
Nuestra Señora tiene ojos de misericordia, y una simple mirada suya puede salvarnos. Su dulzura es invariable, su auxilio ilimitado, lista para atendernos a cualquier momento, sobre todo en las dificultades de nuestra vida espiritual.
En primer lugar, la crisis que se podría llamar clásica, cuando la persona se siente tentada y, por lo tanto, insegura entre el bien y el mal, con la posibilidad de ser lanzada en el precipicio del pecado de un momento a otro. Es evidente que María Santísima es nuestro auxilio, en la plenitud del término, en esas circunstancias.
Sin embargo, la solicitud de la Madre de Misericordia se vuelve también para aquel que, habiendo sucumbido bajo el peso de la tentación, se encuentra en un apuro espiritual mucho más grave.
En esa circunstancia, es justamente el hecho de haber caído en pecado que se alega delante de Nuestra Señora como razón para obtener su socorro. Es el desamparado que encuentra en su infortunio el motivo por el cual debe implorar la misericordia de María.
Está en la misión de la Santísima Virgen, el movimiento profundo de su Corazón materno es reconciliar a los pecadores con Dios. Porque la madre tiene bondades, ternuras, indulgencias y paciencias que otros no poseen.
Ella pide, entonces, a su Divino Hijo por nosotros, y nos obtiene una serie de gracias, un número incontable de perdones que jamás alcanzaríamos sin su intercesión.
Plinio Corrêa de Oliveira. Extraído de conferencia del 24/5/1965