
San Luis Grignion afirma que, en María Santísima, Paraíso del nuevo Adán, “hay un río de humildad que surge de la tierra, y que, dividiéndose en cuatro brazos, riega todo este lugar encantado: son las cuatro virtudes cardinales”.
Las virtudes cardinales – justicia, templanza, fortaleza y prudencia – son aquellas que regulan todas las acciones del hombre. De esa poética figura podemos deducir que quien es verdaderamente humilde posee las cuatro virtudes cardinales.
Ahora bien, es verdaderamente humilde aquel que, antes y por encima de todo, lo es en relación a Dios. La humildad hacia el Creador consiste en reconocer lo que le debemos a Él, tributándole nuestra elevada y sumisa adoración. Consiste, por lo tanto, en ser amorosos con Dios y filiales paladinos de su causa, que es la misma de la Iglesia Católica, hasta el último extremo de nuestras fuerzas.
Por lo tanto, la verdadera humildad dispone el alma del hombre a vivir en un holocausto continuo en relación a Dios, al mismo tiempo en que lo hace, adquirir las cuatro virtudes cardinales. Así era la humildad de Nuestra Señora, Paraíso del nuevo Adán.
Extraído de conferencia del Dr. Plinio del 05/06/1972