Un santo aparentemente fracasado

Publicado el 07/25/2025

Ciertas concepciones algo simplistas dicen que tanto el éxito
como el fracaso dependen de la persona que hace el apostolado. Sin embargo, es necesario considerar que el éxito también está sujeto a la cooperación de aquellos junto a los cuales se actúa. Por lo tanto, incluso los santos pueden fracasar casi por completo. Este es el caso de San Olaf, rey de Noruega.

Plinio Corrêa de Oliveira

San Olaf Catedral de Nidaros, Trondheim, Noruega

El 29 de julio es la fiesta de San Olaf II –llamado también Olaf el Santo–, Rey de Noruega.  

Gobernó con Sabiduría y rectitud

Olaf era hijo de Haroldo, príncipe de Westfold en Noruega. Nació en la última década del siglo X.

Noruega estaba entonces bajo el yugo de Suecia y Dinamarca, países escandinavos de origen común cuyas casas gobernantes disputaban continuamente el derecho de sucesión. Olaf se alistó en el ejército de su país y, alrededor de 1017, decidió librar a su Patria del yugo extranjero. En particular, de Canuto el Grande de Dinamarca, que pretendía ocupar el trono de Noruega.

Los noruegos acogieron con entusiasmo las intenciones de Olaf. Insurgidos bajo su comando, lo eligieron rey. Al tomar posesión de su reino, Olaf estableció la capital del país en Trondheim y comenzó a trabajar arduamente en la organización general de la nación y en la catequesis de los súbditos. Se unió a los suecos para difundir el cristianismo y gobernó durante diecisiete años con sabiduría y rectitud.

Envió, en acuerdo con los suecos, expediciones para la sumisión y conversión de Groenlandia e Islandia. Al intentar frenar los excesos e intrigas de algunos nobles, éstos entraron en relaciones con Canuto y lo indujeron a declarar la guerra contra Olaf para derrocarlo del trono. Nuestro tierno rey salió al campo de batalla con sus tropas, pero debido a la falta de cooperación del pueblo, las primeras batallas que libró fueron desfavorables y finalmente pereció heroicamente en la batalla de Stiklestad, en el año 1030.

Los noruegos quedaron bajo el dominio danés y más tarde, arrepintiéndose de haber traicionado al rey, lo declararon patrón de Noruega.

En 1098 el cuerpo de San Olaf, que había sido enterrado en un lugar junto con Obara, fue encontrado sin ningún rastro de corrupción y trasladado a la Catedral de Trondheim. El Martirologio Romano incluye a San Olaf en el catálogo de mártires.

A pesar de ser protestante, Noruega conservó la Orden de San Olaf para guiar los asuntos del país.

Quiso las cosas temporales con vistas a la gloria de Dios

He aquí una existencia larga y llena de acontecimientos con las características de los santos fundadores de la Edad Media, es decir, hombres de la diestra de Dios, a quienes Él hace merced de una fuerza especial para realizar obras de carácter extraordinario.

San Olaf se convirtió en el defensor de la independencia nacional, no impulsados por un patriotismo común, sino para la gloria de la Iglesia. Así, tan pronto como se liberó de Canuto el Grande, fue uno de los organizadores de las bases cristianas de la nacionalidad.

Hizo todo lo posible para que su país fuera profundamente católico y para ello se alió con el rey de Suecia. Fue, pues, uno de esos hombres que quieren las cosas temporales como medios para la gloria de Dios y la victoria de los intereses de la Iglesia Católica, y no solamente para ocupar un puesto importante y hacer ostentación de ello.

En este sentido, él es un fundador, porque en realidad fundó un reino e hizo todo lo que pudo para asegurar que ese reino sobreviviera.

Una semilla del sacrificio de San Olaf

Sin embargo, vemos la ingratitud de una nación. San Olaf luchó, pero algunos nobles se le opusieron y la masa del pueblo, como sugiere el biógrafo, también se comportó con molicie en relación con él.

San Olaf murió heroicamente en la batalla y se diría que su obra desapareció. Sin embargo, algo quedó. Noruega conservó un cierto sentido nacional, tanto que se convirtió en un país independiente cuando se separó de Suecia en el siglo XIX. Habiendo recuperado la independencia, se puso bajo el signo del Santo. Y, a pesar de ser una nación protestante, constituyó la Orden de San Olaf.

Una fimbria, una semilla de su sacrificio quedó y, esto indica que el sacrificio valió la pena. Si Noruega algún día regresa al seno de la Iglesia Católica, como debemos esperar, las tradiciones, el ejemplo, las oraciones y la sangre de San Olaf seguramente tendrán una conexión muy fuerte con eso.

Es de lamentar que Noruega haya caído en el régimen protestante, siendo una de las naciones más socializadas y corruptas de la tierra, donde el socialismo se desarrolló en un ambiente de aparente orden y corrección, encubriendo el deterioro de las fuerzas nacionales.

Comprendemos, pues, ¡cómo las grandes apostasías y caídas vienen de lejos! El hombre providencial puesto allí por Dios fue rechazado y todo el edificio se derrumbó. Pero algo quedó. Aún queda una esperanza para el restablecimiento del orden católico de esos pueblos tan corrompidos.

Muerte de San Olaf

Concepción sobre el éxito del apostolado

Existe una teoría, en ciertos círculos de Acción Católica, según la cual cuando una persona desarrolla su apostolado con buenas técnicas es absolutamente invencible. Y cuando el apostolado fracasa, la culpa es del apóstol.

Se trata de una concepción un tanto fatalista y determinista, con la que no podemos estar de acuerdo.

Aquí está un gran rey, que hizo todo lo necesario para que su apostolado diese resultado; pero no funcionó, y él fracasó.

Es decir, el éxito del apostolado depende de la cooperación de aquellos con quienes se realiza. San Agustín dice: “Qui creavit te sine te, non salvabit te sine te – Quien te creó sin tu ayuda no te salvará sin tu ayuda”. Los hombres le negaron la ayuda y el apoyo al Santo. La cosa se desmoronó.

En apariencia es un santo que fracasó… ¡A los ojos de Dios, no! Y esto es lo esencial.

Humanamente hablando, incluso las obras de los santos pueden fracasar casi en su totalidad. Y esta es una nota que es necesario introducir en ciertas concepciones un tanto simplistas sobre el éxito del apostolado.

(Extraído de conferencia del 29/07/1965)

 

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