Un príncipe según el plan de Dios

Publicado el 03/04/2024

Realizando el altísimo plan de Dios para la Civilización Cristiana, el príncipe San Casimiro supo conjugar la nobleza y su condición de laico con la santidad perfecta, siendo una piedra de escándalo para su época y difundiendo el aroma de la Santa Iglesia por su pureza inmaculada y su celo en la defensa de la fe.

Plinio Corrêa de Oliveira

Contamos con una ficha biográfica1 sobre un príncipe de la época en que Hungría era llamada el “Reino Apostólico de Hungría”. Se trata de San Casimiro de Polonia, cuya fiesta se celebra el 4 de marzo.

San Casimiro, príncipe polaco, vino al mundo el 5 de octubre de 1458. Era el tercer hijo de Casimiro III, rey de Polonia y Gran Duque de Lituania, e Isabel de Austria, hija del emperador Alberto II. Desde la cuna fue formado en la virtud y la piedad por el cuidado de su madre, una princesa muy católica.

Esta ficha biográfica contiene una serie de observaciones. La primera de ellas, respecto de la cual no podemos dejar de insistir, es el gran número de nobles y de personas pertenecientes a dinastías reinantes que fueron elevadas, durante la Edad Media, a la honra de los altares, rompiendo la leyenda revolucionaria de que los nobles no eran más que unos inmorales, corruptos y sanguijuelas.

En este caso particular, me complace afirmar el hecho de que San Casimiro vivió en la corte de sus padres en el siglo XV. Como vemos, su madre era descendiente de la familia imperial de los Habsburgo.

Una corte según la Civilización Cristiana

Para efectos de las tesis que tenemos en vista no es una cosa tan concluyente considerar a un príncipe cualquiera que, en un momento dado, abandona la corte para abrazar el estado religioso. Indudablemente, es una acción noble, piadosa, edificante, pero para nuestras tesis la más indiscutible es el hecho de que siguiera viviendo en la corte y se santificara allí.

Debido a la impregnación de la “herejía blanca”2 a la que está sometido el mundo contemporáneo, todavía prevalece en el inconsciente de muchas personas la idea de que sólo los sacerdotes y las monjas pueden alcanzar la santidad. Fuera de ese ámbito la aparición de un santo es tan rara que se considera un caso extraordinario, casi monstruoso. Al igual que en la naturaleza pueda brotar un rábano de tamaño excepcional, así la gracia, a veces, produce un santo laico. Parece algo maravilloso, una excepción a la regla.

Sin embargo, un laico santo no es una excepción a la regla, sino el cumplimiento perfecto del plan de la Providencia. Por otra parte, el hecho de que un noble se haya mantenido íntegro en la corte de un rey, nos muestra este ambiente como un elemento dentro del cual un católico puede vivir y santificarse.

En este sentido, es una especie de elogio al entorno en el que vivió el santo y una afirmación de que la santidad perfumó a menudo la atmósfera de la nobleza, contrariamente a la predicación revolucionaria. Así, en vez de ser lupanares, lugares espantosos de perdición y corrupción, las cortes fueron, en numerosos casos, receptáculos de la santidad donde la virtud actuó, tuvo prestigio e influencia, realizando así el ideal de la civilización cristiana.

Según este ideal, ¿qué es la corte real? El rey es la imagen terrenal de Dios; por lo tanto, la corte terrenal es la imagen de la celestial. En una corte auténticamente católica, frente a un rey santo, los cortesanos debían ser la representación de los ángeles y santos ante el Dios tres veces santo. Ahora bien, el hecho de que esto, en ciertas circunstancias históricas, se haya realizado en parte, debe llenarnos de entusiasmo y alegría: son ejemplos que debemos oponer a la crítica revolucionaria.

Alguien podría objetar: “En un gran número de casos las cortes han sido así. Pero este gran número se recoge al azar a lo largo de mil años de historia, por lo que es posible encontrar numerosos ejemplos de muchas cosas. Esto no prueba que las cortes, a fortiori, siempre lo hayan sido, sino de vez en cuando. Nada se puede deducir de esto”.

Ahora, si las monarquías han producido tan poco, quiero saber qué han producido las repúblicas. Por ejemplo, ¿quién ha oído hablar de un senador santo? Vemos, pues, la diferencia que existe entre una cosa y otra y cuán significativos son estos fenómenos.

Delfín Luis Fernando Galería del Museo de Arte de Birmingham, Reino Unido y Madame Clotilde – Colección del Castillo Real de Racconigi, Italia

Por otra parte, se ha demostrado que en las cortes más depravadas hubo siempre una corriente de reacción con prestigio. Por ejemplo, un personaje histórico del que poco se ha hablado entre nosotros y que es muy interesante, es el Delfín Luis Fernando, hijo de Luis XV, excelente hombre, hermano de Madame Louise de Francia, que murió carmelita, y de la que todavía se están buscando elementos para el proceso de canonización; otro personaje es la Reina de Cerdeña, Madame Clotilde, nieta de Luis XV    y hermana de Luis XVI, declarada bienaventurada por la Santa Sede. Esto ocurría en la putrefacta corte de Versalles en tiempos de Luis XV.

Continuemos el análisis de la ficha informativa sobre San Casimiro.

Alma penitente y de una pureza atractiva

San Casimiro – Vitral de la Basílica de la Asunción, Gidle, Polonia

Su pureza y castidad fueron, desde la infancia, absolutamente virginales y evangélicas. Era difícil imaginar a un príncipe de mayor inocencia, de maneras más bellas y con méritos más elevados. La pureza de su corazón y de su cuerpo resplandecía en toda su conducta, de modo que todos los que lo veían o trataban con él eran movidos a la castidad.

Su espíritu estaba tan unido a Dios que su paz interior se manifestaba en la gran serenidad de su rostro. Todos sus siervos, siguiendo su ejemplo, eran llenos de bondad y se destacaban por la extraordinaria misericordia hacia todos los visitantes y los pobres que acudían allí a pedir limosna. Se puede formar una idea de la felicidad de los súbditos de tan santo príncipe.

Aquí tenemos a un personaje que podría figurar en la pintura de un vitral en una catedral. Príncipe de la casa real, con sus hermanos reyes, San Casimiro era un joven de alta cultura y condición social, en la que se unían todos los dones físicos, intelectuales y espirituales; era un varón muy justo, misericordioso y bondadoso.

Es interesante notar la enorme castidad de este Santo. Una nota curiosa de esta castidad es su carácter comunicativo. Era tan puro que transmitía a los demás el deseo de serlo también. Esto tiene una belleza especial, porque a menudo nos encontramos con personas puras, dignas de admiración y homenaje, pero a las que Nuestra Señora no dio el don de hacer comunicativa esta virtud.

Ahora bien, una de las mejores maneras de hacer apostolado es tener esta virtud comunicándose de una persona a otra, como por ósmosis.

Pero debido a que Dios está enojado con el mundo, estos dones se vuelven muy raros. Por esta razón, debemos recurrir a San Casimiro para comprender lo que es la pureza que atrae e irradia, y así mover a la gente a la práctica de esa virtud contraria a la impureza, a la voluptuosidad, también conquistadoras y que arrastran hacia el mal. La virtud que conduce al bien es algo que rara vez se ve en nuestros días y, sin embargo, ¡da tanta gloria a Nuestra Señora!

San Casimiro tuvo, entre otros, el don de la continencia, que lo hizo casto toda su vida, en un celibato muy puro. Para corresponder más fácilmente a tantas gracias, cubrió su cuerpo con ásperos cilicios y lo maceró con largos ayunos. A menudo pasaba noches enteras durmiendo sobre una tabla, y a veces dormía a las puertas de las iglesias, donde se le encontraba por la mañana con la cara vuelta hacia el suelo. Todas estas mortificaciones las practicaba el Santo sin menoscabar la pompa que la dignidad de su Casa, o la consideración de las personas con quienes vivía, parecían exigir de su estado.

Hay otro aspecto interesante aquí: es la actitud de San Casimiro vistiendo ropas reales y llevando cilicio por debajo. Quiere hacer penitencia, pero sabe que su condición le obliga a vestirse con la pompa inherente a su categoría. Y como no es igualitario, utiliza todo lo necesario para el mantenimiento de su estado. Vemos en esto el equilibrio del verdadero Santo.

¿Cuál es el valor de eso? Este Santo consideraba tan noble y justo que un príncipe o cualquier persona de rango social superior tuviera un estado de vida superior, que él, haciendo penitencia en todos los sentidos, encubría su mortificación para hacer alarde de su noble condición a los ojos de todos, calificando esto como un verdadero deber de Estado en ser cumplido.

Desde sus primeros años, San Casimiro se tomó de un total desinterés por los placeres del mundo, las diversiones y la vida ociosa. Sus placeres más atrayentes, eran pasar varias horas seguidas rezando ante los altares. El palacio de nuestro santo era un lugar de devoción, donde se rezaba a Dios el día entero. Cuando asistía al Santo Sacrificio de la Misa, no era raro que tuviera éxtasis en el momento que se operaba la transubstanciación.

Una de las virtudes en las que el gran San Casimiro se esmeró más fue la cordial devoción a la Virgen, a la que llamaba “mi Buena Madre”. De aquí vino a conservar los candores virgíneos de ese armiño, a pesar del real estado y de su exuberante edad… No contento con recitar todos los días un largo himno, compuesto por él, en el cual cantaba los misterios de la Encarnación y los gloriosos privilegios de la Madre de Dios, quiso aún ser enterrado con esta oración y una imagen de Nuestra Señora, que ciento veinte años después, con motivo del proceso de canonización, fue encontrada junto al cuerpo cuando se abrió su tumba.

El santo es siempre una piedra de escándalo

Rey Matías Corvino

Cuando Casimiro completó los 13 años, los Estados de Hungría, no satisfechos con su rey, Matías Corvino, enviaron diputados al rey Casimiro III para que su hijo pudiera obtener la corona de Hungría sobre Matías. Casimiro III les prometió a su hijo y lo envió con un ejército para apoyar su derecho a la elección contra Matías, que no aceptó su deposición. Habiendo llegado a las fronteras de Hungría, San Casimiro se enteró de que Matías acababa de reunir dieciséis mil hombres para ir en contra de los polacos y que había vuelto a ganarse el corazón de sus súbditos. También se enteró que el Papa Sixto IV se había declarado en favor del rey destronado y había enviado una embajada a su padre, para que abandonara la empresa.

Fue entonces cuando el joven príncipe se dio cuenta de la facilidad con la que su padre había escuchado a los diputados húngaros. Habiendo reconocido entonces la injusticia de la expedición a la que lo habían atraído, se negó a hacer cualquier otro ataque y regresó a Polonia.

Fue enviado por su padre para hacerse cargo de la corona de Hungría, y no fue hasta que llegó a la frontera que se dio cuenta de que no estaba deponiendo a un usurpador, sino al rey legítimo. A partir de ese momento se negó a combatir.

Véase la preocupación de no derrumbar a un gobierno legítimo. Al contrario de nuestro tiempo, en el que los gobiernos son tanto más perecibles cuanto más legítimos y tanto más estables cuanto más ilegítimos son.

Estos son algunos ejemplos preciosos de virtudes dados por San Casimiro, y debemos aprovecharlos para nuestra santificación.

Para no aumentar el disgusto de su padre, que había planeado esta empresa, se retiró al castillo de Dobczyce, donde se entregó a penitencias austeras. Al final de este tiempo regresó al palacio real, donde encontró todo más en paz.

Casimiro, enemigo natural de toda clase de intrigas, era sumamente vigilante en todo lo que decía. Tenía palabras inflamadas cuando hablaba de la belleza de la virtud y del estado feliz de un alma en paz y en amistad con Dios.

Su celo por la religión católica correspondía a mucha piedad. En varias ocasiones hizo conocer su aborrecimiento por aquellos que corrompen la fe de la Iglesia. Empleó todo su poder en extirpar el cisma de los rusos. En virtud de esto, actuó con celo ante el Rey, su padre, con el fin de confiscar todas las iglesias cismáticas y más tarde impidió que éstas fuesen restituidas a los cismáticos.

Es muy hermoso ver su celo contra los herejes, una virtud que siempre acompaña al alma de la persona verdaderamente pura. Había ciertas iglesias en el reino de su padre entregadas a los cismáticos e insistió en que fueran expulsados de allí.

En esta biografía hay un gran gesto de heroísmo y energía por parte de San Casimiro: la confiscación de los bienes de la Iglesia cismática, impidiéndole a ésta funcionar en Polonia. Un gesto digno de un inquisidor o del alma de un santo.

Pero aparte de ese gesto, ¿qué vemos? Las virtudes gentiles, suaves y amables que hacen atractivo a un hombre. No nos damos cuenta de las virtudes del luchador. ¿Por qué? Precisamente porque en la Europa de entonces se vivía un período llamado “anarquía feudal”.

Los señores feudales, los príncipes, todos se destacaban por su tendencia a combatir y a mantener unos con otros un estado continuo de guerra, por razones muchas veces fútiles que a menudo llevaban a la Santa Sede a pronunciar condena tras condena.

Dos influencias ominosas contribuyeron a la existencia de este estado de cosas. En primer lugar, por la influencia bárbara, aunque remota, pero que aun así se hacía sentir y llevaba a estos hombres a ser incapaces de vivir en paz. Por otro lado, también hubo una explosión de vanidad a la que, desgraciadamente, habían dado lugar las Cruzadas de Oriente.

Como es bien sabido, en Europa hubo varias Cruzadas, de las cuales la más exitosa fue la de España y Portugal contra los moros que invadieron la Península Ibérica. También hubo Cruzadas coronadas con hermosos éxitos contra los turcos, venidos del sur, que invadieron Hungría más de una vez, o contra los paganos del Mar Báltico que querían impedir la expansión de la religión católica.

Junto a ellas, sin embargo, se llevó a cabo la serie de Cruzadas más célebre para la liberación del Santo Sepulcro, que, en general redundaron en fracaso, en gran parte debido al espíritu de vanidad y ostentación que se apoderó de los cruzados. Sabiendo que todo el Oriente tenía sus ojos puestos en ellos y que los actos de coraje practicados para la reconquista del Santo Sepulcro habrían de redundar en fama, buena reputación y gloria para ellos, pretendían ocupar, en Oriente, los primeros lugares en las batallas, destacándose y ganando celebridad en Occidente, dentro de su contexto. Por lo tanto, no abandonaron el contexto que había en Europa; simplemente salieron físicamente de él, manteniendo allí la inquietud de hacerse célebres.

Así sucedía a menudo que, con asombro y verdadero escándalo para todo el mundo, cuando llegaba el momento de que el general en jefe distribuyera las posiciones de guerra, y no distribuía a tal o cual noble un lugar donde tuviera ocasión de realizar grandes hazañas, ese noble no lo aceptaba y entraba en batalla contra el otro designado para ese puesto. Entonces, en la primera línea, los cruzados guerreaban entre sí en lugar de luchar contra el adversario. Resultado: naturalmente, salían derrotados.

Esto contaminó a toda la nobleza europea con una especie de vicio de fanfarronería militar, cuyo resultado fue que, después de terminadas las Cruzadas, incluso en Europa las luchas entre los feudos fueron incesantes, y todos los estados europeos estaban en un estado de agitación y efervescencia continuas debido a esto. Esa era la “Anarquía feudal”.

Esta situación favoreció indirectamente la causa de la Revolución, pues para frenar esta anarquía, los reyes comenzaron a ejercer una autoridad brutal sobre los señores feudales hasta minar su autoridad pasando así a la monarquía absoluta de los tiempos modernos, ciertamente mucho menos digna de aplausos de que la feudal, como el ideal medieval la había imaginado.

En ese momento, se trataba de reaccionar contra este espíritu de fanfarronería, de vanidad militar, a favor de la lucha contra el germen de la Revolución que se venía acumulando.

Tenemos, pues, un príncipe que es el “escándalo” de ese siglo. San Casimiro va a invadir a Hungría, porque en virtud de los derechos hereditarios y por aclamación popular, había sido elegido rey de ese país en lugar del monarca depuesto. Sin embargo, cuando llega a la frontera recibe la noticia: “El Papa considera su causa falsa. Juzgó el asunto y reconoció al rey Matías como el verdadero monarca. De hecho, ya ha vuelto a ascender al trono, porque las diferencias entre él y sus súbditos se han apaciguado. Por lo tanto, el Rey legítimo está en su palacio”; San Casimiro se detiene en la frontera y dice: “Si éste es el pensamiento del Papa, me detengo, me someto y me devuelvo. No conquistaré un reino al que no tengo derecho”.

Esto era lo opuesto a la mentalidad de la “anarquía feudal”, según la cual se suponía que debía decir: “Probaré, con la punta de mi espada, que soy un hombre valiente y conseguiré lo que quiero”. Y avanzaría contra toda razón y todo derecho, para mostrarse audaz.

Suscitado para refutar la Revolución de su tiempo

También, en esa época, se empezó a acentuar la idea de que un príncipe que reza mucho, da limosna a los pobres y tiene modales muy afables, no posee las virtudes verdaderamente militares y no es un hombre valiente, el cual, según la concepción errada, no es afable ni piadoso; por el contrario, es un fanfarrón dispuesto en todo momento a pelearse con cualquiera, y no conoce su opuesto armónico, que es exactamente la placidez, la serenidad, el amor a la paz y el equilibrio que le da el verdadero valor al coraje.

En realidad, la fanfarronería estaba reemplazando al coraje sincero. Ahora bien, San Casimiro se enfrentó a toda esta posición errónea de su siglo y practicó tales virtudes, que se decía que eran muelles, sin sustancia, pero que en aquella época era necesario tener un valor extraordinario para practicarlas, porque todos las despreciaban.

De hecho, el santo es equilibrado, fuerte, vigoroso, heroico si es necesario, pero también capaz de no practicar este falso heroísmo en el filo de la navaja si las circunstancias piden de él otra forma de heroísmo, que consiste en enfrentarse a la opinión pública. Este héroe es, por lo tanto, el tipo del verdadero príncipe a quien debemos venerar y honrar.

Podemos ver cómo Nuestra Señora lo suscitó, en el fondo, para salvar el feudalismo. Si los señores feudales hubieran seguido ese ejemplo, la “anarquía feudal” se habría apaciguado por sí misma, y habría sido muy difícil establecer la monarquía absoluta y pre-revolucionaria de los tiempos modernos.

Debemos ver en San Casimiro al hombre que tuvo el coraje de resistir a la presión de tu tiempo, de hacer lo contrario de lo que le convenía a la Revolución de la época. Este es el verdadero coraje, y quien lo posee conquista lo demás, incluido el derecho a derramar su sangre en el campo de batalla si las circunstancias lo exigen.

Si veo a alguien con el coraje de enfrentar a la opinión pública, aunque nunca haya demostrado valentía en una batalla campal, soy capaz de decir: “Este hombre tiene gran posibilidad de ser un héroe en el campo de batalla”.

Sin embargo, de un héroe en el campo de batalla, yo me preguntaría: “¿Qué tan probable es que él se enfrente a la opinión pública?”

Porque quien enfrenta lo más difícil, es decir, a la opinión dominante, es capaz de exponer su vida.

Alguien preguntará: “¿Pero será verdad, Dr. Plinio, que es más difícil enfrentarse a la opinión pública que al adversario en el campo de batalla?”

Es nobilísimo, bellísimo y emocionante enfrentar al adversario en el campo de batalla al servicio de una guerra justa y, sobre todo, sagrada. Pero hay muchas personas dispuestas a correr el riesgo de entrar en combate por miedo a que se burlen de ellas si permaneciesen en la retaguardia. Por lo tanto, esas personas tienen más miedo de la risa que de la ametralladora.

Por lo tanto, podemos considerar a San Casimiro como un verdadero héroe.

Difundiendo el aroma de la santidad

Estando San Casimiro enfermo, decían los médicos, y lo importunaban los de su casa que le era necesario el matrimonio para preservar su vida y su salud, tan importantes para el bien público. Despreciando con una constancia heroica las advertencias de los médicos, les respondió con una frase digna de su espíritu casto, generoso y celestial: “No conozco otra vida y otra salud que la de Cristo, por cuya compañía deseo desatarme”.

Dios le concedió la gracia de revelarle el día y la hora de su muerte, para la cual se había preparado especialmente. El día 4 de marzo del año 1483, a la edad de veinticuatro años, expiró dulcemente entregando su alma a Dios. Su cuerpo fue llevado con gran pompa fúnebre a la catedral de San Estanislao en Welms, la capital del ducado del cual era señor, y allí recibió las honras de la sepultura. Un gran número de milagros fueron obrados por su intercesión.

Ciento veinte años después de su muerte, su cuerpo y las ricas túnicas con las que fue enterrado fueron encontrados incorruptos y se construyó una rica capilla de mármol para la conservación de esta reliquia. San Casimiro es patrono de Polonia y modelo de pureza para la juventud.

Hemos hablado en muchas ocasiones de los santos fundadores de pueblos o ciclos de civilización, y que con su acción extraordinaria mueven la historia. Sin embargo, también podemos considerar que existe otra categoría de santos que nacen y se hacen eximios en la práctica de una virtud, la cual representarán a lo largo de la vida de la Iglesia. Y para que la atención de los fieles no se desvíe de este punto central, estos santos mueren relativamente jóvenes y su vida queda circunscrita a la práctica de aquella virtud.

Consideremos, por ejemplo, a San Luis Gonzaga. Hizo poca cosa, pero murió en el apogeo de su virtud cuando era adolescente. Si hubiera realizado numerosas obras, las atenciones se volverían hacia lo que hizo en lugar de centrarse en lo que él fue, y el principal ejemplo a ser dado por él acabaría siendo olvidado.

Estos santos nos muestran que la santidad consiste, sobre todo, en tener una acción de presencia dentro de la Iglesia, en difundir el aroma de esta santidad, no sólo mientras están vivos, sino después de muertos. Y que sus vidas, tan precozmente inmoladas y generalmente ofrecidas en beneficio de la Iglesia Católica, son un elemento preciosísimo para la salvación de las almas.

Notas

1Cf. ROHRBACHER, René-François. Vida dos Santos. São Paulo: Editora das Américas, 1959. v. IV, p. 177-180.

2Expresión metafórica creada por el Dr. Plinio para designar la mentalidad sentimental que se manifiesta en la piedad, la cultura, el arte, etc. Las personas afectadas por ella se vuelven muelles, sin sustancia, mediocres, poco propensas a la virtud de la fortaleza, así como a todo lo que significa esplendor.

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