Debemos aprovechar nuestras faltas para aumentar nuestra confianza en la misericordia de Dios. Parte 2

Publicado el 07/20/2022

La alegría y el honor que el enfermo proporciona al médico a quien le confía sus llagas y su confianza en la curación, es la misma que el pecador le proporciona al Jesús, Divino Samaritano, ofreciéndole sus pecados para que los cure.

José Tissot

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4. Si David empleaba ya este lenguaje con el Dios de los ejércitos, con cuanta más confianza no deberemos nosotros emplearlo con el Verbo encarnado para salvar a los pecadores, con Aquel que quiso desposarse con nuestra naturaleza ut misericors fieret (Heb 2, 17), para dar mayor amplitud y más generosidad a su misericordia. Bossuet no vacila en decir: «Siendo Jesucristo, como Hijo de Dios, la santidad por esencia, aunque le es muy agradable ver a sus pies a un pecador arrepentido, sin embargo ama con mayor amor a quien no a perdido nunca su inocencia… Pero tomó otros sentimientos por amor nuestro, cuando se hizo nuestro Salvador. Dios prefiere a los inocentes; pero debemos regocijarnos, cristianos, porque el Salvador misericordioso vino a buscar a los pecadores; para los pecadores fue enviado»[1]. «Su vocación es ser Salvador», dice San Francisco de Sales[2].

Dios nos libre de decir exageraciones o paradojas; pero involuntariamente acuden a nuestra memoria las palabras de un obispo a unos misioneros que se lamentaban de los pecados con que se tropezaban en su ministerio: «¿Cuál sería vuestra razón de ser si no hubiera pecadores?» Permitid que os os repitamos, Salvador nuestro Jesucristo, Sacerdote eterno: ¿Cuál sería la razón de ser de vuestra vida mortal y de vuestros inauditos sufrimientos, y para qué servirían vuestros sacramentos y vuestra Iglesia, si no hubiera pecados que perdonar? ¿Qué haríais de vuestra misericordia, si no hubiera miserables?

La alegría y el honor que el enfermo proporciona al médico a quien le confía sus llagas y su confianza en la curación, es la misma que el pecador le proporciona al divino Samaritano, ofreciéndole sus pecados para que los cure.

Si bien Dios ha sido ofendido por la falta, el Salvador es glorificado por el perdón, que la destruye. Verdaderamente que parece, a juzgar por los favores con que inunda a los pródigos que a El vuelven, que quiere darles las gracias por haberle proporcionado la ocasión de satisfacer sus deseos y las necesidades de su clemencia. «¡Ea, pues, alma mía! Si estás enferma, te pido por favor que no tengas miedo de acudir al Médico; por el contrario, ve con tanta más confianza cuanto que ha sido por ti, por venir a ti, por o que salió de su tálamo nupcial y ha marchado con pasos de gigante desde las alturas del Cielo (Salm 18). Ha venido para librarte de la enfermedad del pecado, porque sabía que el médico es necesario a los enfermos y no a los que están sanos (Mt 9, 12). ¡Locura funesta la de los pecadores que sacan motivos para huir del médico, de aquello mismo que debería darles más confianza para acudir a él! ¡Insensato el que tiene miedo de encontrar un enemigo indignado en Aquel que vino para curarle!»

El impío huye sin que nadie le persiga (Prov 28, 1). Es extraño que una persona huya sin que nadie la persiga; pero más extraño todavía es que el impío huya, cuando no sólo nadie le persigue, sino que la misma bondad divina lo está llamando, corre tras él para ofrecerle su misericordia, para ofrecerle el remedio de sus males, prometiéndole que le dará todo lo que pida para su eterna salvación.

Sagrado Corazón de Jesús

Las apariciones y las revelaciones [del Sagrado Corazón de Jesús] en Paray-le-Monial proyectan una luz suave y encantadora sobre estos pensamientos.

Un piadoso religioso dijo: «Después de la venida de nuestro Señor Jesucristo, la confianza es la virtud propia de los pecadores»; pero después de que el Corazón de Jesús se manifestó al mundo, esta confianza puede llegar hasta los límites de la audacia. ¿No es este Corazón divino el que respondió a la lanzada de Longinos derramando sobre él no sólo el perdón, sino la santidad y la gracia del martirio?

¿No alimenta este Corazón a los pecadores con la sangre que ellos hacen derramar, como el pelícano alimenta a sus polluelos en su propio costado, que ellos le abrieron[3]. ¿No quiso ser abierto, como dice San Vicente Ferrer, para mostrar a los culpables la fuente misma del perdón? ¿No es este mismo Corazón el que, desde el Sagrario, grita a todos: Venid a mí todos los que estáis agobiados, y Yo os aliviaré (Mt 11, 28)? ¿No está devorado por una sed insaciable de perdonar y de curar, y no apagamos esa sed suya llevándole nuestras faltas para que las perdone?

5. Es de observar que las almas iniciadas en los suaves secretos del Corazón de Jesús, se han convertido en os más celosos apóstoles de la confianza que debe tener el pecador y del arte de aprovechar nuestras faltas.

En la vida de Santa Gertrudis hay muchos ejemplos, y Santa Margarita María repite con frecuencia: «El Corazón de Jesús es el trono de la misericordia, donde los mejor recibidos son los miserables, con tal que el amor les acompañe en el abismo de sus miserias. Cuando cometáis faltas, no os perturbéis por ello, porque esa inquietud y el excesivo apresuramiento alejan de nuestras almas a Dios y echan a Jesucristo de nuestro corazón; pidiéndole perdón, roguemos a su Sagrado Corazón que satisfaga por nosotros y nos vuelva a la gracia de su divina Majestad. Hablad entonces con confianza al amabilísimo Corazón de Jesús: Pagad por vuestro pobre esclavo y reparad el mal que acabo de hacer. Transformadlo en gloria vuestra y en edificación del prójimo y salvación de mi alma.

De esta forma, nuestras faltas nos sirven algunas veces mucho, para humillarnos y darnos cuenta de lo que somos, y hasta qué punto nos es provechoso estar escondidos en el abismo de nuestra nada. »Después de haberos humillado, volved a comenzar de nuevo, a ser fiel, porque al sagrado Corazón le gusta esta manera de obrar que mantiene la paz en el alma.»

Retrato de San Claudio de la Colombiére, confesor de Santa Margarita María de Alacoque, vidente del Sagrado Corazón de Jesús. San Claudio siempre apoyó a la santa y tuvo que sufrir muchas persecuciones y afrentas por causa de la difusión de esta devoción

Reproduciremos un párrafo de una carta de San Claudio de la Colombiére a un alma abrumada bajo el peso de sus faltas: »Si yo estuviese en vuestro lugar, me consolaría así: diría a Dios con gran confianza: Señor, ved aquí un alma que está en el mundo para que ejercitéis vuestra admirable misericordia, y para hacerla brillar ante el Cielo y ante la tierra.

Otras almas os glorifican con su fidelidad y su constancia, haciendo ver la eficacia de vuestra gracia, lo dulce y lo liberal que sois para quienes os son fieles; yo os glorificaré dando a conocer lo bueno que sois para los pecadores, y que vuestra misericordia es superior a toda la maldad, que nada es capaz de agotarla, que ninguna recaída, por vergonzosa y criminal que sea, debe hacer que un pecador se desespere de obtener el perdón.

Os he ofendido gravemente, amable Redentor mío, pero más os ofendería si os hiciera el horrible ultraje de pensar que no sois lo bastante bueno para perdonarme. Vuestro enemigo y el mío me tiende cada día nuevos lazos, pero será en vano, porque me hará perderlo todo menos la esperanza que tengo en vuestra misericordia; aunque cayera cien veces, aunque mis crímenes fueran cien veces más horribles de lo que son, seguiría esperando en Vos.

Después de esto, me parece que no me costaría trabajo nada de lo que pudiera hacer para reparar mi falta y el escándalo que hubiera dado…, luego volvería a empezar a servir a Dios con mayor fervor que antes, y con la misma tranquilidad que si nunca le hubiese ofendido»[4].

»La venerable Madre María Sales Chappuis, cuya ocupación, según ella misma decía, era «sondear el Corazón de Dios», no dudaba en decir:

«Aunque cada vez que respiramos cayésemos en una falta, si otras tantas veces nos volvemos a Dios para volver a comenzar, nuestras caídas no nos dañarían. El Señor mira menos las faltas que el provecho que sacamos de ellas, si las empleamos para humillarnos ante El y hacernos pequeños, bondadosos.

Entonces no perjudican nada, ni debilitan su voluntad hacia nosotros. Es una gracia muy grande para un alma conocer sus propias faltas; este conocimiento le hace descubrir la bondad de Dios y el precio de los méritos del divino Salvador.»

Tomado del libro El arte de aprovechar nuestras faltas, parte 2, Cap. 3, n°4-5.

Notas

[1] Primer sermón sobre la Natividad de la Santísima Virgen

[2] Sermón para el Viernes Santo.

[3] Himno Adoro te devote.

[4] Carta 89.

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