
En la imagen de Nuestra Señora de la Esperanza Macarena se ve a María Santísima como la Reina que tiene un mando natural presente en toda su persona. Hay cualquier cosa de virginal en su porte esbelto, delicado, fino, que hace pensar, al mismo tiempo, en una virgen y en una matriarca.
Plinio Corrêa de Oliveira
Una de las imágenes que más me agrada es la que representa a María Santísima evidenciando de tal manera su realeza, su distinción y su carácter de Virgen Madre de Dios, Reina del Cielo y de la Tierra, que resolví comentarla bajo el prisma de “Ambientes, Costumbres y Civilizaciones”. Se trata de la famosa imagen expuesta en Sevilla, llamada La Macarena.
Al fondo, hay un lindo trono dorado y rojo en lo alto de una escalinata, delante de la cual se encuentra la imagen que se reviste de un tono regio, una nobleza, elevación, virginidad y de una fuerza de madre de familia extraordinarias, por donde se ve que Ella es verdaderamente la Reina Madre de Dios.
Los vestidos de la macarena
La primera impresión que causa, por lo menos para mi mirada, es la excepcional riqueza del manto y del vestido. Son tejidos de primer orden en los cuales abundan el oro y la plata. No sólo el oro y la plata, sino los tejidos son muy abundantes. Es un vestido bastante redondeado y la capa que trae la Reina es enorme. Va de lo alto de la cabeza hasta abajo, a los pies, con un excedente de paño tal que no se puede imaginar bien como Ella conseguiría conducirse en medio de todo aquello. No obstante, Ella está tan distinguida y elegante, domina tan bien esos tejidos, que toda aquella abundancia está a su servicio.
De manera que, si Ella caminara, andaría perfectamente bien, sin que sobre ni moleste ninguno de los tejidos. Porque Ella es de tal manera señora de todos sus movimientos, señora de sí y de todo, ¡que Ella es Reina de su propio lujo! Y en vez de dejarse ahogar o aplastar por el lujo, Ella tiene un dominio absoluto sobre él, con gestos muy naturales y simples.
La imagen no tiene nada del aire de una señora que quiera estar dominando. Ella está con toda naturalidad, es Reina por naturaleza propia y todo le obedece porque Ella quiere que obedezca.
Hay que notar que, si los brazos estuvieran en una postura un poco diferente, perdería el dominio de la capa. Sin embargo, están puestos con tanta naturalidad, que se diría que ni siquiera pasó el problema por su cabeza.
Su estatura es la de una persona en nada agigantada, pero noblemente alta y que tiene sobre el suelo el dominio de la distancia. Ella mira el piso como una Reina debe mirar: dominando de lejos.
La riqueza de los adornos
Lo más interesante es lo siguiente: Ella está adornada. Los críticos afirman que los españoles recargan las cosas con demasiados adornos. Yo no participo de esa crítica del buen gusto español, pero sí de los pueblos que piensan eso.
Si consideramos cómo el vestido y el manto ya están cargados de adornos, y, aun así, hay una especie de mantilla por el lado de adentro que sale por debajo de la corona además del manto, notamos esa insistencia en adornar a la manera española.
El rostro es noble y revela señorío, aún más encimado con una corona enorme. Pues bien, se percibe que Ella podría moverse enteramente a gusto, sin temer ser aplastada por su propia riqueza, porque esta Reina tiene dentro de sí una riqueza personal muy superior a todas aquellas que la adornan: ¡Ella es Ella!
Es necesario tener bien presente esto para comprender las cosas españolas cuando son acertadas.
La dama general
Noten en la cintura la faja de general.
Es preciso considerar esos dos aspectos: primero, la faja: después, es de general.
Se podría decir que no es necesario ese adorno, además de todo lo que ya existe. Pero la faja concurre enormemente para dar toda la esbelteza a la figura general y para acentuar ese dominio de Ella sobre la riqueza. Saquen esa faja y la división entre la parte superior y la inferior pierde su elegancia.
Ahora, ¿qué faja es? General del Ejército español.
Alguien podría objetar: “¿Pero una dama, general? ¡Cómo queda pesado!”.
Yo digo: ¡No entendió nada!
Para mí, una de las figuras femeninas más leves que hubo en la Historia es Santa Juana de Arco con armadura.
Además, quién puede ser Reina, ¿no puede ser a fortiori general? Pues el mando supremo de una tropa ¿no cabe naturalmente al jefe de Estado? Es ridículo que se esté a la altura de ceñir una corona y no se pueda usar la faja de general.
El hipotético objetante replicará: “Aquí está mi objeción: si Ella es Reina, ¿por qué además de la corona porta la faja de general? ¿Ya no está todo expresado?”
No. Porque es glorioso para un rey ser general, por lo tanto, es una gloria para Ella que el Ejército Español la haya tomado como ese tipo de Reina de quién se espera una interferencia en el campo de batalla, en una situación difícil, en un momento delicado. ¡Yo lo considero simplemente monumental!
Por otro lado, hay en todo eso algo de virginal y matriarcal al mismo tiempo. Ella como Reina tiene un mando natural presente en toda su persona. Pero hay cualquier cosa de virginal en su porte esbelto, delicado, fino, que hace pensar en una virgen madre. ¡Ella es una Virgen! ¡Y como queda bien para Ella ese conjunto de predicados!
¿Ornatos exagerados?
Aún se podría plantear la siguiente cuestión: Está bien, pero después de esa corona, ¿no era dispensable ese resplandor de plata atrás?
A lo que respondo levantando otras preguntas: ¿Las flores colocadas por la devoción popular serían dispensables? Cuando amamos mucho a alguien, en el momento de darle algo ¿preguntamos si es dispensable? ¿Y si lo es, no se lo damos? ¿Ésta es la regla del amor?
Para interpretar cada pueblo es preciso andar con cuidado, procurando ver el lado bueno y entender las cosas como son.
En los pueblos de Europa, las criteriologías son variadas. Algunos tienen el recelo de abusar de la palabra humana de manera a llevarlos a decir más de lo que desean. Su gran cuidado, por lo tanto, es de ser comedidos al hablar.
Lo propio del español es lo contrario: un recelo de que la palabra humana no diga todo cuanto ellos quieren. Comprendo ambos recelos, porque después de la dispersión de la Torre de Babel con la confusión de las lenguas, dejó de existir el idioma perfecto. Y sólo manosea bien la propia lengua quién entiende el lado débil que ella tiene.
Entonces, hay en el modo como los españoles usan su idioma una especie de exageración didáctica, según la cual van más allá de lo que saben que es la realidad, pero pensando que el hombre inteligente sabrá hacer el descuento y quedarse en el punto ideal no agotado por la palabra, y que constituye la verdad entera.
Dentro de esa concepción, la pregunta respecto del resplandor no es si es necesario, sino otra: si cabe y si comporta para decirlo todo respecto a una tan gran Reina. Es como quien dice: “Entiendan bien que no hay ornato suficiente. Por lo tanto, desde que tal adorno no quede anti-estético, ¡además está eso!”
¿Quién osaría decir que queda anti-estético?
Si alguien objetara: “Me parece superfluo.”
Yo respondería: Ud. no tiene voluntad de darlo todo.
¿Eso significa que la posición española es la única aceptable? No estoy afirmando eso. Al contrario, son enteramente admisibles también otras concepciones, de acuerdo con la índole de cada pueblo.
Lo mejor es saber comprender y amar la belleza existente en todas las formas de expresión de las diversas naciones.