Uso de la Medalla de San Benito

Publicado el 07/09/2021

Próspero Luis Pascal Guéranger OSB.

Después de haber descrito la Medalla de San Benito y haber narrado su origen, vamos a explicar el uso que se debe hacer de ella y el auxilio que ella nos puede prestar. Sabemos que en este siglo, el demonio es considerado, por mucha gente, más como un ente imaginario que real; y que, en estas circunstancias puede parecer extraño que se promocione una Medalla y que ella, después de ser bendecida, sea empleada como protección contra la persecución del espíritu maligno.

Sin embargo, las Sagradas Escrituras nos proporcionan innumerables pasajes que nos dan idea del poder y de la actividad de los demonios, así como de los peligros del alma y del cuerpo a que continuamente estamos expuestos por efecto de sus persecuciones. No hacer caso de los demonios y reírse cuando se escucha hablar de sus artimañas, eso no es suficiente para aniquilar su poder.

Ni por eso el aire dejaría de continuar siempre, conforme enseña San Pablo, lleno de legiones de aquellos espíritus de malicia[1]; y si Dios no nos protegiera, aunque casi siempre sin que nosotros nos diésemos cuenta, a través del ministerio de los Santos Ángeles, sería para nosotros imposible evitar las innumerables persecuciones de aquellos enemigos de todas las criaturas de Dios.

Ni tendríamos motivos para insistir en estos puntos, pues en nuestros días vemos reaparecer las prácticas imprudentes y culposas, en otros tiempos usadas por los herejes, por medio de las cuales un espíritu maléfico y engañador podía dar una respuesta esperada. Igualmente vemos recomenzar las invocaciones a los difuntos, los oráculos y otras prácticas a través de los cuales satanás conservó por tantos siglos a los hombres esclavizados bajo su dominio.

Si bien el poder de la Santa Cruz contra satanás y sus legiones podemos considerarle un escudo invencible que nos vuelve invulnerables a sus flechas. El propio Salvador nos presenta como figura de su Cruz, la serpiente de bronce, que Moisés levantó en el desierto a fin de curar las mordeduras de las serpientes del fuego[2].

La señal trazada por los israelitas, con la sangre del cordero de pascua, sobre las puertas de las casas, protegió de las temibles visitas del Ángel exterminador[3]. El profeta Ezequiel designa como elegidos de Dios a aquellos que trajeron el Tau impreso en la frente[4], es a esta señal que San Juan llama en Apocalipsis, la señal del cordero[5].

Parece que hasta los herejes tenían noción del poder que un día aquella señal sagrada ejercería contra los demonios; pues cuando se demolió en Alejandrina el templo de Serapis, en el reinado de Teodosio, se encontró grabado en sus cimientos el Tau, imagen de la Cruz, venerado por las multitudes como el símbolo de la vida futura; y los propios adoradores de Serapis decían que, según una tradición difundida entre ellos la idolatría tendría su fin cuando se manifieste en pleno día aquel símbolo.

La historia nos enseña que los misterios paganos más de una vez perderán su fuerza por causa de la señal de la Cruz que algún cristiano, oculto en la multitud, hacía. Y según afirma Tertuliano, en su Apologética, hubo hasta infieles que, testimoniando las maravillas que los cristianos realizaba por medio de la Cruz, llegaban a recurrir, ellos mismos a aquella misteriosa señal, contra los maleficios y ataques e insultos de los demonios. San Agustín da fe que aún en su tiempo hechos semejantes se daban, y él decía “no nos debe causar asombro. Son en verdad, personas extrañas a nosotros, los que aún no se preparan en nuestra milicia, pero es el poder de nuestro Rey soberano que se manifiesta en tales ocasiones”[6].

Después del triunfo de la Iglesia, es el gran doctor San Atanasio quien revela su convicción y sus esperanzas con respecto a tan importante asunto: “La señal de la Cruz, él decía; tiene la virtud de confundir todos los grandes secretos de la magia, y de reducir a nada sus funestos hechizos. ¡Quien guste, experiméntelo.

Emplee, en medio de los prodigios de los demonios, del engaño de los oráculo, de los prestigio de la magia, la señal de la Cruz, invoque el Santo Nombre de Cristo y observe por sí mismo el terror con que huyen los demonios a la vista de aquella señal y de aquel nombre, observará como se callan los oráculos y pierde su valor la magia”[7].

Ese poder de la Cruz es una historia verdadera y al mismo tiempo un dogma de nuestra religión; si no lo invocamos más frecuentemente y si de él no recibimos más auxilio, eso debe ser atribuido al debilitamiento de nuestra fe.

De todos los lados nos rodean las persecuciones de satanás; estamos expuestos continuamente al peligro de nuestra alma y nuestro cuerpo; a ejemplo de los antiguos Cristos. Armémonos más a menudo con la señal de la Cruz. Que reaparezca la Cruz para protegemos en nuestras ciudades y campos, en el interior de nuestros hogares como en los lugares públicos, en nuestro pecho como en nuestro corazón.

Aplicando hoy esas consideraciones a nuestro objeto, podemos concluir cuán ventajoso es emplear con fe la Medalla de San Benito en las ocasiones en que más debiéramos temer los engaños del enemigo. Su protección —no dudemos de eso— se mostrará eficaz en toda especie de tentaciones. Numerosos e incontestables hechos señalan su poderosa ayuda en millares de circunstancias en las cuales, o por acción espontánea de satanás, o por efecto de algún maleficio, los fieles estaban a punto de sucumbir frente a un peligro eminente.

Igualmente podemos emplearla en beneficio de otros, como medio de preservación, de liberación, ante los peligros que ellos pueden correr.

Estamos frecuentemente amenazados ya sea en el mar o en la tierra, por accidentes imprevistos; si con toda fe llevamos con nosotros la Medalla, seremos protegidos. No hay circunstancias en la vida humana, por más materiales que sean, en que no se haya experimentado por medio de ella, la virtud de la Santa Cruz y el poder de San Benito. Así, espíritus malignos, en su odio contra el hombre, atacan contra los animales empleados en su servicio; contra los alimentos que deben sustentar la vida; su intervención maléfica es muchas veces la causa de las enfermedades que padecemos; si bien la experiencia prueba que el empleo religioso de la Medalla, acompañado con la oración, aparta a veces las persecuciones de satanás y un notable alivio en las molestias, a veces hasta la cura completa puede experimentarse.

Notas
[1] 2 Efesios 2.6-12. 10 Juan 3.14.
[2] Juan 3, 14
[3] Éxodo 12. 13
[4] 12 Ezequiel 9. 4.
[5] Apocalipsis 9. 4.
[6] De diversis quaestionibus. Quest LXXXIX.
[7] De Incarnatione Verbo Cap. XLVllL

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