Venecia: un paraíso que emerge de las aguas

Publicado el 10/02/2020

Plinio Corrêa de Oliveira

¿Será posible tener añoranzas de algo que no se conoció? Parece que sí, pues el hombre conserva en el alma la añoranza de un mundo maravilloso en el cual nunca estuvo, pero con el cual sueña imperceptiblemente. Es el Paraíso, de donde nuestros primeros padres fueron expulsados, como castigo por el pecado original.
Es difícil concebir el auge de perfección que habría alcanzado la humanidad en el Edén Terrestre, donde Dios “paseaba (…) a la hora de la brisa, después del medio día” (Gn 3, 8). El vacío dejado en el alma humana por la pérdida de aquella felicidad primera lleva al hombre a crear, conforme su talento lo inspire, miniaturas del Paraíso, que de algún modo sacien esas nostalgias innatas. Una de ellas es, sin duda alguna, Venecia…
El brillo de los colores, el encanto de las formas y el elegante deslizar de las góndolas nos hacen pensar, a veces, que estamos delante de un paraíso que emerge de las aguas serenas del mar.No era otra la impresión que la vista de la Reina del Adriático causaba en el espíritu del Dr. Plinio, quien tejió sobre ella estos ardorosos y admirables comentarios

De un lugar pantanoso e inconsistente, nació una de las maravillas más grandes del Universo: ¡Venecia! En ella, el hombre pudo realizar, al fin, este sueño: vivir en un palacio a la vera del agua, bajo un cielo lindísimo.

¡El firmamento de Venecia es una especie de cielo de los cielos! ¡El colorido es extraordinario, las brumas son una belleza, y los anocheceres lindísimos!

Venecia es el punto de encuentro donde la tierra fea, otrora pantano, es disfrazada por el piso de los palacios y por las aguas del mar. Es el punto de encuentro donde el cielo maravilloso y las aguas se besan. Es una especie de paraíso realizado por la fantasía, por el genio, por la capacidad de trabajar y por el deseo de lo sublime que tiene el hombre.

Al fin y al cabo, ¿cómo pudo un pueblo semisalvaje – como eran los primitivos habitantes de aquella región – construir algo tan maravilloso?

A mi modo de ver, si ese pueblo no fuese bautizado, esa ciudad no existiría. En realidad, Venecia es fruto del Cuerpo y de la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, cuya inmolación en lo alto del Calvario obtuvo las grandes regeneraciones morales. Es de esa Sangre que Él derramó, de esa Sangre a propósito de cuya efusión Nuestra Señora lloró, de esa Sangre de la cual resulta todo lo que hay de bueno, de grande y de bello en la Tierra; es a propósito de esa Sangre que nacieron los esplendores de Venecia. El bárbaro al ser bautizado se volvió trabajador, disciplinado y adquirió el sentido de lo maravilloso. Las maravillas comenzaron a nacer.

Nació la Soberana, Aristocrática y Serenísima República de Venecia.

Así, desde el primer viaje que hice a Venecia, mi espíritu estaba tomado por esta idea: yo estaba visitando una unión incomparable y paradisíaca de cosas maravillosas, de cosas únicas.

Aguas prestigiosísimas, que parecen cargar consigo la belleza de todos los palacios que en ellas se ven, y por donde ellas se movieron. Góndolas delicadas, que afirman vigorosamente la superioridad del espíritu sobre la materia, del arte sobre lo funcional, de lo noble sobre lo vulgar. Puentes graciosos que afirman el predominio de lo estético sobre lo útil. Panorama de donde lo sacral no se siente expulsado ni maltratado.

Venecia misteriosa y bella, enclave de Oriente en Occidente, que recibe la presencia del agua y de no sé qué encanto del aire, un colorido muy bonito que le realza todas las cosas.

Ora es el Palacio de los Doges, perpetua maravilla, donde, contrariando las leyes de la naturaleza, el leve entramado de columnatas sustenta la masa del edificio. Palacio deliciosamente róseo, ordenado por ojivas deliciosamente simétricas, pensativas, calmas, tranquilas y nobles. Ojivas que parecen mirar fijamente el mar, contemplándolo con la familiaridad con que las grandes personas admiran lo lindo…

Ora es la incomparable, sacral y convidadora Catedral de San Marcos, ¡llena de encantos más bellos que la propia belleza! Con sus famosos caballos traídos de Bizancio, con la riqueza de sus mosaicos y con la magnificencia de sus cúpulas, en las cuales la belleza se une a la grandeza.

Erizada de arcos y de pequeñas puntas, ¡como si fuesen alas de incontables palomas abiertas para volar, que llevarían consigo por el aire a la Catedral mil veces famosa!

Es la torre dura, fuerte y alta del Campanille, contrastando con el entramado gracioso y amable de la Catedral.

Es la Venecia de muelles innumerables, donde un burbujear de gente le comunica su nota festiva, pero al mismo tiempo con un fondo grave y hasta melancólico, indispensable para que ella no se vuelva banal.

Venecia maravillosa, que arrancaría de la Condesa de Noailles, célebre poetisa de Francia, esta insólita exclamación: C’est trop de beauté! – ¡Es demasiada belleza!

¿Qué es a fin de cuentas Venecia?

Es un modo de ver el mar encuadrado en una perspectiva dominada por el espíritu humano. Es el mar al servicio de la Fe, al servicio de la Civilización Cristiana, al servicio de la tierra. Y es la tierra engrandecida por haber adquirido el dominio de los mares.

¡Allí está Venecia!

Tomado de Revista Dr. Plinio, No. 2, mayo de 1998, pp. 26-27, Editora Retornarei Ltda., São Paulo

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