
Así como es pura el agua que sale de las entrañas de la tierra… puro es el amor que, nacido en las profundidades del corazón humano, se eleva a Dios y desde allí baja sobre las criaturas.
Hermana Raphaela Nogueira, EP.
Cuando se ama, la voluntad se dirige hacia el objeto amado como un fin que considera un bien. No existe la acción sólo por el gusto de la acción, sino con el objetivo de encontrar ese fin cercano, su propio bien, o el fin último, la bienaventuranza que, en palabras de Santo Tomás, es “el bien perfecto y suficiente, que aquieta todo deseo y excluye todo mal”. 1
Así pues, o el hombre ama a Dios hasta el punto de olvidarse de sí mismo, o se ama a sí mismo hasta olvidarse de Dios. 2 Como nuestra alma está siempre a la búsqueda del bien existente en las cosas, para descansar en él, si no tiene al Bien infinito como el objeto último, acabará por apegarse a las criaturas, las cuales, en sí, no pueden proporcionarle tranquilidad ni satisfacerla.
No obstante, hay almas generosas que deciden ponerse al servicio de Dios consagrándose enteramente a Él. Y hacen efectiva su radical entrega viviendo en un estado de castidad perfecta y perpetua, dentro del cual ofrecen a Dios el holocausto
de su cuerpo y de sus afectos naturales, porque “jamás es nadie casto sino por amor; y la virginidad no es aceptable ni expansiva sino al servicio del amor”. 3

Santa Teresa del Niño Jesús a los 16 años, cuando novicia en Lisieux
Personificación arquetípica de la virgen consagrada es Santa Teresa del Niño Jesús, que así canta en uno de sus poemas:
“Vivir de amor es disipar el miedo, / aventar el recuerdo de pasadas caídas. / De aquellos mis pecados no veo ya la huella, / junto al fuego divino se han quemado… /
¡Oh dulcísima hoguera, sacratísima llama, / en tu centro yo fijo mi mansión! / Y allí, Jesús, yo canto confiada y alegre: / ¡vivo de amor!”. 4
El amor a Dios no encierra el alma en sí misma, sino que la hace arder en deseos de entregarse al servicio del prójimo. Por eso, decía esa misma santa: “siento en mi interior otras vocaciones : siento la vocación de guerrero, de sacerdote, de apóstol, de doctor, de mártir. En una palabra, siento la necesidad, el deseo de realizar por ti, Jesús, las más heroicas hazañas…”. 5
Así como es pura el agua que sale de las entrañas de la tierra, puro es el amor que, nacido en las profundidades del corazón humano, se eleva a Dios y desde allí baja sobre las criaturas, como un límpido y cristalino arroyuelo se precipita desde lo alto de una montaña.
Tomado de la Revista Heraldos del Evangelio n°127, p. 36