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¿Qué diferencia al caballero de las otras vocaciones existentes en la Iglesia? Misioneros de los buenos tiempos se exponían a la muerte por el contagio de enfermedades o se arriesgaban a ser comidos por los salvajes. Son personas admirables, de entre las cuales muchas murieron mártires y fueron canonizadas. Sin embargo, el caballero representa a Dios a un título especial al luchar por Él y por la Santa Iglesia, caminando con entusiasmo de encuentro a la muerte.
Plinio Corrêa de Oliveira
Hay también otra belleza que debemos considerar: La de la lucha. Morir es bello. Los mártires, las víctimas de la Revolución Francesa murieron. ¡Ofrecerse, por tanto,, como víctima es lindo!
Un enfermo en la cama puede ofrecerse: Santa Teresita del Niño Jesús se ofreció como víctima expiatoria. Sin embargo, luchar tiene una belleza especial.
Dos modos por los cuales Dios asocia al hombre a su obra creadora.
Dios asocia al hombre a su obra creadora de dos modos: uno es por la paternidad espiritual o física. Lo que es paternidad física todos saben, no es necesario explicar. La paternidad espiritual se da cuando se genera a alguien para la vida eterna; una persona trae a otra por medio del apostolado para que pertenezca a Nuestra Señora y así prepararse para el Cielo.
Hay, sin embargo, otro modo por el cual Dios nos asocia a su obra creadora. Cabe a Dios quitar la vida de alguno. Sin embargo, quien legítimamente mata a otro que, según el plan de Dios debe ser muerto, ejerce una prerrogativa divina. Por ejemplo, un hombre es un asesino y debe ser muerto en un acto de legítima defensa o porque la ley mandó que fuese ejecutado. El Estado tiene el derecho de mandar matar, en las ocasiones en que es justo, así como cualquier persona posee el derecho de matar en su propia defensa o de terceros.
Así, se tiene el derecho de matar en defensa de la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana, en los casos en que la Moral católica permite 1 . Por tanto, cuando se combate en nombre de la ira de Dios y movido por una cólera inspirada por la gracia, hay una belleza especial en el ejercicio de esa justicia. Entonces, el caballero que va a la guerra no sólo dispuesto a morir, sino a matar para que la vida espiritual, sobrenatural se esparza sobre la Tierra, también representa a Dios a un título especial, y ejerce una misión divina.
Se comprende por qué nuestros antepasados juzgaban una tal maravilla que un caballero entrase, por ejemplo, en un lugar donde había cincuenta mahometanos y, con varios golpes de espada decapitara a todos. ¿Por qué era una belleza? Porque los mahometanos estaban atacando tierras católicas o impidiendo la predicación del Evangelio.
Hay ciertos truenos que se propagan por varias series de explosiones hasta una plenitud final. El trueno es lindo porque da la impresión de una divina voluntad que arrasa lo que no debe existir, y que va derribando obstáculo por obstáculo hasta destruir todo. ¡Es una sinfonía! Para mí, más bonito que un trueno sólo es el órgano. Son las dos supremas bellezas en materia de sonidos. Soy un entusiasta del tronar.
Cualquier truenillo que oiga, acompaño con gusto su armonía llena de estampidos.
Esta es el alma del guerrero cuando él, movido por una cólera santa, mata a uno, a otro, y al final del día, mató a muchos. Él está como un tronar que descargó toda su electricidad, y reposa plácido porque su ira santa fue colmada. Es el reposo de un guerrero después de haber combatido, de haber tocado la muerte en la víspera de otra batalla donde podrá morir. Él está continuamente con esta familiaridad con la muerte que hace la belleza de la vida del guerrero, porque es la familiaridad con Dios.
Entonces, ¿qué diferencia al caballero de las otras vocaciones que hay en la Iglesia? Tomen, por ejemplo, sacerdotes, monjas de los buenos tiempos que se exponían a la muerte en el contagio de enfermedades, u otros que, haciendo las misiones, se arriesgaban a ser comidos por los salvajes. Todas estas personas son admirables, de entre las cuales muchas mueren mártires y son canonizadas.
Que la sangre de ellas se levante y pida al Cielo perdón y gracias para nosotros.
Desposorio con el riesgo, el esfuerzo y la muerte.
Sin embargo, el caballero no es el que se resigna a la muerte, sino aquel que camina a su encuentro con entusiasmo; no se resigna al peligro, sino que tiene hambre de él; no se resigna a la lucha, tiene ansias de ella. Ese es el caballero, aquél que, en la hora del riesgo y de la batalla, como que siente la ebriedad santa del contacto con Dios y se lanza.
En cierto sentido, el caballero puede ser considerado el artista de la lucha, pues gusta del combate bello, noble, elevado. Por eso él se adorna para el combate, sigue hermosas reglas para luchar y muere sintiendo haber hecho una obra de arte. En la canción de gesta, Roland, muriendo, sabe que en el horror de su muerte está realizando algo que despertará una página de literatura para todos los tiempos.

San Miguel Arcángel, pintado por Jaime Huguet
Y antes de morir, aparece San Miguel Arcángel a quien el caballero moribundo extiende su guante en señal de vasallaje, porque San Miguel es el jefe de lo que ellos llamaban Caballería Celeste, compuesta por los Angeles que expulsaron los demonios, lanzándolos al Infierno. Roland se siente uno con los espíritus celestiales, sus hermanos. Él es, en la Tierra, el gran exterminador y ordenador, como fue San Miguel Arcángel en el Cielo. Esta alegría, este entusiasmo, esta especie de sentido artístico de la lucha, del riesgo y de la muerte caracteriza al verdadero caballero.
Se comprende entonces por qué el caballero era elevado, habitualmente, a la condición de noble, pues es incomparablemente más elevado y dignoquien posee ese espíritu que quien se entrega a otras actividades lícitas, necesarias, pero que no tienen este contacto con lo Divino, como por ejemplo, el comercio. Vender cebollas o zapatos es una cosa indispensable para la buena ordenación del mundo; fabricar escobas o vendas es muy bueno, sobre todo, puede ser muy lucrativo, no lo discuto.
Pero contabilizar grandes lucros, aunque sea bueno y honesto, no es el más alto modo de unirse a Dios. Esa especie de desposorio con el riesgo, con el esfuerzo extremo y con la muerte es lo que más une a Dios. Esto es la Caballería.
Si ultrajado por el enemigo, el caballero mantiene la cabeza erguida, revida y continúa la lucha
En nuestra época, la lucha no se da sólo ni principalmente en el campo físico. Lo principal de la guerra no es el esfuerzo material, sino el intelectual.
Actualmente se conquistan más pueblos por la guerra psicológica que por la guerra militar. Las mayores conquistas que el comunismo hizo no fueron por las armas, sino por la bellaquería.

Curchill, Roosevelt y Stalin en Yalta. 4 al 11 de febrero de 1945
Por ejemplo, ¿cómo el comunismo se introdujo en toda Europa Oriental? Fue mediante concesiones vergonzosas de Roosevelt, en el Tratado de Yalta. ¿Cómo el comunismo consiguió conquistar la China y después Vietnam? Fueron concesiones que Marshall hizo a los comunistas chinos, entregando a China en una bandeja.
¿Cómo el comunismo se va difundiendo por el mundo? A través de la conquista de las almas por medio del proceso revolucionario descrito en mi libro Revolución y Contrarrevolución.
Contra estas formas de conquistas psicológicas, o se hace una lucha también psicológica o no sirve de nada.
Entonces, nosotros somos contra el comunismo que esgrime ideas, como eran los cruzados contra los mahometanos que blandían sables. ¿Los mahometanos no usaban sables y lanzas?
Nuestros antepasados también. El comunismo usa ideas, nosotros usamos ideas. Él hace la Revolución, nosotros hacemos la Contrarrevolución.
Digo ahora una palabra sobre el riesgo. Hay una cosa que es para el hombre como la muerte, y a veces él enfrenta la muerte para evitar eso: es el descrédito en medio de los suyos.
Dejar de ser considerado bien visto, admirado, ser odiado, perseguido, despreciado, exige muchas veces más coraje que la lucha armada. Cuando hay una guerra, muchos van al frente a combatir de miedo que, si retrocedieren, en la retaguardia se reirían de ellos y dirían que son cobardes. Esto quiere decir que el sujeto enfrenta la bomba por miedo de la risa. Por tanto, en último análisis, la risa da más miedo al hombre que la bomba.
De nosotros es exigido este coraje, bello como el de quien enfrenta la muerte. Si el hombre tiene más miedo del ridículo que de la muerte, enfrentando el ridículo él hace una inmolación a Dios más preciosa que entregando la vida. Vivir, por tanto, continuamente tocando el ridículo, no importándose con la opinión de los otros, esto es ser caballero.
Cuando el hombre hace eso y comprende que se une a Dios extraordinariamente por esta forma, y tiene el gusto de ser vilipendiado, ultrajado, mantiene la cabeza alta, revida y lucha, él es un perfecto caballero.
Nuestro Señor no retrocedió un instante, sino que caminó hacia adelante continuamente

Doctor Plinio en su niñez
Comencé esta lucha en condiciones muy desfavorables, porque sólo vine a comprender que ella era bella más tarde. Era niño y percibí que, en los ambientes de los otros niños, lo que yo tenía como cualidad era objeto de sarcasmos, y que bastaba asumir ciertos defectos que yo sería causa de admiración. Pero resolví seguirme a mí mismo, fiel a las cualidades que yo tenía; no comprendía la belleza que había en esto. Hasta me acuerdo de haber pensado lo siguiente: “Todo el mundo considera esto feo, quién sabe si es mismo así. En ese caso, hago una cosa fea, pero enfrento a todo el mundo y voy hacia adelante, porque ser de otra manera no quiero.”
Al practicar una cosa que tal vez fuese hecha por amor a un ideal, yo lo hacía del modo más bello posible. Me acuerdo que pensaba conmigo mismo: “¡Pero qué cosa horrible ser desconsiderado así! Vea tal chico de boca puerca, de malas costumbres que arrebata al aula diciendo malas palabras, y cómo yo hago un papel apagado, muelle, bobo, con mi perpetua observancia de la pureza, de los buenos modales, de la distinción.” Pero yo reflexionaba: “La pureza, los buenos modales, la distinción valen esto; así quiero ser, aunque me trituren.”
Yo era, así, una especie de bichito agarrándose a la tabla de salvación a toda costa. Aún no percibía que esa tabla de salvación tenía un nombre: era la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo. Cuando más tarde lo percibí, quedé maravillado, mas el paso estaba dado, ya había entrado en la lucha.
Nuestro Señor Jesucristo nos es presentado siempre en cuanto padeciendo, sudando sangre en el Huerto de los Olivos, caminando hacia la muerte con una tristeza enorme; y así debe ser, porque debemos tener conciencia, tomar en la debida cuenta los sufrimientos infinitos que Él padeció por nosotros.
Pero, de hecho, hay otro aspecto de la actitud de alma de Nuestro Señor Jesucristo, durante la Pasión, que es la siguiente: Él no retrocedió en ningún momento, caminó hacia adelante continuamente. Incluso cuando cayó bajo el peso de la Cruz, fue para levantarse de nuevo y poder llegar hasta lo alto del Calvario, no tuvo vacilación.
Yo tengo la impresión que si debiésemos mirar, en un Viacrucis, los pasos Jesús con la Cruz a cuestas. sangrientos de Nuestro Señor en el piso, uno de los aspectos por donde Él podría ser visto era tambaleante, haciendo un zig-zag, casi cayendo bajo el peso de la Cruz, pero no soltándola. Otro sería, por el contrario, en línea recta: “Yo voy hacia delante porque quiero!”. Una voluntad serena, majestuosa, pero enteramente inquebrantable, inclusive hasta cuando encontró a Nuestra Señora y vio todo cuanto Ella estaba sufriendo por su resolución de morir. Por fin, en lo alto de la Cruz, aquella palabra de energía suprema: “Consummatum est”; fue hecho todo lo que era necesario hacer.
Cuando fueron a prenderlo, en el Huerto de los Olivos, El preguntó:
–¿ A quién buscáis?
— A Jesús Nazareno, respondieron los carceleros.
– Soy Yo, afirmó Jesús. Y todos cayeron por tierra.
Su poder y su majestad eran tales que Nuestro Señor dijo poco antes a San Pedro, que, si quisiese, mandaba venir legiones de Ángeles para librarlo (cf. Mt. 16,53) pero Él no quería. Por tanto, todo aquello que el Divino Redentor estaba sufriendo era porque Él lo quería. ¡He ahí al Caballero!
El más bello de todos los martirios

Martirio de San Ignacio de Antoquía
Terminada esta exposición, podría surgir la pregunta: “Todo esto es bonito, pero ¿cómo portarme cuando lleguen para mí el riesgo y la muerte? No puedo hacer una especie de inyección de todo cuanto oí y meterlo dentro de mí para salir como un héroe. ¿Qué voy a hacer para ser fiel a estas ideas?”
Aquí viene la doctrina de la verdadera vida espiritual. Si yo, en mi ideal, me siento llamado para eso, pero en la realidad no tengo fuerzas, debo pedirlas para estar a la altura de mi ideal. Para esto tenemos la oración, los Sacramentos, la meditación que nos elevan hasta ese punto. Puede ser que algunos lleguen entusiasmados a la hora del sacrificio, otros con miedo, pero venciendo el propio miedo y comprendiendo la belleza de vencerlo para luchar.

Enrique IV, rey de Francia
Cito a un personaje que fue, sin duda, muy valiente. Pero no era ni de lejos un caballero. Basta decir que era protestante.
Protestantismo y Caballería son cosas que se excluyen pues ésta es un predicado exclusivo de la Religión Católica y de más nada en el mundo.
Mas, en fin, el rey de Francia, Enrique IV, entró en una batalla con mucho miedo y sentía hasta su esqueleto estremecer.
Entonces de espada en mano gritó: “Tiembla, vieja carcaza….” Pero él no quería ceder y luchó durante la batalla entera. Quizá en la hora de miedo tengamos que decir “tiembla vieja carcaza”, pero nosotros vamos hacia adelante. Es preciso confiar en que la gracia nos ayude en ese momento.
El martirio más bello que conozco – después de Nuestro Señor Jesucristo, que es el super-excelso y no comparable con nada – fue el de San Ignacio de Antioquía. Anciano, cargado de hierros, entró en la arena, y, frente a los leones que rugían, él dijo:
“Leones, ¡venid a mí! Trituradme como se tritura el trigo para ser como la Hostia de Nuestro Señor Jesucristo. Yo seré triturado y seré uno con Él.”
Los leones vinieron y él fue destrozado y murió. ¡Esto, para mí, es la última palabra, el auge de la belleza!
Caballeros conscientes de todo el esplendor que el martirio traía consigo

Vista nocturna del Coliseo de Roma, Italia
Sin embargo, había dos especies de mártires. Estuve en el Coliseo, en Roma, donde me mostraron el lugar de la cárcel en la cual quedaban los católicos la noche entera, cerca de otro compartimento donde estaban las fieras rugiendo. Los cristianos sabían que, cuando amaneciese, habían rayado para ellos las últimas horas, y serían llevados a la arena adonde aquellas fieras iban a devorarlos.
Imaginen, a las tres de la mañana, soledad en el Coliseo, aquel mármol muy blanco, resplandeciente, de un blanco que para quien va a morir tiene casi el aspecto de un esqueleto reseco, sobre el cual la trágica luz lunar derramaba una tenue luminosidad; a solas, en una jaula, los futuros mártires se preparan para morir y tienen pánico de apostatar en esa hora, porque era sólo hacer una señal en ese sentido para ser salvos.
De repente, una hiena da un alarido y la persona piensa: ella está con hambre de mí, ese animal mañana va a devorar mis entrañas.
Cuando llega la mañana, las fieras van despertando y gritan más.
El circo se va llenando de gente, muchos pasan cerca de los católicos, escupen sobre ellos, tiran piedras, se ríen diciendo: “Uds. van a morir de veras…”
A cierta hora, el sol ya está todo levantado y entran los ruidos familiares de la ciudad de Roma: los vendedores ofrecen sus mercaderías, carros que pasan, es la vida de todos los días que está al alcance de ellos. Es sólo decir: “yo quiero apostatar” para tener todo aquello que están dispuestos a dejar al entrar a la arena y morir.
Algunos sollozaban de miedo, iban a la arena temblando. Se lanzaban y las fieras caían sobre ellos. Eran héroes tanto cuanto San Ignacio de Antioquía, tal vez mereciendo menos admiración.
Eran caballeros verdaderamente, porque sentían la belleza de su acto y querían consumarlo, conscientes de todo el esplendor que el martirio traía consigo. Evidentemente, para esto es preciso recibir una gracia especial. Sin esa gracia la persona no enfrenta. Mas es preciso pedirla desde ya. Por eso, en todas las Avemarías, hay ese pedido final: “Rogad por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén”.
¿Quién va a tener valor en esa hora? Sin una gracia especial no se tiene.
Papel extraordinario de la virtud de la confianza
Hay gracias especiales de lucha y de muerte también, pero pidamos esa gracia, tengamos la intención de dar a nuestra vida y a nuestra muerte ese sentido de belleza, y nosotros la obtendremos. Porque quien pide alcanza.
Les cuento un hecho extremadamente gracioso. Había una joven romana que fue condenada a muerte por ser cristiana. Pero ella tenía especial pavor de no sé qué animal – digamos que fuese una hiena –, tenía pánico. Entonces ella dijo a Dios lo siguiente: “Yo consiento en ser muerta, pero haced con que no sea por una hiena.”
Los otros cristianos, católicos, que estaban asistiendo al martirio en los bancos del Colseo, vieron entrar también hienas en el circo, pero ninguna de ellas atacó a la joven, que fue muerta por un tigre o un león. Es decir, fue una condescendencia de la Providencia.
Termino con un caso para ver cómo ese concepto de lucha y de martirio es complejo. San Juan Evangelista no fue mártir. Llevado para ser muerto en una caldera de aceite en ebullición – ¡una muerte tremenda! – entró en la caldera y salió del otro lado ileso, y por voluntad de Dios lo dejaron ir a su casa.

San Juan Evangelista en la caldera
Imaginemos que San Juan haya ido a la caldera con algo de la gracia que decía dentro de sí: “Tú no vas a morir” Y él pensase: “Pero yo no tengo coraje de morir ahora.” Y la gracia respondería dentro de su alma: “Tú no tienes coraje porque no llegó la hora de morir. Tú debes tener confianza de que no morirás.” Entonces, él mete el pie dentro de la caldera, después el cuerpo entero, seguro de que no será quemado. Contra la paradoja, atraviesa la caldera, se apoya del otro lado y sale. Mantener esta confianza dentro de la caldera ¿no es una fuerza de alma tal vez mayor que la del martirio?
En nuestra vida la virtud de la confianza tiene un papel extraordinario. Muchas veces nosotros estamos como que derrotados y liquidados y tenemos que hacer como San juan: confiar que saldremos del otro lado de la caldera sin que nada nos
suceda. Este es otro lado del heroísmo y del coraje que es terrible.
A veces, confiar es más duro que entregarse. Pero no tenemos el derecho de ceder, y es necesario confiar.
Extraído de conferencia del 3/8/1974
Notas
1) Cf. Suma Teológica, II-II q.40. a.1;q.64 a.2-3. Catecismo de la Iglesia Católica, n.. 2264-2265.