Santa Teresita del Niño Jesús estuvo toda imbuida, desde los primeros resplandores de su razón, de un sentido de lo metafísico, de lo sobrenatural, de lo maravilloso, de lo admirable, y de una especie de subestimación previa de los valores opuestos a éstos. Ella vivió su infancia fiel a sí misma y continuó haciéndolo hasta su plena madurez.
Plinio Corrêa de Oliveira
La foto de Santa Teresita a los 8 años es realmente magnífica. Si estuviera en alto relieve, parecería viva.
Niña habituada a elevados pensamientos
Al verla, la primera impresión es exclamar: ¡Qué niña! Es todavía una niña pequeña, llena de vida, frescura, vivacidad, con esa extroversión propia de la infancia. Se percibe en ella la belleza del alma infantil, en la delicadeza, en la fragilidad, en la gracia de la naturaleza femenina.
Tras esta impresión se esconde otra: al mismo tiempo que el observador queda cautivado por la inocencia y la vivacidad de esta niña, también percibe su pureza. Sobre todo, esta virtud se percibe en su espontaneidad, regida por una regla que le impide hacer lo que no debe.
No tiene la costumbre de pecar. No esconde nada, porque no tiene nada que ocultar. No hay engaño ni disimulación en ella. Podemos decir de ella lo que Nuestro Señor dijo de Natanael: “He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño” (Jn 1, 47). Aquí tenemos a una niña verdaderamente pura, que posee toda la pureza, el candor y la delicadeza virginal que la vida familiar católica imparte especialmente a una niña.
Su boca es recta, con labios finos y muy firmes. Es una firmeza en la que no hay una gota de amargura. No sonríe en absoluto, pero hay una sonrisa indefinible en sus labios. Hay algo en ella que sonríe. Se habla mucho de la sonrisa de la Gioconda1, pero no se compara con la sonrisa de Santa Teresita. ¡Esto sí que es una sonrisa!
Su nariz tiene una forma algo prominente, de combate, de lucha. Al mirar sus ojos, se nota que la sonrisa reside sobre todo en ellos. Su expresión facial y su mirada muestran algo de lo que los franceses llaman espiègle, un poco de astucia y gracia.
Si fijamos nuestra atención en los ojos, nos damos cuenta de que en esa mirada hay un firmamento, un mundo de reflexiones. ¿A quién miran esos ojos? No miran nada en concreto, sino un punto vago, indefinido, con una especie de consideración, de contemplación absorta, afectuosa y respetuosa. En definitiva, es la mirada propia de un espíritu contemplativo.

La Gioconda, de Leonardo da Vinci
San Agustín dijo de sí mismo, en las Confesiones, sobre su infancia: “¡Era un niño tan pequeño y, sin embargo, tan gran pecador!”. De Santa Teresita se podría decir: “¡Era una niña tan pequeña y, sin embargo, tan gran santa!”, porque su mirada tiene algo que me resulta difícil expresar adecuadamente, pero que contiene la actitud del alma completamente sumida en reflexiones superiores.

Zelia Guérin y Louis Martin, padres de Santa Teresita
Valores de alma propios a la infancia espiritual
Cuando comenzó a escribir, por obediencia, sus manuscritos autobiográficos, se centró principalmente en su infancia y poco en su vida conventual. Solo más tarde, en respuesta a la solicitud de su Priora, se ocupó de su vida de religiosa. La infancia, para ella, fue todo. ¿Por qué? Porque fue profundamente consciente, meditada y razonada, configurando un tesoro de meditación — existente en el alma de una niña— que fue por ella conservada hasta su plena madurez. Es importante destacar que vivió su infancia con fidelidad y continuó siendo fiel a sí misma hasta la madurez. ¡Es magnífico!
Cuando Nuestro Señor elogió a los pequeños, diciendo que deberían acercarse a Él, aquel elogio se entiende no por la “imbecilidad” propia de la infancia, efecto del pecado original, sino por los valores del alma infantil, que después pueden ser manchados a lo largo de la vida.
El alma de Santa Teresita estuvo toda impregnada, desde los primeros destellos de su razón, de un sentido de lo metafísico, de lo sobrenatural, de lo maravilloso, de lo admirable y de una especie de subestimación previa de una serie de valores opuestos a esto.
El siglo XX es lo opuesto de la infancia espiritual, porque es el siglo de lo concreto, de lo terrenal, que niega todos estos valores y se aferra solo a lo material, sin creer en una realidad distinta a la física. En el fondo, es materialista y ateo. Esas primeras posiciones del alma mencionadas arriba son, en el fondo, disposiciones que derivan, que presuponen la existencia de Dios o que conducen a ella, sin implicar necesariamente en una profesión explícita de la fe.

Noche de San Bartolomé – Museo Cantonal de Bellas Artes de Lausana, Suiza
El niño posee el sentido de lo maravilloso; y, por lo tanto, tiene un sentido de lo militar, que comprende la belleza de la guerra y las desgracias que ésta puede acarrear; comprende la maravilla de dar la vida por una causa. Sin embargo, a medida que el niño crece y se hace adulto, nace en él un espíritu de seguridad: empieza a preocuparse por los gastos de la guerra, el presupuesto, las epidemias, las amputaciones y otras cuestiones similares. Esto es lo opuesto a la infancia espiritual.
Conquistando por el sacrificio, fieles soldados para la Santa Iglesia
Tenemos un pensamiento para leer de la edición Novíssima Verba, de las Últimas Conversaciones de Santa Teresita del Niño Jesús, de mayo a septiembre de 1897. Ella contaba a alguien:
Me adormecí algunos instantes durante la oración…
Debido a la gran aridez espiritual que solía sufrir, a veces incluso se adormecía durante el Oficio.
Soñé que faltaban soldados para una guerra y la señora —la Superiora— dijo: “Hay que enviar a la Hermana Teresita del Niño Jesús”. Respondí que hubiera preferido ir a una guerra santa; pero, en fin, yo partía, a pesar de todo.
Este sueño de falta de soldados para una guerra es impresionante. Se percibe que no se trata de una guerra militar, sino de algo de otra realidad: es la batalla de la aflicción de la Iglesia católica en nuestros días, para la cual faltan soldados. Fue enviada entonces. En realidad, Santa Teresita fue enviada antes de la guerra para sacrificarse y, mediante su sacrificio, conseguir soldados y su fidelidad en el combate. ¡Es un lindo sueño!
Ella preferiría ir a una guerra santa:
¡Ay, madre mía! —dice que ella añadió emocionada—, ¡qué felicidad tendría, por ejemplo, de combatir en el tiempo de las Cruzadas!
¿Quién hubiera pensado que esta fisonomía albergaba el deseo de combatir como un cruzado? ¿Y que ella habría tenido la alegría de vestirse de hierro de pies a cabeza, empuñar una lanza y cargar a galope tendido contra el adversario, contra los sarracenos, por ejemplo? Una persona con buen sentido psicológico lo entendería, pero la gente común no.
Me habría encantado luchar durante las Cruzadas o, más tarde, contra los herejes.
Ella se refiere a las guerras de religión, como la Batalla de Guadalete o a la Noche de San Bartolomé3, por ejemplo, o a la fuerza expedicionaria enviada por San Pío V para intervenir en las guerras de religión en Francia, o a mil otros episodios en los que los herejes lucharon contra los católicos y viceversa, y en los que ella deseaba participar como soldado.

Santa Teresita representando a Santa Juana de Arco
¡Cuánto me habría encantado luchar en esas guerras! Es casi seguro que no le habría temido al fuego. Sin embargo, ¿será posible que yo tenga que morir en una cama?
Santa Teresita afrontó el dolor de tener que morir de tuberculosis en la cama, aunque le habría gustado caer épicamente en el campo de batalla, morir matando.

San Teófano Vénard
Ésta es el alma de una santa que soportó el dolor de no morir en el campo de batalla para que otros estuvieran a la altura de su propia misión. Así es como podemos comprender bien el precioso sacrificio de Santa Teresita del Niño Jesús.
Contradicciones dentro de un llamado
Hubo también otra contradicción en la vida de esta gran santa. Ella deseaba ardientemente ser misionera, pero pasó toda su vida en una situación completamente opuesta.
Santa Teresita quedó fascinada por el martirio de San Teófano Vénard, sacerdote misionero de quien adoptó la espiritualidad. Él fue preso por los paganos de Vietnam y metido en una jaula, de tal tamaño que no podía levantar la cabeza ni estirar las piernas; debía permanecer agachado, sin poder cambiar de posición en ningún momento, pues los barrotes se lo impedían, atado al lomo de un elefante. De esta manera, tuvo que recorrer un camino verdaderamente insoportable bajo el sol y la lluvia; se dedicó a evangelizar y fortalecer en la fe a quienes se le acercaban. Lo soportó todo, aun sabiendo que saldría de la jaula para ser muerto, como de hecho ocurrió.
En sí mismo, el sentimiento de estar en misión, aunque con sus dificultades, trae consigo un consuelo, un elemento de aliento en la vida. Santa Teresita, sin embargo, no tuvo consuelo alguno y pasó toda su vida en la mayor aridez. Soportarla fue una de sus cruces.
Además, vivía en un convento de mediocres, soportando a una superiora como la Madre María de Gonzaga la mayor parte de su tiempo. En la Historia de un Alma, Santa Teresita tiene expresiones muy cariñosas para con esa Madre, pero, al mismo tiempo que veía las cualidades de la priora, notaba claramente sus muchos defectos.
Una vida transcurrida bajo la cruz
Otra cruz que cargó fue la de tener una vida extraordinariamente corta. Murió a los veinticuatro años, con una enfermedad que la hizo sufrir mucho; y en medio de toda esta aridez, le quedó la idea de que su vida había sido una quimera. La “pequeña vía” le parecía un engaño, algo inexistente, que no era real. Ella creía morir habiendo malgastado su vida inútilmente.
En sus manuscritos, la santa de Lisieux dice que su celda estaba muy cerca de la despensa y la cocina. Un día, estaba con la puerta de la celda abierta y, sin mucho esfuerzo, escuchó la conversación de dos hermanas servidoras que lavaban los platos. Una le dijo a la otra:
—Es cierto, nuestra Hermana Teresita del Niño Jesús está a punto de morir. Y la otra continuó: —Cuando nuestra Madre Superiora tenga que redactar la circular para todos los conventos carmelitas contando la historia de la Hermana Teresita, y los beneficios que trajo para nuestra comunidad, tendrá mucha dificultad para contarla, porque ella nunca hizo nada.
Santa Teresita dice que temía que esto fuera cierto y cuánto le pesaría cuando llegara el momento de presentarse ante Dios.
Toda la vida de esta gran santa, dentro del Carmelo, transcurrió así.
Finalmente, tuvo esa muerte maravillosa, inundada de consuelo, en un minuto de flash que la llevó al Cielo. Instantes antes de morir, Santa Teresita se inclinó sobre la cama, dando señales de estar en éxtasis. En cuanto cayó muerta, un perfume de violetas comenzó a extenderse por la habitación e invadió todo el convento. La violeta es la flor de la humildad. Y todos los que se acercaban a ella traían objetos para tocar en su cuerpo, para que quedaran con el perfume de violeta.

El Dr. Plinio en julio de 1994
(Extracto de conferencias del 2/8/1967, enero de 1968, 28/6/1969 y 16/7/1994)
1) Pintura al óleo de Leonardo da Vinci, también conocida como Mona Lisa o Mona Lisa del Giocondo.
2) Batalla librada el 31 de julio de 711, a orillas del río Guadalete, en la actual provincia de Cádiz, Andalucía, entre árabes y visigodos. Marcó el fin del Reino Visigodo y el comienzo del dominio musulmán en la Península Ibérica. 3) Represión de los protestantes en París, ocurrida la noche del 24 de agosto de 1572, festividad de San Bartolomé.