El demonio mudo: vida deshonesta, muerte impenitente

Publicado el 04/19/2022

Padre Luis Chiavarino

Teodoro Beza, sucesor de Calvino y jefe de la reforma protestante, alcanzado por una enfermedad mortal, fue visitado por San Francisco de Sales, quien con su ardiente celo intentó por todos los medios posibles que el enfermo abjurara de sus errores y retornara al seno de la Iglesia Católica y se preparara para una muerte cristiana

―¡Imposible! Repetía de vez en cuando el hereje. Finalmente, como el Santo insistía para saber el porqué de esta palabra, Teodoro con esfuerzo se apoyó en un codo, corrió una cortina que cerraba la alcoba, descubriendo a una mujer que estaba allí escondida. En aquel momento exclamó:

―¡Aquí está la razón de la imposibilidad de salvarme!

Prefirió la muerte y el infierno, pero no dejó el pecado. Aquí también podemos decir

―¡Vida deshonesta, muerte impenitente!

***

En la ciudad italiana de Spoleto, vivía una joven disoluta, cuya existencia era únicamente dedicada a la vanidad y a los bailes. Aconsejada más de una vez a corregirse, despreciaba con soberbia los avisos y hacía poco caso de ellos.

Su propia madre, orgullosa de la belleza y el brío de su hija, sentía un inmenso placer en verla cortejada por un buen número de amantes y dejaba correr las cosas, con la esperanza de encontrar un buen partido, creyendo que pasado el ardor de la juventud, su hija acabaría con esto.

¡Oh madres ciegas e imprudentes, que no solo no se preocupan , sino que arrastran a sus hijas a la deshonra y la ruina!

¿Y qué sucedió?

La infeliz joven cayó gravemente enferma. Personas serias y respetables del vecindario le aconsejaron llamar al sacerdote, recibir los sacramentos y prepararse para la muerte, en fin… Pero, la testaruda joven decía:

―¿Cuál muerte?, esto es imposible, pues yo, siendo tan joven y bella no debo, no debo morir

Finalmente, vino el sacerdote que le suplicaba que tuviese juicio, que rezara a María Santísima porque la muerte podría sorprenderla.

— ¡Cuál muerte ni que nada! Yo debo vivir. Yo no puedo ni quiero morir.

Como la insistencia aumentase, por fin, notando que las fuerzas comenzaron a faltarle, haciendo un esfuerzo supremo, exclamó con ira:

―Pues bien, si es que voy a morir, ven aquí Satanás, y toma mi alma para ti. Y, cubriendo el rostro con las sábanas, entregó al demonio su alma desesperada

―!Vida deshonesta, muerte impenitente!

Oye un ejemplo más que te llenará de pavor:

Un caballero vivía con una joven de malas costumbres. A quienes le aconsejaban abandonarla, él les respondía con un desdeñoso ―no puedo.

Pero la muerte llegó para desunirlos.

El infeliz caballero enfermó gravemente y como estaba en las últimas, llamaron a un sacerdote para prepararlo a dar ese paso terrible. Tan caritativo y paciente fue el padre que el enfermo humildemente respondió:

— ¡Con gusto! A pesar de haber llevado una mala vida, deseo tener una buena muerte con una santa confesión.

— ¿ Quisiera usted recibir también los sacramentos como un buen cristiano?

— Con gusto los recibiré si usted, Padre, se digna administrármelos.

— Pero esto no será posible si usted no despide primero a aquella joven.

— Ah, eso no, Padre, eso no puedo hacerlo.

— ¿Y por qué no puede? Puede y debe hacerlo si quiere salvarse mi querido señor.

— ¡Pero le repito que no puedo!

— ¿Pero usted no se da cuenta que con la muerte tan próxima, será obligado a dejarla por la fuerza?

— ¡No puedo, Padre, no puedo!

—¡Siendo así, no puedo absolverlo, ni administrarle los sacramentos, usted perderá el Paraíso y será arrojado al infierno!

— ¡No puedo!

— ¿Será posible que no pueda conseguir de usted otra respuesta? Piense en su honra, en su estima caso tal muera excomulgado.

— ¡No puedo! Repitió el infeliz por última vez. Y agarrando a la joven por el brazo, la acercó hacia él, apretándola con fuerza a su pecho, muriendo en los brazos de aquella indigna mujer.

Discípulo — Los castigos de Dios son tremendos pero justos. ¿Será posible, Padre, que en verdad no se pueda abandonar el pecado?

Maestro — ¡En la mayoría de los casos no se quiere abandonarlo, eso es todo!

San Agustín cuenta que un cierto hombre no escuchaba ni los consejos ni las súplicas de los que buscaban convencerlo de abandonar una casa que él frecuentaba con gran escándalo. No quiso saber de nada, diciendo que no podía en absoluto dejar de ir allá. Sucedió que un día, en esa misma casa le dieron una tremenda paliza con unos buenos palazos.

Créeme que en el mismo instante el hombre abandonó la casa; la imposibilidad que tenía desapareció.

Quod non fecit Dominus, fecit baculus, añade San Agustín

Lo que Dios y el amor del alma no lograron, lo consiguió el palo.

Tomado del libro “Confesaos bien”.

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