Un vigía en el bosque

Publicado el 09/04/2021

La presencia de un ángel es un aviso. Incluso cuando un ángel cruza nuestro camino en silencio, Dios nos dice: “Yo estoy aquí, estoy presente en tu vida”. 

Tobías Palmer – Del libro “Un ángel en mi vida”

Bárbara Johnson concluyó su curso de enfermería en el Hospital Royal Adelaide, en Australia. Y fue a trabajar en Sidney, en el Hospital Saint Margaret.

En su primer día libre, Bárbara tomó el tren para visitar a su hermano, que vivía con su familia en la periferia de esa gran ciudad. Tuvieron un día de agradable convivencia y, satisfecha, Bárbara salió a las 9 de la noche para volver al Hospital.

“Esa era la primera vez que yo viajaba en Metro en la ciudad y me bajé en la estación correcta, para llegar a mi trabajo en el Hospital, que en ese día era de noche. Tranquila, subía la calle bien iluminada y resolví acortar el camino por el parque que estaba al frente”.

Bárbara no estaba preocupada cuando comenzó su caminata. “Ya anduve por ciudades en la noche y aprendí que se debe mantener un ritmo animado, aunque no apresurado; así quien observa piensa que estás segura, no estás con miedo”. Con paso firme, ella seguía su camino, y solo después de algunos minutos se dio cuenta de que allí dentro del parque estaba muy oscuro y que la Calle Oxford y el Hospital estaban mucho más lejos de lo que había imaginado.

No había nadie más en el parque, por lo menos que ella pudiese ver. Sin embargo, Bárbara tuvo la sensación de que estaba siendo observada. De vez en cuando veía un brillo en las sombras, como la punta de un cigarrillo encendido. Su corazón comenzó a batir fuerte. ¿Estaba en peligro? Si alguien la agarrase a la fuerza y la empujase monte adentro, ella podría hacer muy poco para defenderse. Y si corriese, podría perderse en la oscuridad o caerse y golpearse.

No había otra salida sino continuar andando. Bárbara aceleró los pasos y se quedó mirando hacia adelante, con los ojos fijos en el brillo distante de los postes de luz de la avenida, que indicaban seguridad.

Estaba casi en la mitad del parque, cuando percibió que algo se movía a su derecha. ¡Ah, no! Hasta ese momento todo era asustador, ¡y ahora para empeorar la situación, había un gran perro pastor alemán caminando bien a su lado!

“Los perros de esa raza me daban mucho miedo, porque eran conocidos como canes feroces y la policía los usaba como perros de guarda”, dice Bárbara. Muy nerviosa, miró alrededor en busca del dueño del perro, pero no vio a nadie. ¿Y si el perro la atacase? Bárbara se imaginó caída en el suelo, sangrando, vulnerable a los ataques tanto de un hombre como de un animal. Su corazón se disparó aún más.

Curiosamente, el perro parecía de todo, menos rabioso. Él simplemente andaba a su lado como si fuese suyo. Bárbara disminuyó sus pasos, esperando que la fiera pasase adelante, pero el perro disminuyó el ritmo también. Entonces, tímidamente, ella intentó espantarlo: “¡Vete de aquí, perro! ¡Vete ya!”

Pero el perro también paró, quedándose en ese lugar, y la miró como si fuese un guarda designado para protegerla. Su comportamiento no cambió nada, él no se agitó, ni reaccionó, y simplemente se quedó parado allí.

Bárbara no vio otra opción sino continuar andando, y fue lo que hizo, casi comenzando a correr cuando llegó a las luces acogedoras de la Avenida Oxford. El perro continuó a su lado mientras ella miraba otra vez la calle para ver el movimiento de los carros. ¿Será que él iba a atravesar la calle detrás de ella?

Pero, tan pronto puso sus pies en la calle, fuera del andén, Bárbara miró a la derecha una vez más. El perro se había ido.

La enfermera atravesó la bulliciosa avenida vacía de pedestres, y entró al Hospital, jadeante y asustada.

Aliviada, Bárbara se dirigió a la enfermería del hospital, local de su trabajo. Mientras tomaba una taza de té en la cocina, una de sus colegas la vio sobresaltada y comentó:

– Pareces exhausta y asustada, Bárbara.

– Tuve una experiencia traumática – explicó ella. Salí del metro y acorté sola el camino por el parque hace poco.

– ¿Entraste en el parque ahora de noche? – Interrumpió otra enfermera –. ¡Eres nueva aquí y no sabías, pero muchos crímenes suceden en ese parque de noche!

Espantadas con el hecho de que ella se hubiese aventurado de noche en un área peligrosa y mal iluminada, las dos enfermeras contaron historias de horror, una después de otra, y Bárbara recordó consternada el brillo de los cigarrillos en las sombras. ¿Qué podría haber sucedido de horrible? Con seguridad, Dios Nuestro Señor estaba cuidándola.

Bárbara dijo: “Ahora tengo la sensación de que muchos ángeles me vigilaban y, sin dudar, reconozco que el perro era uno de ellos”.

“No hay otra explicación para que él haya aparecido, su comportamiento y su desaparecimiento súbito. Me sentí grata porque Dios tuvo ese cuidado conmigo y porque Él siempre está pronto a protegernos, incluso cuando procedemos con actos impensados.

Años después, Bárbara fue a trabajar en Nueva Guinea, donde conoció a su marido norteamericano. Y se mudaron a Wisconsin (EE.UU.), donde viven hasta hoy. Ella nunca más vio a aquel ángel protector, pero le dio el nombre de Giuseppe, y mantiene un vínculo con él que ha perdurado a lo largo de los años.

*   *   *

San Juan Bosco muchas veces fue importunado por valentones que amenazaban agredirlo cuando iba a cumplir su misión pastoral.

Y un gran perro feroz, negro, aparecía a su lado y lo acompañaba por las zonas peligrosas. Cuando pasaba el peligro, el perro desaparecía. Los Ángeles de la Guarda no siempre surgen con apariencia de personas.

La Fuerza de los Ángeles – Ellos están entre nosotros.

Joan. Wester Anderson

Best-seller del The New York Times

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