
Joven, el gran enemigo de tu alma, el que te encadenará, esclavizará y saqueará con más rabia que el más fiero enemigo, es el pecado mortal. Importa muchísimo caer en la cuenta de la gravedad del pecado mortal de impureza, del que a veces se habla de una manera tan cortés, y del que se llega a decir: Es algo normal.
Padre Georges Hoornaert, SJ.
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Joven, el gran enemigo de tu alma, el que te esclavizará y saqueará con más rabia que el más fiero enemigo, es el pecado mortal.
Importa muchísimo caer en la cuenta de la gravedad del pecado mortal de impureza, del que a veces se habla de una manera tan cortés, y del que se llega a decir: Es algo normal.
Ya que nos cuesta sondear la malicia de la culpa grave en sí misma, procuremos verla por sus consecuencias.
San Ignacio, en una meditación muy conocida, nos invita a considerar tres grandes desastres debidos a tres grandes pecados.
Contempla los tres cuadros del tríptico ignaciano:
Primer cuadro. Están los ángeles en el cielo, hermosos, felices, los primogénitos de la creación.
Cometen un solo pecado. ¿Cuál? Los teólogos piensan que fue un acto de rebeldía contra la Encarnación, que les había sido revelada, y en la cual veían a Dios, pero unido a una naturaleza inferior a la suya: el Hombre-Dios. Lo cierto es que el pecado de los ángeles fue un pecado de orgullo, el único posible a su naturaleza del todo espiritual.
Cayeron del cielo como el rayo, y fueron precipitados en los infiernos.
¡Lucifer quedó convertido en Satanás!
¡Los ángeles quedaron convertidos en demonios!
¿Qué ha influido para que los ángeles, radiantes de luz, sean convertidos en demonios, a los que nuestro Señor dijo, como narra el Evangelio: Aléjate, espíritu inmundo…?
Un pecado mortal. Es cierto que fue de una gravedad excepcional, cometido como fue con plenitud de luz, contra la luz. Pero, al fin y al cabo, fue un solo pecado.
Ahora bien, Dios no exagera, como el hombre, llevado de un acceso de cólera. Cuando castiga, hay correspondencia entre el delito y la pena.
Segundo cuadro. Adán y Eva, nuestros primeros padres:
La felicidad es su patrimonio, y debe ser la herencia de la gran familia humana. Cometen un pecado mortal.
¡Y mira qué expiación! Pierden para sí y para sus descendientes todos los dones sobrenaturales y preternaturales 1 que gratuitamente se les había concedido.
El Paraíso terrestre se convirtió en «valle de lágrimas». Trata de imaginarte la suma de todos los millones de lágrimas que se han vertido en el curso de los siglos.
En el antiguo Paraíso nacen, el mismo día del pecado, tres ríos que bañarán en adelante el mundo: el río de las lágrimas, el río turbio del fango, el río rojo de la sangre.
Jesucristo para santificar al hombre instituirá los siete Sacramentos, como siete fuentes de gracia, oponiendo estos siete ríos de pureza a los tres ríos de tristezas, de vergüenzas y de crímenes.
Luego de la caída del Edén se pronunció la sentencia: Engendrarás con dolor.
Desde entonces todo alumbramiento es penoso: no solamente el de la madre, sino el del trabajador, el del artista, el del genio. Todo el que produce algo acá en la tierra, sea en el terreno que quiera, profesional, científico o religioso, experimenta la ley: Engendrarás con dolor.
La horrible muerte hace su aparición.
En el pecado mortal está la causa de la muerte. La muerte es paga y estipendio del pecado. (Rom 6, 23).
Tú mismo morirás a causa del pecado de Adán y Eva. ¿No mueren en el mundo cada día cientos de miles de personas?
¡Cuántos están agonizando en este mismo momento!…
Pues repitamos lo que decíamos más arriba: un pecado mortal era el que se había cometido, de especial gravedad, sí, pero un solo pecado. Y el castigo de Dios —a quién San Pablo llama justo Juez (2Tm 4, 8)—, no puede exceder la gravedad real del delito.
Tomado del libro La gran guerra, el combate de la pureza; pp. 25-26
Notas
1 El Concilio de Trento (Sess, VI, cap. I) declara que por el pecado original no quedó suprimido el libre albedrío, la libertad individual, aunque sí quedó más débil e inclinada al mal.
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