En noviembre de 1976, la imagen peregrina de Nuestra Señora de Fátima, que algunos años antes había milagrosamente derramado lágrimas en Nueva Orleans, Estados Unidos, visitó Brasil.
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El Dr. Plinio pudo “convivir” durante largos períodos con la augusta visitante, contemplando con piedad filial aquellos ojos de donde había brotado el llanto milagroso.
Uno de los frutos de sus elevadas meditaciones, en esa ocasión, fue el artículo 1 cuyos extractos transcribimos a seguir.
¡Qué mirada! Ninguna es tan límpida, tan franca, tan pura, tan acogedora. En ninguna se penetra con tal facilidad. Sin embargo, también ninguna presenta profundidades que se pierden en un horizonte tan lejano. Cuanto más se camina dentro de esa mirada, más atrae hacia un indescriptible ápice interior y profundo.
(…)
Toda perfección – dice la Escolástica – resulta del equilibrio entre contrarios armónicos. De ningún modo es un equilibrio precario entre contradicciones flagrantes (…), sino una armonía suprema entre todas las formas de bien.
Es precisamente ese vértice en el cual todas las perfecciones se conjugan, el que veo erguirse en el fondo de esa mirada. Vértice incomparablemente más alto que las columnas que sustentan el firmamento. Vértice de lo alto del cual un imperativo cristalino, categórico e irresistible excluye toda forma de mal, por más leve y menudo que sea.
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Alguien puede pasar la vida entera caminando dentro de esa mirada, sin jamás tocar ese vértice. ¿Caminata inútil? No. Dentro de esa mirada no se anda, se vuela. No se pasea, se peregrina.
Aquella montaña sagrada, síntesis de todas las perfecciones creadas, el peregrino, sin jamás alcanzarla, la ve cada vez más claramente a medida que vuela en dirección a Ella.
A lo largo de esta peregrinación del alma, la mirada en la cual vuela ya no sólo lo envuelve, sino que penetra en él. Cuando el peregrino cierra los ojos, juzga verla a la manera de una luz en lo más profundo de sí mismo. Tengo la impresión de que, si durante toda la vida él es fiel en ese vuelo, cuando cierre definitivamente los ojos, esa luz brillará en el fondo de su alma por toda la eternidad.
(…)
Sí, peregriné en esa mirada tan llena de sorpresas. E, inesperadamente, noto que al mismo tiempo la mirada peregrina dentro de mí. Pobre y misericordiosa peregrinación, no de esplendor en esplendor, sino de carencia en carencia, de miseria en miseria. Basta abrirme a ella que, para cada defecto me ofrece un remedio, para cada obstáculo una ayuda, para cada aflicción una esperanza.
1) “Folha de São Paulo”, 12.11.1976.
(Revista Dr. Plinio No. 188, noviembre de 2013, p. 5, Editora Retornarei Ltda., São Paulo)
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