Sé que se puede glorificar a Dios en toda clase de estados y que no deja de honrarle la vida de un cristiano que le sirve en una alegre fortuna; pero ¡quién asegura que este cristiano le honra tanto como el hombre que le bendice en los sufrimientos!
San Claudio de la Colombiere
Y si la aflicción en que estáis por voluntad de Dios, os hastía de todas las criaturas, si os compromete a daros enteramente a vuestro Creador, estoy seguro que le estaréis más agradecidos por lo que os ha afligido, que por lo que le hubierais ofrecido en vuestros votos si os evitaba la aflicción; los demás favores que habéis recibido de Él, comparados con esta desgracia, no serán a vuestros ojos más que pequeños favores.
Siempre habéis mirado las bendiciones temporales que ha derramado hasta ahora sobre vuestra familia como los efectos de su bondad hacia vosotros; pero entonces veréis claramente que nunca os amó tanto como cuando trastornó todo lo que había hecho para vuestra prosperidad, y que si había sido liberal al daros las riquezas, el honor, los hijos y la salud, ha sido pródigo al quitaros todos estos bienes.
No hablo de los méritos que se adquieren por la paciencia; por lo general, es cierto que se gana más para el cielo en un día de adversidad que durante varios años pasados en la alegría, por santo que sea el uso que se haga de ella.
Todo el mundo conoce que la prosperidad nos debilita; y es mucho cuando un hombre dichoso, según el mundo, se toma la pena de pensar en el Señor una o dos veces por día; las ideas de los bienes sensibles que le rodean ocupan tan agradablemente su espíritu que olvida con mucho lodo lo demás.
Por el contrario la adversidad nos lleva de un modo natural a elevar los ojos al cielo, para, mediante esta visión, suavizar la amarga impresión de nuestros males. Sé que se puede glorificar a Dios en toda clase de estados y que no deja de honrarle la vida de un cristiano que le sirve en una alegre fortuna; pero ¡quién asegura que este cristiano le honra tanto como el hombre que le bendice en los sufrimientos! Se puede decir que el primero es semejante a un cortesano asiduo y regular, que no abandona nunca a su príncipe, que le sigue al consejo, que todo lo hace a gusto, que hace honor a sus fiestas; pero que el segundo es como un valiente capitán, que toma las ciudades para su rey, que le gana las batallas, a través de mil peligros y a precio de su sangre, que lleva lejos la gloria de las armas de su señor y los límites de su imperio.
Del mismo modo, un hombre que disfruta de una salud robusta, que posee grandes riquezas, que vive en honor, que tiene la estima del mundo, si este hombre usa como debe de todas estas ventajas, si las recibe con agradecimiento, si las refiere a Dios como a su divino Maestro por una conducta tan cristiana; pero si la Providencia le despoja de todos estos bienes, si le consume de dolores y de miserias y si en medio de tantos males, persevera en los mismos sentimientos, en las mismas acciones de gracias, si sigue al Señor con la misma prontitud y la misma docilidad, por un camino tan difícil, tan opuesto a sus inclinaciones, entonces es cuando publica las grandezas de Dios y la eficacia de su gracia, del modo más generoso y brillante.