Verdades disminuidas y virtudes menguadas

Publicado el 07/03/2021

La moral, para la gran mayoría de nuestros contemporáneos, varia poco más o menos completamente según la situación de cada uno y, no raras veces, lo que en una señora seria tenido como imperativo precepto de moral, en un muchacho parecerá ridículo y como un despreciable defecto.

Plinio Corrêa de Oliveira

Olvidándose de que el catolicismo es la única escuela del perfecto y completo heroísmo, que vuelve sobrenatural y santifica la personalidad entera del individuo e implica en una inmolación total de sí mismo teniendo en vista una finalidad superior, muchos católicos llegaron a tener una visión disminuida de las verdades de su propria Religión, verdades que, en lugar de ser tenidas por sus venturosos adeptos como un medio de triunfo espiritual sobre el pecado, la concupiscencia y el error, pesan duramente como si fuesen onerosas cadenas de cautiverio moral, dolorosos instrumentos de suplicio, cuyo portador hace todo por atenuar su peso y apocar su volumen, disminuyendo así ese peso que, entretanto, lejos de ser un fardo cruel y un estigma de esclavitud, es en realidad un salvavidas sin cuyo auxilio el hombre no subsiste en la vida espiritual.
Ocupa lugar de destaque en esta triste galería de verdades disminuidas, de virtudes apocadas, de sofismas interiores más o menos conscientes y cobardes, la noción que habitualmente se tiene de “bondad”.
Según la opinión corriente ¿qué es una persona buena? La moral, para la gran mayoría de nuestros contemporáneos, varia poco más o menos completamente según la situación de cada uno y, no raras veces, lo que en una señora seria tenido como imperativo precepto de moral, en un muchacho parecerá ridículo y despreciable defecto.
La bondad, pues, según esos censurables conceptos, varia conforme al sexo y a la edad. No hay, tal vez, expresión de que tan frecuentemente se abuse cuanto la de “buen chico”. Verificándose a qué serie incontable de individuos es dada, haciéndose el levantamiento de los defectos que un chico puede tener – sin por eso dejar de ser “bueno” según la opinión corriente – se constata que, desde que él no haya matado, herido o golpeado gravemente a alguien, desde que no haya robado causando daños, es calificado de bueno. Ese chico puede desperdiciar criminalmente su juventud arrastrándola por los más miserables antros de la ciudad, tener los vicios más lamentables, practicar las más censurables insensateces en el terreno sentimental, como, por ejemplo, alimentar esperanzas y provocar decepciones movido apenas por vanidad y por capricho, todo eso será considerado muy gracioso, típico de un joven que no quiera pasar por totalmente aburrido…
Evidentemente, según esas abominables reglas de moral, hay restricciones a establecer. Un joven  que contraiga imprudentemente un noviazgo con la intención de nunca cumplir su promesa de casamiento, hará una cosa muy divertida. Pero si la víctima de la aventura, en vez de ser una persona ajena a los adeptos de esa singular moral, fuera una hija, hermana o pariente, todo eso pasará a ser calificado infaliblemente de genuina malicia. Un joven que, a título de “travesura”, arme un “lío”, hará algo de muy divertido; pero si durante el “lío” hiriese a alguien gravemente, y por eso pase a ser buscado por la policía, dejará de ser tenido como un “buen muchacho” para ser un “individuo que hasta tiene antecedentes policiales”. En síntesis, todo eso revierte en una adoración del éxito: todo aquello que no tuvo mal éxito será disculpable, por peor que sea; todo lo que no hiera los intereses personales es jocoso e interesante; todo lo que los hiera, será censurable y digno de condenación. Un hombre sube al altar, jura mantener fidelidad plena a su esposa, pero después rompe el compromiso asumido, por un acto absolutamente libre de su voluntad… contra ese hombre solo existe la reprobación de los parientes de su esposa, a los cuales les parece muy natural que otros hagan lo mismo con personas que les son, asimismo, perfectamente extrañas.
Se ve como la moral mundana es completamente vana, representa apenas la supervivencia de algunos vagos principios de la moral católica.

 Cf Bondade, en O Legionário, n° 463, 27/7/1941.

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