Un llamado para todos

Publicado el 11/01/2020

Como fieles bautizados, tenemos la gracia de pertenecer a la familia de Dios. Como Padre bondadoso, que quiere lo mejor para sus hijos, Él nos llama a una vocación común que nos une a los miembros que gozan de su presencia en la eternidad.

El calendario litúrgico el mes de noviembre se abre con la Fiesta de Todos los Santos, extendida a la Iglesia Universal en el siglo IX, a fin de homenajear a la multitud de los justos: aquellos que habitan la en Jerusalén Celestial, canonizados o no, así como también a los vivos que se encuentra en la gracia de Dios y conservan su amistad con Él.

En ese sentido, esta efeméride entrelaza a la Iglesia Triunfante, cuyos miembros ya recibieron la palma de la gloria eterna, y a la Militante, que vive en este mundo en la práctica de la virtud, a la espera de la felicidad futura. Tal celebración consiste, por lo tanto, en un apelo más a la vocación universal a la santidad, dirigido por Dios a todos los hombres. Convite precioso a nuestro alcance y conforme a los mejores anhelos de nuestros corazones, como resalta el Dr. Plinio:

Por su naturaleza, la criatura humana está dotada de posibilidades y valores que debe procurar cultivar y perfeccionar, en caso de que desee realizarse por entero. En esa búsqueda, ella no puede tener ambición más bella y más noble delante de sí, que la de ser santa. Se engañaría quien pensase que el ideal de la santidad es exclusivo de los exponentes de la humanidad que un día llegan a la gloria de los altares. No. Por la acción de la gracia divina, todos podemos ser cortesanos del Rey de reyes en el Cielo, disfrutando de una felicidad sin mancha, eterna, por todos los siglos. Todos fuimos hechos para esa inmensa, criteriosa, sabia y osada aventura, en la cual ordenamos nuestra alma hacia Dios, la purificamos y embellecemos, disponiéndola a la bienaventuranza eterna, a la corte celestial donde un asiento nos está reservado

Es, pues, con la esperanza de poder vivir, de batallar por nuestra santificación y de morir en la paz de Dios, confiados en Nuestra Señora, agradeciendo a Ella porque nos obtuvo gracias para hacernos otros héroes de la fe y príncipes del Cielo, que debemos atravesar nuestros días en este suelo de exilio

Cumple recordar que la Fiesta de Todos los Santos precede a la celebración de la memoria de todos los Fieles Difuntos, o sea, de la Iglesia sufriente en el Purgatorio, también ella partícipe de ese guion maravilloso que une la Tierra al Cielo.

¡Cuán sensible era el Dr. Plinio a ese universo abierto, en el cual la Iglesia Triunfante y la Purgante se unen a la Militante! A él lo entusiasmaba sobremanera considerar esa epopeya grandiosa de la santidad, enriquecida a todo momento por la acción de la gracia divina, dispensada a ruegos de María en favor de todos, e impetrada por nuestras oraciones, por los méritos infinitos del Santo Sacrificio de Jesús renovado en los altares del mundo entero, así como por la intercesión de nuestros Ángeles de la Guarda y patronos celestiales.

¡Es una situación simplemente admirable a la cual somos llamados – exclamaba el Dr. Plinio –, haciéndonos santos, puestos en la visión y en la adoración continuas de la Santísima Trinidad! Y el hombre que santificó su alma, en el instante en que transpone los umbrales de la eternidad, podrá decir las palabras más magníficas que imagino puestas en los labios de un moribundo, repitiendo a San Pablo: “¡Combatí el buen combate, terminé mi carrera, guardé la fe; me resta ahora recibir la corona de la justicia, que el Señor, justo Juez, me entregará en aquel día!” (II Tim 4, 7-8).

Editorial de la Revista Dr. Plinio, No. 80, noviembre de 2004, p. 4
Editora Retornarei Ltda., São Paulo.

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