Comentario al Evangelio – Domingo III de Cuaresma – ¿Hay bondad en el castigo? Parte I
Todo en Nuestro Señor era de perfección ilimitada. Ante aquella situación establecida de manera consuetudinaria a través de los tiempos, medias tintas no tendría ninguna utilidad para persuadir a quienes habían convertido el Templo de Dios en un auténtico bazar.
I – El Templo
“Y luego en seguida vendrá a su templo el Señor a quien buscáis, y el Ángel de la alianza que deseáis. He aquí que llega, dice el Señor de los ejércitos, y ¿quién podrá soportar el día de su venida? ¿Quién podrá mantenerse firme cuando aparezca? Porque será como fuego de fundidor y como lejía de batanero, y se pondrá a fundir y purificar, y a purgar a los hijos de Leví, y los acrisolará como al oro y la plata” (Mal 3, 1b-3a).
Así profetiza el Espíritu Santo, por pluma de Malaquías, sobre al inauguración del ministerio de la predicación oficial del Mesías. O sea, Él debía empezar en el Templo ubicado en la ciudad de Jerusalén.
Por esta revelación quedaba claro, para quienes tuvieran un espíritu bien dispuesto, que el surgimiento del Rey esperado por los judíos no debería ser notado en la manifestación de un poder político o financiero (supremacía sobre todos los pueblos o exención de impuestos) sino a través de una patente acción santificadora. Pues Él iría al Templo para purificar y refinar a los hijos de Leví.
Según el relato de San Juan, el milagro de las Bodas de Caná se había dado poco antes, tras lo cual Jesús se dirigió a Cafarnaúm, donde se quedó algunos días junto a María y sus discípulos. El momento que había elegido para iniciar su misión pública era inmejorable; la Ciudad Santa y el Templo mismo desbordaban hombres y mujeres de todo Israel.
Si el pueblo hubiera aceptado con fervor la predicación del Precursor —“Yo soy la voz que clama en el desierto” (Jn 1,23)— estaría en condiciones de ver en la entrada de Jesús al Templo una señal inequívoca de la aparición del Mesías: “…para que ofrezcan al Señor —prosigue Malaquías— oblaciones en justicia. Entonces agradará al Señor la oblación de Judá y de Jerusalén, como en los días antiguos, los años de otrora” (Mal 3, 3b-4).
El Patio de los Gentiles
El conjunto de todos los edificios que constituían el Templo formaban un cuadrilátero de unos quinientos codos 1 a cada lado, protegido con murallas. Se ingresaba a través de ocho enormes puertas guarnecidas con torres de atalaya. En su interior había tres patios especialmente santos: el de los sacerdotes, donde estaba el naos, una construcción también cuadrada en mármol blanco y revestimiento de oro, ubicada en el ángulo noreste; el patio de los hombres y a continuación el de las mujeres.
Rodeando a estos tres patios existía un gran espacio delimitado por columnas, llamado Patio de los Gentiles o de los Paganos, única parte abierta a los no judíos. Ahí, con el tácito consentimiento de las autoridades del Templo, se habían instalado las bancas de cambio y un verdadero mercado.
En contraste a los otros tres, considerados sagrados, este último patio asumió el carácter de una especie de bazar oriental. En él se vendía sal, aceite, vinos, palomas —que las mujeres ofrecían para purificarse—, ovejas e incluso becerros para sacrificios de mayor porte. Se cambiaban también las monedas extranjeras —griegas o romanas, por ejemplo— por la sagrada, con la cual se pagaba el impuesto fijado por el Señor para la manutención del Templo (cf. Ex 30, 13-16).
Dígase además que el Patio de los Gentiles facilitaba el acceso a los demás, ya que quien no lo usaba como atajo, estaba forzado a dar la vuelta en la esquina del Templo. Así, un espacio que debería tener cierto aire sagrado acabó convertido en una agitada “cueva de ladrones”.
Se oficializa la misión del Mesías
El Templo era el punto de referencia con más denso simbolismo religioso, e incluso nacional, de Israel. En toda la nación no había nada más santo. Aquel sitio había sido elegido por el mismo Dios para convivir con el pueblo elegido. Por estas y otras razones, ningún judío se consolaría de llegar a la hora de su muerte sin haber pasado antes por sus pórticos, corredores y edificios para rezar y ofrecer sacrificios. Aún en la actualidad, el gran sueño de los israelitas consiste en poder encontrarse frente a esas ruinas para tocarlas, besarlas, bañarlas con sus lágrimas y, así, robustecer sus esperanzas.
Cruzando el umbral de una de las ocho puertas exteriores se entraba al enorme Patio de los Gentiles, abierto a todos: judíos o paganos, ortodoxos o herejes, purificados o impuros. Para acceder al patio exclusivo de los judíos a partir de este sitio existían trece puertas, y frente a cada una de ellas una columna con inscripciones prohibiendo, bajo pena de muerte, la entrada a personas indignas.
Aquí, en estos patios, sucedieron muchas de las escenas de la vida pública de Nuestro Señor. La misión del Mesías se oficializa justamente en el episodio narrado por San Juan en el Evangelio de hoy. Hasta este día el Señor frecuentaba el Templo como un judío más, sin emitir juicio alguno acerca de la conducta de las autoridades locales.
II – Jesús expulsa a los mercaderes
Estaba próxima la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén.
Con motivo de las grandes fiestas, especialmente en la celebración de la Pascua, Jerusalén veía llenarse sus rutas con judíos oriundos de todas partes.
Jesús también cumplía los preceptos de la Ley, pero con una postura espiritual muchísimo más elevada que la de todos los otros judíos, como lo comenta Orígenes: “…quería también manifestar la diferencia que hay entre la Pascua de los hombres, esto es, la de aquellos que no la celebran conforme a la voluntad o propósito de la Sagrada Escritura, y la Pascua divina o verdadera, que se verifica en espíritu y en verdad; y para distinguir la divina, dice ‘la Pascua de los judíos’ […]. El Señor nos dio ejemplo al respecto del gran cuidado que debemos tener con el cumplimiento de los preceptos divinos”.
2 Según Bossuet, “deberá Jesucristo presentarse en el Templo, no solo para tributar a Dios el culto supremo, sino, además, en calidad de hijo , ‘como hijo de la casa’ (Hb 3, 6), para poner orden en todo lo que el Padre que le enviaba le había prescrito”. 3
Y San Beda añade: “Cuando el Señor vino a Jerusalén, se dirigió en seguida al templo a orar, dándonos ejemplo de que cuando lleguemos a algún punto donde hay templo de Dios, debemos dirigirnos primero a Él y hacer oración”. 4
El recinto sagrado fue transformado en bazar
Se encontró en el Templo con los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y con los cambistas sentados.
Además de la muchedumbre que circulaba por el Templo como era común y corriente en las grandes fiestas, Jesús se deparó una vez más con un tumulto y una ruidosa agitación. Los cambistas gritaban ofreciendo “un buen negocio”: moneda sagrada a cambio de monedas extranjeras, que no podían usarse ahí; y de esta forma despreciaban la Ley y creaban un tráfico intolerable.
El vocerío de las discusiones sobre el valor de tales o cuales monedas no era la única sonoridad desacralizante. Los animales —¡verdaderos rebaños!—, corderos, ovejas, bueyes y toros sumaban sus mugidos a los pregones de los vendedores, sin contar la tonalidad más aguda de las aves, gorriones y palomas, que ofrecían su contribución a esa cacofonía chocantemente contraria a un ambiente de esencia sagrada. Tampoco quedaba afuera la famosa, interminable y múltiple discusión entre fariseos y saduceos.
Es fácil imaginar cómo el interés de lucro por parte de los mercaderes, y de economía por parte de los compradores, corromperían el espíritu religioso, elevado y recogido con que los peregrinos deseaban ingresar al Templo de Dios. Así, aquel edificio destinado a la oración y el sacrificio fue transformado en una feria de escandalosos y revoltosos abusos, en un mercado profano y vulgar.
“Jesús entra en el templo, que es aquí el atrio de los gentiles, en contraposición al resto del mismo, como se ve por el comercio en él establecido. Sin embargo, por la proximidad al santuario, los rabinos prohibían, más teórica que prácticamente, el utilizar su paso como un atajo o en forma menos decorosa. ‘No se ha de subir al templo con bastón, o llevando sandalias o la bolsa, ni aun el polvo de los pies. No se debe pasar por el templo como por un atajo para ahorrar el camino’.8 Precisamente esto último es un detalle que también conservará Marcos (v. 16). Pero, a pesar de estas ideales medidas preventivas de la santidad del templo, ésta no se respetaba, pues se llegaba a verdaderas profanaciones en el recinto sagrado”. 5
Acto de santa ira en un temperamento perfecto
Y haciendo de cuerdas un látigo expulsó a todos del Templo, con las ovejas y los bueyes; tiró las monedas de los cambistas y volcó las mesas. Dijo entonces a los vendedores de palomas: ‘¡Quitad esto de aquí! No hagáis de la casa de mi Padre una casa de negocios’.
Jesús ya había observado en otras ocasiones esa profanación, verdadero espectáculo de profundas consecuencias tendenciosas y revolucionarias: el Templo no era ya una casa de oración, se había transformado en un bazar. Las otras veces sufrió en silencio, conteniendo su indignación, pero ahora llegaba el momento de intervenir.
Jesús es Dios y completamente Hombre, con personalidad divina. Más adelante Él lloraría ante Jerusalén, como también por la muerte de Lázaro; serían lágrimas representativas de su misericordia, bondad, ternura y amor. Aquí, Él empuña el látigo de la cólera, venganza y justicia. Ambos extremos denotan la perfección insuperable de su temperamento.
Se trató de un acto de santa ira. La cólera es, por sí misma, una pasión del apetito irascible, neutra, es decir, ni buena ni mala. Será buena si se adecua a la razón; de lo contrario, será mala. En Cristo Jesús todas las pasiones fueron siempre ordenadas y buenas. En concreto, en el caso del Evangelio de hoy, no podría atribuirse jamás el carácter de pecado a ese acto suyo de venganza, pues muy al contrario, consistió en la práctica de la virtud de celo en grado heroico. Jesús, con tal actitud, procuró reprimir los abusos y ofensas contra su adorado Padre. 6
Temamos la indignación del Señor
En sus Meditaciones de la vida de Cristo, San Buenaventura realiza el siguiente comentario de este mismo pasaje: “Dos veces arrojó del templo el Señor a los que compraban y vendían (cf. Jn 1; Mt 21), lo cual se cuenta como uno de sus mayores milagros. Pues aunque otras veces le vilipendiaban, sin embargo, en esta ocasión todos huyeron delante de Él, y aun cuando eran muchos, no se defendieron, y Él solo los arrojó a todos, sin otra arma que unos cordeles. Todo lo cual hizo mostrándoseles con rostro terrible. La causa porque los arrojó fue porque con sus compras y ventas deshonraban al Padre exactamente en el lugar donde debía ser más honrado; y el Señor, encendido por un celo ferviente de la casa de Dios, no pudo sufrir aquellos desórdenes. Considéralo bien, y compadécete de Él, porque está lleno de dolor y de compasión. Tampoco dejes de temerle, porque si nosotros, que hemos sido elegidos para templo y morada de Dios por una grande y especial gracia suya, nos ocupamos y mezclamos en negocios de seglares, como lo hacían aquellos mercaderes, estando obligados a atender siempre a las alabanzas de Dios, con razón podemos y debemos temer su indignación, y que seamos echados afuera. Si no quieres ser atormentado por este temor, no te atrevas por razón alguna a entrometerte en los cuidados y negocios seculares. No te ocupes tampoco en hacer obras curiosas, que roban el tiempo debido a las alabanzas de Dios, y que pertenecen a las pompas mundanas”.7
En Nuestro Señor todo era de una perfección ilimitada. Ante aquella situación establecida de manera consuetudinaria a través de los tiempos, medias tintas no serviría de nada para persuadir a los infractores. Debemos volver al infalible principio: si éste fue el proceder de Jesús, nada podría ser mejor. Argumentos lógicos, racionales y colmados de suavidad no se impondrían nunca en tales circunstancias.
Es mejor corregirse al ser azotado
San Agustín, en su incansable celo por las almas, saca de este episodio una sabia aplicación a la vida espiritual:
“El Señor no los libró. El que después sería flagelado por ellos, los flageló primero. Hermanos, el Señor hizo un látigo con cuerdas y azotó a los indisciplinados que negociaban en el templo de Dios, y en esto hay algo simbólico.
“Cada cual teje para sí una cuerda con sus pecados. Ya lo dijo el Profeta: ‘Ay de vosotros, que arrastráis la iniquidad como largas cuerdas’ (Is 5,18). ¿Quién hace esa cuerda? El que a un pecado agrega otro. ¿Cómo se juntan entre sí los pecados? Cuando se encubren los pecados hechos con pecados nuevos.
“Quien hurtó acude a consultar un adivino para no ser descubierto como autor del hurto. Ya es bastante que se lo tenga por ladrón, ¿para qué agregar al pecado otro más? Cometió dos pecados. Como se le ha prohibido consultar al adivino, blasfema de su obispo… Cometió tres. Cuando éste lo expulsa de la Iglesia, dice: ‘Pues entonces me voy con los donatistas’… Cometió cuatro. La cuerda va creciendo. Es motivo de temor. Mejor es que se corrija cuando es azotado, para no escuchar al final esta sentencia: ‘Atadlo de pies y manos y arrojadlo a las tinieblas exteriores’ (Mt 22,13).
“‘Cada uno es atado con las cadenas de sus pecados’ (Pr 5,22). Lo dice el Señor y lo dice otro libro de la Escritura; en todo caso, siempre es el Señor quien lo dice. Los hombres son atados con sus pecados y lanzados a las tinieblas exteriores” 8.
Una hazaña más grande que convertir agua en vino
Esa actitud de Jesús debió encantar a muchas personas, no sólo entonces sino también a lo largo de los tiempos. Verlo proceder con intransigencia contra los comerciantes, por más que de cosas santas, dentro de los límites del Templo, perjudicando con ello la devoción de peregrinos y fieles, ciertamente despertó simpatías. La osadía de alguien que se levanta contra los abusos siempre arrebata aplausos del alma popular. Además, no debe extrañarnos que reaccionara así el mismo que inspiró el himno Quam suavis, como pondera Orígenes:
“Consideramos también, no nos parezca cosa enorme, que el Hijo de Dios preparó una especie de látigo de las cuerdas que había recogido para arrojar del templo. Para explicar esto, nos queda una poderosa razón: el divino poder de Jesús, que cuando quería podía contrarrestar la furia de sus enemigos, aun cuando fuesen muchos, y apagar el fuego de sus maquinaciones; porque el Señor disipa las determinaciones de las gentes y reprueba los pensamientos de los pueblos. La historia presente nos demuestra que no tuvo un poder menos fuerte para esto que para hacer milagros; además, que es mayor este hecho que el milagro de haber convertido el agua en vino, porque allí había una materia inanimada, pero aquí se desbaratan los tráficos de muchos miles de hombres.” 9
El celo de Jesús despierta la simpatía del pueblo
Se acordaron sus discípulos que está escrito: ‘El celo de tu casa me consume’ (Sal 68, 10).
Un varón apenas conocido, apoyado exclusivamente en sus propios recursos y fuerzas, sin ejercer cargo oficial alguno, imponiéndose con tanto vigor, energía e intransigencia para expulsar a los vendedores con sus animales y posesiones, infundiendo miedo y respeto a la multitud, a los guardias y a los propios magistrados del Templo, no hace sino traslucir un poder divino. Aquél sólo podía ser un profeta, un reformador, el Mesías.
Lo que desacredita a un hombre lleno de ira es verlo actuar como quien perdió el control de sí mismo, y por eso se vuelve un bruto. En la escena presente, en cambio, Jesús se mantiene todo el tiempo con plena majestad, dueño de Sí, asumiendo la actitud de un Hombre que tiene su Alma en la visión beatífica de Dios. Se trata de un celo inflamado por un amor total a Dios. Aquel celo verdadero que, como afirma Alcuino, “cuando tomado en buen sentido, es cierto fervor del alma en que ésta se enciende, prescindiendo de todo respeto humano, por la defensa de la verdad”. 10
No sería de extrañar que el pueblo recibiera con simpatía este atrevimiento del Señor. La actitud valerosa e intrépida, sobre todo cuando es justa y religiosa, estimula el aplauso general; de ahí que los cuatro discípulos, al presenciar el triunfo de Jesús, se hayan sentido sorprendidos de comprobar que la bondad del Divino Maestro poseía un armonioso extremo opuesto.
Pero al mismo tiempo que los discípulos veían en dicha actitud la realización de una antigua profecía, y con esto crecían en su fe, los judíos racionalizaban y objetaban.
¿Hay bondad en el castigo? Parte II
1 Unos 250 metros 2 In AQUINO, Sto. Tomás de – Catena Aurea, in Jo. 3 OEuvres Choisies de Bossuet. Versailles: L’Imprimerie de J. A. LEBEL, Imprimeur du Roi, 1821, vol. II, p. 130. 4 In AQUINO, Sto. Tomás de – Catena Aurea, in Jo. 5 Berakoth 9.5; cf, STRACK-B. Kommentar II p. 27. 6 TUYA, O.P., Manuel de – Biblia Comentada, BAC Madrid 1964, vol. II p. 1015. 7 Cf. Suma Teológica I-II q. 28, a. 4. 8 BUENAVENTURA, San: Meditaciones de la vida de Cristo. Librería Editorial Santa Catalina, Buenos Aires, pp. 159-160. 9 Evangelio de S. Juan comentado por S. Agustín – Gráfica de Coimbra, 1954 vol. I, pp. 264-265. 10 In AQUINO, Sto. Tomás de – Catena Aurea, in Jo. 11 In AQUINO, Sto. Tomás de – Catena Aurea, in Jo. 12 In AQUINO, Sto. Tomás de – Catena Aurea, in Jo. 13 CRISÓSTOMO, S. Juan, in Aquino, Sto. Tomás de – Catena Aurea, in Jo. 14 GOMÁ Y TOMÁS, Card. Isidro – El Evangelio explicado – Ediciones Acervo, Barcelona, 1966; vol. I pp. 386-387 15 Evangelio de S. Juan comentado por S. Agustín – Gráfica de Coimbra, 1954, vol. I p. 272. 16 TUYA, O.P., Manuel de – Biblia Comentada, BAC Madrid 1964, vol. II p. 1026. 17 GOMÁ Y TOMÁS, Card. Isidro – El Evangelio explicado – Ediciones Acervo, Barcelona, 1966; vol. I p. 387. 18 In AQUINO, Sto. Tomás de – Catena Aurea, in Jo. |
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