Plinio con el Sr. João Clá en 1990

En relación con el fundador, João adoptó una actitud, de manera pública y notoria, que por tal o cual razón nunca nadie había tomado: hablar con un discernimiento de los espíritus sentido en sí mismo y comunicarlo a los demás. Lo hizo con muy buen resultado, y el fuego de esta estrella tuvo la siguiente historia.   

Lucha contra los mediocres

El gran mérito de João Clá fue realizar un apostolado sobre la persona del fundador, siempre basado en la Doctrina Católica, presentando el tema en términos canónicos, con profundidad, seriedad, y señalando los aspectos que en mí eran dignos de elogio, por lo que comenzó a ser combatido dentro del Grupo. Al verlo actuar, muchos se enfurecieron y usaron excusas para atacarlo.

Ahora bien, ¿por qué ese empeño y ese deseo de criticar a João y de atacarlo? En gran parte porque es un espíritu absoluto. Toma, por ejemplo, la persona de mamá y la coloca a una altura que, en el concepto de estos objetantes, nadie tiene, no puede tener y no es deseable que tenga, porque la vida no es así. Existe, según ellos, un cierto límite de medianía que no es lícito a nada ni a nadie exceder; si se traspasa desagrada, aunque sea magnífico. Es un sistema de pensamiento, un vicio de ser pequeño y de nunca encontrar nada desmedido en el camino.

Ellos no solo se oponen a que haya entusiasmo por alguien; para ellos no se puede tener entusiasmo por nada y la vida tiene que ser cómoda. Y como el apostolado de João es justamente lo contrario, de ahí el odio y la persecución sistemática.

Los que lucharon en el Grupo contra esta gracia cometieron un error de enorme gravedad. Temo que, con mi muerte, destruyan la obra del Sr. João Clá.

El Dr. Plinio acompañado por el Sr. João Clá, llegando al Auditorio de Nuestra Señora Auxiliadora, el 21 de abril de 1992

Quejas de los que dan importancia a las bagatelas

Aquellos que no ven y no quieren reconocer lo que hace João, a menudo se quejan de su trabajo… No recibo cartas anónimas, sino quejitas; uno u otro me dice, incluso con respeto: “Dr. Plinio… Fulano, de tal éremo, hizo tal cosa”; “¡¡Un ‘enjolras’ pasó cerca de mí y no me saludó!!!

¿¡A mí!?” ¡Es un estampido, un Vesubio que explota! Y de ahí en adelante. Me doy cuenta muy bien de que, si es para masacrar a João, mi autoridad vale enormemente, ¡la usan como si estuviera hecha a propósito para eso!

Uno vino con la objeción de que en el Grupo hay gente que no tiene gusto por los estudios, pero parecía estar dirigida contra los “enjolras”. Puse los puntos sobre las “íes” cariñosamente. Otro reproche que hicieron: “El Sr. João Clá no es apto para el cargo, porque los hace marchar como sargentos, y la verdadera marcha militar es diferente”. Son nimiedades que, si digo que no son importantes, dan lugar a la inconformidad. Ahora bien, no puedo afirmar que tienen importancia, porque no puedo mentir.

El Dr. Plinio acompañado por el Sr. João Clá, llegando al Santuario del Sagrado Corazón de Jesús, el 9 de diciembre de 1991

Entusiasmo que causa protestas

Incluso hoy en día algunos se oponen a los “¡vivas!” y critican la claque que se forma en las Reuniones de Recortes, ¡sin la cual se convertirían en cementerios! ¿Cómo serían oídas si no fuera por las exclamaciones? Estas vienen después de cuarenta años de silencio, interrumpido la mayoría de las veces por aquellos que se levantaron para objetar sobre detalles. Si hubiera atendido el deseo de algunos de poner fin a las aclamaciones, las reuniones se habrían venido agua abajo. Y al final de ellas, el único comentario sería: “¿Está lloviendo?”

Ahora bien, ¿es posible tener una opinión activa sin animadores? ¿Qué organización en el mundo no tiene los suyos? Para que el público me conozca bien, es necesario que los oyentes sepan aprovechar los recursos que tengo, que vean en mi lenguaje y en toda mi forma de ser los adornos de los tiempos de antaño y que los prueben. Para ello, es necesario organizar el aplauso de quienes entienden mis palabras, con el fin de llamar la atención del público sobre los puntos clave. El aplauso por lo que digo, juega el papel del pedal en el aumento de sonido en el piano: no deforma la nota, sino que aumenta su sonoridad.

Dr. Plinio durante una conferencia en el Auditorio de Nuestra Señora Auxiliadora, el 2 de noviembre de 1992

No le pregunté a João, pero es posible que de vez en cuando haga alguna señal para aplaudir, porque los “enjolras” no siempre discernirían el verdadero momento para aplaudir, y João lo discierne superiormente bien. Es como pisar el pedal del piano en un determinado pasaje. O mejor dicho, es la magnífica ayuda del órgano y el canto en una determinada parte de una ceremonia religiosa, para potenciar la carga emocional que debe acompañar a esa situación. La pregunta es: si no es lícito un liderazgo emocional organizado, ¿tampoco es lícito usar el canto y el órgano durante la liturgia?

¡No se justifica que en un auditorio, reunido por la simpatía a una obra en cuyo frontispicio estoy, tratando de temas que despertaban esa simpatía —porque es en torno a este pensamiento, a esta orientación que se congregaron—, tuvieran una actitud fúnebre! Esa es la vergüenza del orador. Ahora, ¿podría ordenarle a João que no provocara ningún aplauso en ese auditorio? ¿Para qué? ¿Para temer el mismo funeral? Sería más perfecto si no fuera necesario; pero suprima los aplausos y se escucharán los ronquidos. Uno de los dos ruidos se hará oír. Y, por una curiosa coincidencia, los que más roncan son los que más se oponen al entusiasmo.

Y hay que decirlo con cierta tristeza: las exclamaciones provocan protestas; sin embargo, si esas palmas fueran dirigidas al que protesta, no tendría aversión, sino que le parecería un canto de ruiseñor… Lo que deja claro que no es el partido del fervor el que suscita tales reacciones. No están motivados por el amor a Dios.

Envidian y codician el poder, pero no quieren emplear los mismos medios…

Así como hay candidatos a la Presidencia de la República, me di cuenta, y hace mucho tiempo, que también hay candidatos a la dirección de São Bento. Sé de varias personas que se imaginan que pueden reemplazar a João Clá y que, si supieran que murió, hasta harían una fiesta…

Estos candidatos se caracterizan por la siguiente nota: siempre tienen el temperamento contraindicado para hacerle el juego a João, porque piensan que nada es tan fácil como ejercer la autoridad. Un hombre con mal genio se enorgullece en mandar: “Haz esto, aquello, lo otro”. Y piensa: “Tengo talento para ello y desbordo de ganas en ejercerlo. Este João me roba el cargo ocupándolo perpetuamente. El remedio para esa perpétuité insoportable es que el Dr. Plinio lo mande bien lejos de los ‘enjolras’ que dirige; al Himalaya, por ejemplo”.

Varias veces le comenté a João que, desgraciadamente, no faltan envidiosos de su obra; hay quien quiere desarrollar un apostolado a su manera, para tener la misma influencia y los frutos que él cosecha. Entonces, ellos analizan cómo João lleva a cabo el apostolado y qué hace para obtener resultados, y tratan de aprender de él el “salto del gato”.

Sin embargo, al verlo hablar del fundador, no están dispuestos a pagar este precio, a emplear los medios que él emplea. Prefieren no tener el tan codiciado poder, antes que acompañarlo en esta pista, en la que nadie se atreve a correr con él. Hay algunos – son hijos a quienes quiero – que, incluso si supieran que este era el precio para que el Grupo adquiriera la verdadera estatura, se negarían a adoptar la actitud adecuada hacia el fundador. Uno entiende por qué: sienten que atraerían sobre sí la ira del demonio que se vuelve contra mí con tanta ferocidad. Ellos no quieren esto, porque supondría una ruptura con el mundo que no quieren tener. Así, pretenden alcanzar el fruto, como un hombre intenta morderse el codo:  va dando vueltas, pero no lo alcanza…

Dr. Plinio acompañado por el Sr. João Clá, el 13 de diciembre de 1990

Una obra notable, rodeada de críticos que solo ven defectos

Alguien dirá: “Pero tanto el Dr. Plinio como el Sr. João Clá, tienen sus defectos, sus puntos objetables”.

Con João es lo siguiente: él tiene una personalidad admirable, – ¡que hay que saber admirar! – cualidades muy destacadas, ángulos que, a simple vista, no se comprenden bien al principio; y digamos que también tiene, como todos nosotros, algunos pequeños defectos. Estos dan pretexto para que ciertas personas, en lugar de aplaudir las cualidades, vayan con una lupa, a menudo deformada y mentirosa, para tratar de examinar los punticos oscuros en la obra de João y de vez en cuando darle un pinchazo o una bofetada. Le dicen que no haga esto o aquello, y tejen comentarios sobre él de una injusticia flagrante. Es imposible para mí ver esto con buenos ojos. “Si iniquitates observaveris, Domine, ¿Domine, quis sustinebit? – “Si tienes en cuenta nuestras faltas, ¿quién podrá subsistir?” (Sal 129, 3) No hay obra que no tenga algún defecto… Pero no entiendo cómo una persona no puede estar de acuerdo en que la de João tiene cualidades notables muy superiores a los defectos, que no impiden que Nuestra Señora comunique a través de João sus gracias a raudales. Basta con mirar quince minutos hacia el patio del Præsto Sum, encontrar cualquier eremita y ver: tiene la marca de João, una marca que siempre es muy buena. Ahora, cuando los frutos son excelentes, uno no puede poner el hacha en el árbol sin pensar.

Para João Clá, se aplica el principio: si no se puede aplaudir a una persona porque es objetable en algún punto, ¿a quién se puede aplaudir en esta tierra? ¿Con la excepción de Nuestra Señora y San José – no estoy hablando del Niño Jesús –, quién a lo largo de su vida no tuvo defectos? Quorum primo sunt ego – de los cuales el primero soy yo, en la actual lista de cosas.

Una comparación: el lance de la Verónica

Al respecto, se me ocurrió una comparación: imagínense el lance de la Verónica en la Pasión de Nuestro Señor. Tuvo un acto de valentía al interrumpir el curso de los acontecimientos y enjugar la Divina Faz. Ahora bien, es probable que esta inesperada actitud haya sido objeto de comentarios, murmullos o muy susurradas expresiones de aprobación. Es posible que alguna mujer que estuvo allí murmurara al oído de otra: “No voy con ella, porque no me ha saludado bien esta mañana”.

¿Qué decir al que haga ese comentario? “Ustedes no aman a Nuestro Señor Jesucristo”. Admitamos que la Verónica, de hecho, debería haber sido más afable con esa señora. Pero ¿se tiene en cuenta eso después de haber enjugado el Rostro del Redentor? ¿No era mejor no tener lengua, que usarla para una observación como esa?

Del mismo modo, en lo que concierne a mi João y a mí, buscamos servir a la Causa de la Santa Iglesia y de Nuestra Señora tanto como podamos. En una época en la que juntos tratamos de servirles, si hay una regla de mutua convivencia que debe estar por encima de todas las demás, es ésta: él está sirviendo y dedicando su vida a Nuestro Señor, a Nuestra Señora y a la Santa Iglesia; ¡Lo que él me haga, de una manera u otra en el transcurso de esto, no tiene importancia! Soy una mota, una astilla, un polvo, un petit vermisseau et misérable pécheur2, como decía San Luis Grignion de Montfort.

Cuando no tengo valor, lo que me hagan no puede importar; en el centro está la Causa, sólo ella es importante. Si pensamos que somos importantes para la Causa en el escenario, no entendemos lo que es, tenemos que recomenzar todo: nacer, volver a la cuna, crecer y vivir otra vida…

El Dr. Plinio acompañado por el Sr. João Clá, en enero de 1990

La luz de la que vive el Grupo

En el torrente de mi corazón, soy enteramente paternal con mi João Clá, con cuyo trabajo estoy super satisfecho, hasta transbordar. Lo veo como un hijo, soy un padre para él y lo protegeré incluso bajo el agua, contra mi pecho, como diciendo: “El que le golpea, golpea en mí”. ¡Es evidente! El Sr. João Clá recibe a cada instante manifestaciones de mi satisfacción, de mi apoyo que, por cierto, es público en el Grupo, notorio, ostentoso. Me dedico y hago lo que puedo y lo que puedo hacer por él, porque es un rayo de luz del que vive el Grupo.

Y a esto le doy un valor, un alcance que no es exclusivista; no se puede decir, por lo tanto, que solo doy mi atención a João, ¡al contrario! Me cuido de ser muy amable y correcto con todos, con cualquiera. Aún más: al mismo tiempo que doy, de hecho, todo el apoyo a João y a lo que hace, también es cierto que mantengo en pie una serie de otras cosas que, sin eso, no estarían en pie.

Pienso para mis adentros: “El principal mérito de João es haber restaurado algo sin lo cual el Grupo probablemente no existiría, y que mantiene una atmósfera que le da aliento”.

Los jóvenes más nuevos se encienden en un amor, en un entusiasmo por la Causa, y reciben gracias en las que es imposible no reconocer una extensión de las que los más antiguos recibieron cuando tenían más o menos su edad. Y en este sentido, San Bento y Præsto Sum aparecen a los ojos de todos como una especie de promesa y, al mismo tiempo, de censura.  

Al ver como los “enjolras” brillan en ciertos sentidos, se tiene la impresión de que son dueños de un jardín cerrado en el cual sólo pueden entrar ellos. Pero es preciso tomar en consideración que este jardín fue abierto primero para los mayores, y continúa abierto con la invitación de la Providencia: “Entrad y servíos de ese banquete espiritual, porque sois los primeros para los cuales fue hecho.”

El Dr. Plinio conversando con el Sr. João Clá el 24 de diciembre de 1988

Conmovedora bondad de Nuestra Señora

Se ve la caridad de Nuestra Señora hacia los antiguos. En el momento en que ellos empujan las gracias que recibieron, Ella no extingue el fuego, sino que lo enciende en otras mechas, y dice: “Hijos míos, vean recuerden, busquen; el camino está abierto”.

No hubo ninguna señal del Cielo, la Providencia no les envió Ángeles, pero les hizo discernir algo en la actitud de aquellos que deberían ser sus segundos o terceros continuadores, en la sucesión general del Grupo.

Hay un lado maravilloso en ese procedimiento de Nuestra Señora, porque aún están siendo llamados por medio de una invitación lo más afectuosa posible: “Si tú no me quieres, haré que esa llama se reencienda en otras velas. Aunque la tuya sea apenas comburente, y no tenga el estado de combustión, persiste una mecha luminosa y caliente, ¡hay ocasión, hay tiempo! ¡Venga, hijo mío! ¡Venga…!

Los miembros del Grupo que caminasen en esa dirección, o al menos aplaudiesen, podrían hacer realidad una esperanza sepultada en su alma y que no tenían coraje ni siquiera de concebir. Acabarían comprendiendo que es algo factible, y que les cabría recibir con humildad y entusiasmo la lección de aquellos a quienes deberían enseñar. Y, recibiéndola, participarían de las gracias ya con vistas al “Grand-Retour”. Como misericordia para ellos, deberían estar dispuestos a ofrecerse como victimas expiatorias, ¡simplemente para obtener que tal obra continuara!

Lo que todo eso tiene de bondad es conmovedor. Es de hacer llorar las piedras, si ellas pudiesen llorar. Es la luz que les lanza un apelo. Ella no quiere dejar de arder en las mechas donde se refugió – ¡sería absurdo! –, pero quiere reencenderse en aquellas de donde fue expulsada. ¡Qué cosa bonita!

Un galardón a ser reconocido

conservar las mechas que Nuestra Señora ama y procurar, de todas maneras, reencender en ellas las nostalgias santas, las confianzas inconmovibles; sostener aquí, allá y más allá, volver a la carga e insistir, estimulándolos cuanto sea posible, hasta los extremos increíbles de la paciencia, de la bondad, de la condescendencia.

Alguien dirá: “¡Pero el paralelismo es forzado! Reducirnos a mechas en comparación con los jóvenes…” No estoy comparando personas, sino situaciones; el objeto principal de mi atención es la llama, no los individuos.

“Llama” es un modo de referirme a la gracia de Dios, en relación a la cual somos mechas. Es preciso no olvidar hasta donde Nuestra Señora llevó su misericordia, a punto de encender nuevas velas con la intención de reencender todas las mechas inflamables, pero hay que reconocer este hecho: Ella quiso que el canal de esto de tal manera fuese la veta abierta por João que, en cuanto no hubiera una conexión con esa veta, las mechas no encienden.

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1) Del francés: perpetuidad.
2) Del francés: gusanillo y miserable pecador.

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