La acción de gracias después de la Comunión es, según San Pedro Julián Eymard, el momento más solemne de nuestra vida, durante el cual tenemos a nuestra disposición el Rey del Cielo y de la Tierra, listo a satisfacer todo y cualquier pedido.
——- Diácono Michel Six, EP
En una iglesia de Roma, al fin del siglo XVI, el sacerdote termina de celebrar la Misa y sale apresuradamente de la sacristía. Camina por la calle a pasos rápidos, impelido por importantes ocupaciones de su ministerio. No sin gran sorpresa, percibe que sus dos acólitos, revestidos aún de túnica y sobrepelliz lo alcanzan y se ponen a su lado, portando cada uno una vela encendida… los transeúntes abren alas, con respeto, como para el paso del Santísimo Sacramento.
– Que están haciendo? – preguntan a los jóvenes.
– El padre Felipe nos mandó seguirlo!
El ministro de Dios enseguida comprende su falta. Recogido y contrito, regresa a la iglesia para hacer la acción de gracias, siempre seguido por los monaguillos con sus velas encendidas, que indicaban a todos la presencia de la Sagrada Eucaristía…
De este modo inequívoco, con trazos de amabilidad, el fundador de la Congregación del Oratorio, San Felipe Neri, procuraba advertir a sus padres de la suma importancia de hacer con respetuoso recogimiento la acción de gracias después de la Sagrada Comunión.
Ahora, lo que el Santo florentino veía y lamentaba en su época, lo vemos también nosotros, "mutatis mutandis", en el siglo XXI: muchas veces, aún personas bien intencionadas descuidan el período de acción de gracias, no dando la debida importancia a las Sagradas Especies que acaban de recibir.
Es al propio Cristo que recibimos
Para que mejor comprendamos la inefable gracia que recibimos al comulgar, es imprescindible recordarnos que es el propio Dios, en cuerpo, sangre, alma y divinidad, que penetra en nuestro interior. La sagrada hostia que el sacerdote nos entrega en nada se diferencia de las que adoramos en el tabernáculo o en el ostensorio. Por eso, algunos teólogos no dudan en afirmar que podríamos arrodillarnos delante de quien acabó de comulgar, como lo hacemos delante del sagrario, una vez que Dios está realmente presente tanto en uno cuanto en el otro.
Recordando esta verdad, el Papa Benito XVI inicia su Exhortación Apostólica Post-Sinodal «Sacramentum Caritatis» diciendo: "Sacramento de la caridad, la Santísima Eucaristía es la donación que Jesucristo hace de si mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre". Más adelante, en el mismo documento, nos aconseja que "no sea abreviado el tiempo precioso de acción de gracias después de la Comunión» y resalta la conveniencia de que permanezcamos recogidos en silencio durante ésta.
En la Última Cena, Cristo declaró a los Apóstoles que había deseado ardientemente darles su cuerpo y su sangre como alimento espiritual (cf. Lc 22, 15-20). Así como se dio a ellos en aquella ocasión, se nos da en cada Santa Misa, con un deseo de visitarnos mayor que nuestro deseo de recibirlo. Cómo, pues, no aprovechar esos instantes de intimidad en los cuales tenemos a Dios presente, de hecho, en nuestro corazón?
"Tú te transformarás en mi"
La palabra griega ?????????? – Eucaristía – significa "acción de gracias". Al usar este término, los cristianos evocamos el momento en que Nuestro Señor "dio gracias" (Mt 26, 27) e instituyó este inefable sacramento que contiene en sí al propio Cristo, fuente de todas las gracias.
"Dios es la vida de nuestra alma, así como nuestra alma es la vida de nuestro cuerpo". Podría haber, entonces, mejor medio para un cristiano obtener las fuerzas necesarias para sus luchas cotidianas, que participar de la Sagrada Eucaristía, alimentando su alma con la presencia del propio Dios?
Hay, sin embargo, una importante diferencia entre la nutrición física y la espiritual, muy bien sintetizada por un célebre teólogo dominico francés: "la asimilación sobrenatural que resulta de la nutrición Eucarística se hace, por así decir, en sentido inverso a la asimilación natural, en virtud de la ley que rige toda y cualquier transformación, pues ésta debe hacerse de una naturaleza inferior a una naturaleza superior".
En otros términos, cuando ingerimos un alimento natural, lo incorporamos a nosotros, transformando su substancia en nuestra propia carne. Debemos considerar que, cuando recibimos la Sagrada Hostia se da exactamente lo contrario: somos asumidos por Cristo que es Dios y, por lo tanto, de naturaleza infinitamente más noble, elevada y superior a la nuestra.
Al comulgar, somos, como que, "Cristificados". Por tal motivo, San Agustín, en sus Confesiones, imagina al propio Dios diciéndonos: "Soy manjar de los grandes: crece y me comerás. Ni tú me mudarás en tí, como el manjar de tu carne, sino que tú te mudarás en Mi".
La Eucaristía fortalece la caridad y nos aparta del pecado
Si, conforme enseña el Catecismo de la Iglesia Católica, "recibir la Eucaristía en la comunión trae como fruto principal la unión íntima con Cristo Jesús", no es ese el único efecto que ella produce en nosotros. El sacramento eucarístico, además de unirnos al cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia, separa del pecado a quien lo recibe, pues "la Eucaristía no puede unirnos a Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de los pecados cometidos y sin preservarnos de los futuros".
En efecto, explica el Catecismo, así "como el alimento corporal sirve para restaurar la pérdida de las fuerzas, la Eucaristía fortalece la caridad que, en la vida diaria, tiende a enfriarse; y esta caridad vivificada borra los pecados veniales. Al darse a nosotros, Cristo reaviva nuestro amor y nos torna capaces de romper los lazos desordenados con las criaturas y de enraizarnos en Él".
También, "por la misma caridad que enciende en nosotros, la Eucaristía nos preserva de los pecados mortales futuros. Cuanto más participamos de la vida de Cristo y cuanto más progresamos en su amistad, tanto más difícil es separarnos de Él por el pecado mortal".
"No os olvidéis de la visita regia de Jesús"
Ahora, cómo proceder interiormente después que hemos recibido en nuestro interior tan sublime dádiva? Qué decir al Redentor que, en cuanto no se deshacen las sagradas especies, permanece a nuestra disposición en nuestro interior?
Famoso por su piedad eucarística, San Pedro Julián Eymard , nos aconseja en su Directorio para la acción de gracias, permanecer un instante en quietud enseguida después de recibir la sagrada hostia, adorando silenciosamente y con el alma postrada delante del Altísimo, en señal de escucha y atención. Pasado ese primer período, aconseja él aplicarnos l a la acción de gracias propiamente dicha, que debe comenzar por un acto de adoración a Jesús en el trono de nuestro corazón, ofreciéndole, como señal de absoluta sumisión, las llaves de nuestra morada interior, afirmándonos verdaderos siervos de Él, en preparación perpetua para agradarlo en todo.
Propone San Pedro Julián que enseguida manifestemos nuestro agradecimiento a Jesús Sacramentado por la inmensa e inmerecida honra que nos hace con esta visita. "Invitad sus ángeles y santos, así como su divina madre, para que por vosotros alaben, bendigan y agradezcan a Jesús. Uníos a las acciones de gracias de la Santísima Virgen, tan amorosas, tan perfectas y por ellas agradeced".
Enseguida conviene hacer un acto de contrición y reparación: "Llorad a sus pies vuestros pecados, cual otra Magdalena. […] afirmadle vuestra fidelidad y vuestro amor; sacrificadle vuestras afecciones desarregladas […]. imploradle la gracia de nunca más ofenderlo; protestad que prefieres cien veces la muerte al pecado".
Hecho eso, ha llegado el momento del pedido, durante el cual rogaremos a Jesús que nos obtenga todo cuanto necesitamos: que reine en nuestro interior y en el mundo entero; por nuestras necesidades y por nuestras familias; por el Papa, por nuestro Obispo y nuestro párroco; por toda a Santa Iglesia, para que vengan vocaciones sacerdotales y religiosas; por la evangelización; por nuestro progreso en la vida espiritual, por la santidad de vida, por el umento del fervor, por la conversión de los pecadores…
No ahorremos pedidos ni recelemos incomodarlo, pues durante la acción de gracias, afirma San Pedro Julián: "Jesús está dispuesto a daros su propio Reino; le agrada poder expandir sus beneficios". Durante el día, concluye el Santo, "sed cual vaso lleno de un precioso perfume, cual santo que pasó una hora en el Cielo. No os olvidéis de la visita regia de Jesús".
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