El combate personal para mantener la pureza. Parte 2

Publicado el 06/04/2022

En un ataque hay que considerar, no solamente la violencia del ataque en sí, sino también el grado de resistencia. Aun siendo poco formidable el asalto, caerá, sin embargo, el fuerte, si la muralla está resquebrajada y deteriorada.

Padre Georges Hoornaert, S.J

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4. Elemento de relatividad: el estado general del sujeto

El deseo de las cosas sensuales es influenciado por el estado de todo el organismo. Todas las causas de debilidad pueden atenuar el deseo y todas las causas de excitación pueden estimularlo.

La actividad total influye sobre la actividad especial que aquí tratamos. Es así que los colegiales durante sus previas y los académicos durante la preparación de sus exámenes se sienten más tentados.

Entre las causas que directa o indirectamente llevan a la lascivia, están en primer lugar las que actúan sobre el sistema nervioso. Es algo evidente.

El placer sensual es de origen nervioso y el centro genético está situado en la médula espinal a la altura de la cuarta vértebra lumbar.

La consecuencia es lógica: con mucha facilidad la excitación nerviosa difusa se concreta y se resuelve en sensaciones lúbricas, ya que éstas se originan en el sistema nervioso

¿Acaso puedes entrever todas las consecuencias de este principio en una época en la que se multiplicaron las causas que aturden y desconciertan nuestra delicada máquina nerviosa?

En nuestros tiempos, la reserva energética está casi siempre deficiente.

Pues bien, tanto la depresión nerviosa como la exaltación mórbida, es decir, ya sea la deficiencia como el exceso es lo que nos da la explicación de tales tentaciones. ¿Cómo?

Porque el sistema nervioso de un tal sujeto es un acumulador que bruscamente se descargó, una batería , una pila que ya no tiene más acción

Estos sujetos débiles ya no disponen de más energías para resistir: el poder y el querer ya no coexisten en ellos. La voluntad que en ellos ejerce un papel inhibitorio se asemeja a un freno que no funciona más.

Refiriéndose a estos pobrecillos anémicos y débiles, decía un profesor de teología moral: la cura no ha de ser tan solo moral: conviene aconsejarles la carne y el vino. ¿Esto les sorprende?

Santa Teresa de Jesús con la gran humildad y sutileza que la caracteriza, escribía: “hay días en los cuales me siento tibia, pero examinándome bien, veo que es por estar indispuesta por no haber tenido una buena digestión. Otros días me siento fervorosa: pero examinando bien la causa, noto que he estado mejor por haber tenido una buena digestión y un buen sueño”.

Pues bien, ¿si una Santa Teresa se sentía así, qué decir del común de los mortales?

El ser humano es un compuesto indivisible de alma y cuerpo. En él, estas dos realidades se funden en una unión, no solamente íntima, sino también sustancial.

De todo esto, fácilmente se deduce lo siguiente: generalmente el pleno dominio de la voluntad presupone ciertas condiciones de salud, de equilibrio psíquico.

5. Elemento de relatividad: las circunstancias exteriores

No vivimos simplemente bajo la dependencia de los elementos intrínsecos que acabamos de enunciar (temperamento, crisis, herencia, salud). También ejercen sobre nosotros una gran influencia las circunstancias exteriores, las cuales son tan numerosas y variedad que nos es imposible enumerarlas todas: ropas muy apretadas, la costumbre de mantener las manos en los bolsillos, la falta de aseo causante de erupciones cutáneas, ejercicios de gimnasia, a veces el simple cruzar de piernas, la dieta exclusiva de carnes cuando sería necesario alimentarse más de frutas y legumbres, los alimentos afrodisíacos como la langosta, etc. comidas muy condimentadas, el exceso de café muy cargado, de vino o licores consumidos sobre todo en la noche, etc.

También cabe notar la influencia del clima. Los habitantes de países tropicales son más propensos a la sensualidad que aquellos países donde domina el rigor del frío. Generalmente el calor es un estimulante y el frío un calmante.

Las estadísticas nos presentan un mayor número de crímenes pasionales en verano que en invierno.

6. Elemento de relatividad: «el sexo.»

En materia de castidad el chico, ordinariamente, tiene más tentaciones violentas (y por ende más méritos) que la chica. Se excita sexualmente más fácil y rápidamente, sobre todo por la vista y la imaginación. La chica lo es sobre todo por el tacto y el oído (caricias, palabras cariñosas…).

Manifestaciones de ternura que apenas pueden tener inconvenientes entre chicas, son muy perjudiciales entre los chicos.

Un mismo acto representa una gradación considerable en la excitación según que se tenga:

entre chicas;

entre chicos;

entre chico y chica,

Hablando en general, y teniendo en cuenta las excepciones, se puede decir que la pasión, al menos bajo su aspecto de ímpetu brutal, es más bien masculina que femenina.

¿Esto significa que la joven no sea sensible al amor? Lo es y en sumo grado.

Mas por otro aspecto: el de las manifestaciones afectuosas y cariñosas, el de la vanidad fascinadora que experimenta al sentirse halagada y admirada. Así se explica cómo la piropos sobre su hermosura la ponen roja de contento.

Toda su estrategia de mujer, todos sus ardides y astucias de palomita coqueta, ordinariamente no son manifestaciones de pasión propiamente dicha, sino del deseo de toda ambición femenina: agradar y sentirse amada.

Una joven hermosa puede desencadenar las más furiosas pasiones, sin ella haberse emocionado grandemente, por el simple placer de verse cortejada y deseada.

Se objetará, sin duda, que muchas jóvenes también cometen tropiezos. Pero estos casos muy a menudo podrán explicarse por causas bien diferentes de la pasión; la joven ha consentido por otros motivos: por la necesidad de cariño, de verse querida o de no ser rechazada, por ingenuidad (piensa que el joven la quiere de verdad y no quiere defraudarle), por curiosidad, por hastío, por imprudencia…

7. Elemento de relatividad: la edad

Este elemento es quizá el principal: por ello reservamos a este elemento el último lugar. La tentación no es como se podría imaginarun fenómeno desconocido de los niños, ni siquiera de los más pequeños

Esta inclinación existe en ellos, generalmente en estado latente. Está dormida y solo se despierta realmente en la pubertad.

A la gentileza del joven falta lo que debe completarlo para convertirlo en varón: las cicatrices del combate y la señal clara de la tentación. La hora llegará. Y llegará el instante en que la pureza —que para ustedes era la posesión tranquila de un bien— se convertirá en una noble conquista de esfuerzos y luchas…

Se produce en ellos, como que una perturbación, parecida a la que se da en un reino tranquilo, súbitamente alborotado por agitaciones internas. Si buscan sus gozos en esos desacuerdos profundos que los hacen oír sus sentidos hasta entonces dóciles a las bellas armonías de sus almas— únicamente conseguirán bien rápidamente la ruina.

La pubertad es, por tanto, como un segundo nacimiento a un mundo nuevo. El adolescente experimenta misteriosas emociones, la imaginación se ve envuelta en deseos de vagas aventuras; es el momento de los desvaríos y del romanticismo, de las lágrimas sin motivo y de los rubores súbitos. Más que nunca se siente el aguijón de las pasiones. La pureza cesa de ser inocencia, y pasa a ser virtud.

En lo físico el cuerpo también sufre profundas modificaciones.

Se deja de tener y cuerpo de un niño y se transforma en un cuerpo de hombre, tal como lo decía Chateaubriand: “Se va a dormir un niño y se despierta un hombre”.

En este momento se da un cambio en la voz, la aparición de vello, el despuntar en los labios del una sombra que el joven con aires de importancia llama de bigote y del cual tanto se ufana (No sentirá tanto gusto de él, cuando tenga que afeitarse cada dos días para verse más presentable).

Los fenómenos de la pubertad no son repentinos, sino, lentos, y normalmente se presentan en el hombre hacia los catorce años, y en la mujer hacia los doce. Pero pueden anticiparse en climas calurosos.

Los educadores bien saben con cuanta paciencia deben armarse para con los jóvenes que alcanzan esta erad crítica.

La pasión despertada en la pubertad se acrecienta en intensidad durante la juventud y el primer período de la edad madura; después disminuye lentamente, para atenuarse o para extinguirse enteramente en la vejez.

Tal es la curva normal: primero ascendente, luego descendente. Pero hay excepciones y anomalías, y no todos los casos caben en la misma ley simplista.

Una de las manifestaciones del paso a la edad adulta, es que la persona se vuelve menos idealista y más pragmática, en el mal sentido de la palabra.

A diferencia de la pasión sexual, la gula, por ejemplo, se acentúa ordinariamente con la edad.

Una conclusión importante, para ti joven, de todo esto, es que no conviene que retardes la enmienda de tus defectos o tus vicios para más tarde. La experiencia muestra que cuanto más se avanza en edad, más difícil resulta la conversión y la enmienda. Me refiero a la conversión misma y no a las circunstancias que hacen la virtud más fácil: disminución de pasiones, etc.

No digas: ¡más tarde!

Sin duda el joven es más tentado, pero se da cuenta de que se trata para él de una cuestión de vida o muerte; tiene más ímpetu y decisión natural; no está todavía familiarizado con el pecado, e incluso es más propenso a los escrúpulos (el ver pecado donde no lo hay).

Pero conforme los años pasan, el hombre fácilmente pierde la sensibilidad espiritual sino no se anda con cuidado, y a la vez que engorda de cuerpo, su espíritu se enflaquece, y no tiene ningún reparo en revolcarse cada vez más en goces groseros.

Es más difícil convertirse a los treinta años que a los veinte.

Es más difícil reformarse a los cuarenta años que a los treinta.

Es más difícil convertirse a los cincuenta años que a los cuarenta.

¿Cómo explicar ese fenómeno? Por el abuso de la gracia. Por los hábitos inveterados que se han contraído. El vicioso torna a su pecado como el alcohólico a la bebida. Las defensas espirituales se han debilitado. En un ataque hay que considerar, no solamente la violencia del ataque en sí, sino también el grado de resistencia. Aun siendo poco formidable el asalto, caerá, sin embargo, el fuerte, si la muralla está resquebrajada y deteriorada.

Tomado del libro La gran guerra, pp. 52-63

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